Wednesday, June 24, 2009

MC5, el revolucionario rock de Detroit

Pese a su corta existencia grupal (1964 – 1972), MC5 ha salido muy bien librado de las parcelas del olvido. Escuchar sus tres únicos discos (KICK OUT THE JAMS (1969), BACK IN THE USA (1970) y HIGH TIME (1971)) hoy en día, no es poco más que una experiencia mística que aviva el instinto, el relámpago sobre el agua de las sensaciones imperecederas.
Corrían los años sesenta del siglo pasado, una reducida pero bullente facción de la juventud norteamericana vivía días, semanas y meses de pura revuelta, motivada por el uso de las pastillas anticonceptivas, el LSD, la marihuana, la cocaína, el descontento, el ambiente caldeado que significaba la estúpida guerra de Vietnam, la presencia de la oligofrenia en el poder representada en Richard Nixon, la creciente imposición de las llamadas minorías sexuales... Inconformismo en llama pura en las ciudades del Pacifico gringo. Si había algún disidente de la mediocridad, pues debía dirigirse a ciudades como California o San Francisco, en donde refulgía la cúspide del espíritu revolucionario.
La aparición de un grupo influyente como MC5, cuyos miembros provenían de la ciudad de Detroit, en Michigan, fue la prueba concluyente de que la “algarabía espiritual” no era propiedad exclusiva de este par de ciudades cobijadas por el abrasador sol. Era la muestra de que el descontento generacional suspiraba en cada rincón del imperio gringo, siendo este quinteto el que mejor supo llevar hasta los límites el plus del discurso coherente en su propuesta de rock de garage.
Wayne Kramer, Fred “Sonic” Smith (guitarras), Rob Tyner (voz), Denis Thompson (batería) y Michael Davis (bajo), se hicieron llamar, en honor a su ciudad natal, Motor City Five. Como al igual que hoy, Detroit es la ciudad con más fábricas de automóviles en el mundo, y en esa época de apogeo de los metales sobre ruedas, pues con mayor razón. Los padres y familiares del quinteto trabajaban en las fábricas de La Ciudad Motor, eran los hijos de la pujante clase media.
El último bastión del rock de garage que a lo largo han querido silenciar, y pese a la propaganda en contra llevada a cabo por el sistema, esta ha sobrevivido gracias a lo que poquísimos consiguen: la influencia. ¿Es acaso posible explicar el rock de hoy sin asociarlo con el legado de este grupazo? Imposible. Los MC5 son hoy en día una silente presencia con pie firme en los chirridos de los acordes, en la vesania de los dedos en el bajo, en el karma de las cuerdas vocales.
Banda incómoda, debido a sus líderes el portavoz “Hermano” J.C. Crawford y el guía espiritual John Sinclair. Par de almas inconformes, alucinadas y drogadas, si no fuera por este dúo, MC5 no perviviría en el tiempo, no bastaría con la adictiva música del desenfreno, porque esta, desde el primer “riff”, estuvo signada por la marca del compromiso político. Ellos hacían el rock para la revolución, sin disidencia su estridente propuesta sonora no tenía razón de ser.
Investigados por el FBI, la DEA y la CIA, el tráfico de drogas y el apoyo a grupos extremistas estuvo vinculado desde su fundación, y lo que es peor para sus seguidores con derecho a defenderlos, ellos mismos se encargaron de volver razonables esas sospechas. Los años no han pasado en vano, y por más cierta que haya sido ese pasado, no deja de ser necesario recalcar, cada vez que se pueda, que sin ese discurso, hoy en día muy en desuso, la banda no habría alcanzado los logros musicales, y en especial el haber formado una mística de conjunto, que sin estar de acuerdo con ella, nos permite corroborar que lo perdurable no debe estar reñido con la coherencia, la que a fin de cuentas no dejará de cuidarnos de la vacuidad de la frivolidad que hoy en día vemos, leemos y escuchamos en los pequeños pero no obstante poderosos círculos del arte.
Hay muchas leyendas sobre la corta vida de MC5. Como se indicó líneas arriba, el sistema capitalista les puso trabas a la difusión de su rock, pero el verdadero final de esta superbanda nació en su propio seno, en lo que podría llamarse un autogol conciente ya que no por nada Wayne Kramer, el cerebro de esta, pasó cinco años en la cárcel, y no por disidencia o consumo de estupefacientes, sino por comercializarlos.
Publicado en Siglo XXI

Wednesday, June 17, 2009

Cartas del Norte, de Luis García

Hay una clara manipulación por parte de los letrados hooligans de la academia, que intentan, apelando a artimañazas discursivas, denostar cada vez que pueden los textos de divulgación, privilegiando, cómo no, vaya novedad, el oscurantismo analítico de textos literarios, destinados a ser leídos y analizados por no más de cuatro gatos conocedores de los tramposos códigos teóricos. El problema yace en la estúpida creencia que dictamina como superior a un texto de especialidad sobre uno de divulgación, cuando lo cierto es que muchas veces un libro abierto a posibilidades de debate es mucho más productivo e enriquecedor que los mamotretos de los hooligans, que los publican como sea con tal de cuidar una plaza docente, justificar una beca, o, como suele ocurrir en todo el mundo, aumentarse el sueldo.

En la línea de los textos de divulgación, centramos CARTAS DEL NORTE (2006), del escritor español Luis García (Oviedo, 1962). Como se anuncia en el título, tomado de la columna literaria que García tenía en el suplemento La Mirada, de El Correo de Andalucía, y fijándonos en la connotación paralela que le podemos dar a “Cartas”, no nos es difícil colegir que estamos ante una muestra de comunión, de escritura íntima para el “otro”, como un amigo que, a lo mejor en un bar, relata su sensación imperecedera que le acaba de dejar un libro devorado en la madrugada. Por ello, en estas CDN percibimos el mejor compromiso que puede tenerse con la literatura: pues con los libros que nos gustan, teniendo como principio la dificilísima destreza de saber resaltar y sumar, dialogando con otras tradiciones, buscando puentes de especulación (porque escribir de libros es especular, con fundamento, claro está).

Para García, el fondo es tan importante como la forma, es menester decirlo puesto que un protagonista de esta publicación es el estilo, envolvente, idóneo para que nos dé cuenta de autores como Álvaro Mutis, Julio Stella, José María Conget, Julio Torri, Reynaldo Arenas y más… Además, este no es nada sin la mirada, componente esencial en todo aquel que se precie de escritor; entonces la de García, que por entusiasta no deja de ser crítica, no se refocila en el macheteo gratuito, sino que se eslabona en un por qué, como muy bien lo explica en el capítulo, entre otros, sobre las relaciones entre las grandes editoriales y las denominadas “pequeñas”.

Sumemos un componente adicional, el espíritu, no solo de estas páginas, aventurándome seguramente, del autor: la sencillez de su erudición. Este ha leído, y muchísimo, el hombre sabe, y tiene el ego dinamitado, o controlado, como para no entrar en los senderos luminosos del fascismo snobista, el practicado por aquellos que piensan que todo lo conocen, que todo lo leen, que dominan las teorías literarias posmodernas, cuando lo cierto es que tienen una vida perdida al haber pasado por alto las aventuras que despertaron nuestro amor por la letra impresa, el mundo alucinante de las primeras lecturas.

CARTAS DEL NORTE está bendecido por el aura del azar, la magia y el amor. En una época en la que el arte y la literatura no se salvan de la frivolidad, libros como este, escritos por un hermano lejano de Bartleby, nos hacen pisar tierra, nos ayudan a enfocarnos en lo que realmente debe interesarle a un lector, un escritor…

Editorial: Literaturas.com Libros
Publicado en Siglo XXI

Saturday, June 13, 2009

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Entrevista a Gabriel Ruiz Ortega sobre DISIDENTES, por Francisco Ángeles

La antología Disidentes, que reúne a veinte de los más destacados narradores peruanos jóvenes, es anunciada por Gabriel Ruiz Ortega para esta semana. Conversamos con el encargado de la antología sobre las dificultades por las que pasó la publicación, los criterios de selección, el realismo sucio de los noventa y el buen momento de la narrativa joven en nuestro país.

Por: Francisco Ángeles

La disidencia se entiende normalmente como un acto de rebeldía frente al discurso oficial. Sin embargo, en tu antología figuran todos los más conocidos narradores peruanos jóvenes. Así que la primera pregunta es obvia: ¿por qué “disidentes”? ¿Disidentes frente a qué?
Claro, cuando se escucha la palabra ‘disidente’ pensamos que estamos ante un grupo de revoltosos con tendencias anárquicas. Así que entiendo perfectamente que el título genere más de una pregunta. Cuando empecé a elaborar la antología, en lo último que pensé fue en el nombre, pero sí tenía claro que había que mostrar un quiebre tajante con lo escrito en narrativa joven en la década pasada que, salvo las excepciones que señalo en el prólogo, aportó poco o nada. Por ello, Disidentes yace en el espíritu de negación, en el nivel formal y de tópico, de la narrativa joven de los noventa. ¿Disidentes frente a qué? Disidentes ante la ignorancia y la pose.

En el prólogo escribes que los escritores de los noventa vinculados al realismo sucio quedaron sólo en promesas porque no sentían un verdadero compromiso con la literatura, y que su propósito central era quedar como “leyendas urbanas”…
En los noventa hubo muchísimos narradores que sólo ellos mismos saben por qué quedaron como promesas. Debo haber leído a unos cincuenta, y muchos de ellos vivían con el ánimo de quedar como protagonistas de las más desopilantes experiencias nocturnas. Eso les impedía hacer lo más difícil y básico que requiere un oficio tan arduo como el literario: leer y escribir. Por ello, esos libros han quedado en el olvido. Es imposible mantener una poética sólida a punta de experiencia de vida.

¿Crees que Bukowski, a quien te refieres en el prólogo, ha sido perjudicial para nuestra narrativa?
Bukowski ha sido perjudicial en la medida que se quiso ser Bukowski a lo bestia. O sea, apelando a lo más fácil de emular: la conducta. La persona de Bukowski te puede llevar a la admiración, lo cual es válido, pero una verdadera valoración de Bukowski tiene que descansar en el conocimiento de sus libros. Bukowski no era sólo un borrachito que escribía de sus desdichas, sino que tenía una cultura libresca realmente envidiable. A no pocos narradores de esa década les escuchaba frases como “oye, así yo también puedo escribir”, “puta, cuento mi vida y la hago”, “esto es vida, carajo”. ¿Y qué es lo que hacían? ¿Acaso escribían? No, nada de eso, solamente se juntaban para hacer una chanchita y comprarse una botellita de ron o pisco. Entre tanto trago pensaban que algo tenía que salir.

¿Crees que el realismo sucio está agotado como propuesta?
Detrás del realismo sucio hay una riquísima tradición literaria que nace con Viaje hacia el fin de la noche de Celine, cuyo respiro puede rastrearse en autores como Henry Miller, John Fante y el mismo Bukowski. Toda propuesta muere si es que no conoces la semilla en la que se forja, ya que ninguna manifestación artística nace de la nada. Ningún cambio nace apelando al más puro talento puesto que es necesario conocer qué es lo que quiebra. Lógicamente, si no se conoce la tradición en la que descansa el realismo sucio, toda clase de epígono no será más que una atarantada epifanía con un axiomático mal sabor de boca, de roncito en especial.
Hablemos de la antología. ¿Cuáles fueron los criterios de selección?
Seleccioné autores que ofrecen ese quiebre temático y estructural del que hablé hace un momento, nacidos a partir de 1970, y de cabeza, que tengan, al menos, un libro publicado. Y, lógicamente, que me guste lo que escriben.

Cuéntame cómo surge la idea de hacer la antología.
En agosto del año pasado conversaba con Harold Alva, editor de Zignos, acerca de la cantidad de narradores que estaban apareciendo. Harold me propuso hacer una antología. Y acepté porque me pareció raro que aún no hubiese una antología de narrativa joven en esta década. Así que me puse a elaborar una lista de posibles seleccionados. Empecé con un universo de setenta y de ahí me quedé con cuarenta. Pero como cuarenta es un número exageradísimo para una antología, de ese número me quedé con la mitad…

¿Cuál fue el criterio para ir descartando hasta quedarte con los veinte de la lista definitiva?
Cuando empecé mi recuento pensé que sólo iba a llegar a treinta, pero a medida que iba recordando y revisando algunas notas, la lista fue creciendo descomunalmente. Y no tardé en notar que los trabajos que se destacaban eran aquellos que le sacaban la lengua a la pésima narrativa vivencial de los noventa. En el prólogo menciono a algunos narradores de ese gran grupo que quedaron de lado. Obviamente, no iba a mencionar a todos los cincuenta restantes.

En la lista anterior figuraban Max Palacios y Gabriel Rimachi. ¿Por qué fueron descartados?
Muy simple. Como en todo trabajo, los editores sometieron el prólogo a revisión. E indudablemente, los apreciables libros de Palacios y Rimachi guardan no pocos lazos tributarios con la temática noventera que se critica en el prólogo y que se refuerza indudablemente con los relatos. Y la decisión final de descartarlos fue exclusivamente mía. O sea, en una antología de temática policial, digamos, no puedes meter un par de cuentos de ciencia ficción.

¿La editorial en la publicaron los escritores fue tomada en cuenta para la selección?
Para nada. Es cierto que hay editoriales jóvenes que han aparecido en estos años, e indudablemente son parte de esta realidad, pero siempre lo he visto como un asunto complementario, o sea, pueda que haya nueva editoriales, pero no destacarían si los autores publicados no muestran un muy buen nivel. Hago hincapié en los autores porque son ellos lo que me interesan. Además, si la editorial hubiera ejercido alguna influencia sobre mí, no le hubiera escrito a Daniel Soria para que sea parte del proyecto.

¿Crees en la idea de “generación?
Soy un convencido de que cuando se habla de “generación” se habla de academia, pero yo no soy académico. Y creo también en la idea de “generación” en lo referido al punto de vista del escritor. Cuando se discuten estas ideas hay que delimitar bien desde qué lado se opina, si nos manejamos bien en ese lado, ten por seguro que se pueden sacar muchas cosas más que provechosas…

¿Forman los “disidentes” una nueva generación? ¿Cuáles serían los rasgos estilísticos o temáticos que vinculan a este grupo de escritores?
Sí, creo que los integrantes de Disidentes forman una nueva generación. Además, como nunca antes existe mucho entusiasmo por lo que han escrito y escriben. Y las discusiones que se dan alrededor de ellos casi siempre gira alrededor de sus propuestas, las cuales están rubricadas por el halo de la variedad temática y un claro compromiso personal en consolidar o buscar una voz propia desde sus primeras publicaciones. Eso es patente ni bien los lees. Los integrantes de Disidentes son la mejor muestra de la buena salud que goza nuestra literatura, así esto duela o fastidie a algunos. Uno de los puntos a tomar en cuenta es la polaridad de opiniones que despiertan los trabajos de estos escritores. Eso lo veo como algo sumamente positivo.

¿Hay algún escritor que hayas convocado y no aceptó participar?
Una de las intenciones que me animaron a aceptar esta antología fue hacer un trabajo que sea una muestra tajante contra esas manifestaciones aneuronadas de quienes se empecinan en crear realidades etéreas como “la mafia” y “la argolla”. Pues bien, me interesó contar con un narrador de tendencia izquierdista que vive como neoliberal, a quien no nombraré, que cada vez que puede se manda con un floro remanido de la exclusión, la marginación. Yo le escribí hablándole del proyecto, y lo que este patita me contesta es que no quería ser parte de mi antología porque “ex amigos tuyos y ahora amigos tuyos atacan a mis amigos”. Así como lo oyes, lo cual, más allá de mostrarme un paupérrimo criterio, también le quita toda autoridad moral e intelectual para hablar de la exclusión, la marginación y de criticar a ciertos intelectuales progresistas que veranean en sus casas de playa en Asia. Le escribí porque me parece un autor valioso, pero por desgracia este automarginado no cumple con una frase que me dijo Miguel Gutiérrez hace un tiempo mientras tomábamos café: “para mí, todo escritor debe tener un gran pensamiento”. En otras palabras, no hay que ser idiota. Por ejemplo: tengo un amigo, a quien aprecio, que tiene una confrontación abierta y justificada con un integrante de Disidentes. Si yo hubiera apelado a esa veta del amiguismo, simplemente no lo hubiera llamado para este proyecto. Pero yo no me manejo así, ya que este integrante de la antología es un muy buen narrador, cuyo libro me gustó muchísimo. Siempre he visto a los proyectos literarios como espacios de diálogo y enriquecimiento en el que se deja de lado toda clase de rencillas personales que no tienen nada que ver.

¿Alguno que se te haya pasado y te hubiera gustado incluir? Pensaba en Ernesto Carlín, de quien escribiste en tu blog hace poco…
En una antología siempre habrá quienes queden de lado. Falso al amanecer, esa deliciosa novela de Carlín, me hizo pensar en su momento en contar con él, pero así como por un golpe de suerte di con dicha novela, no he leído nada de él, en ficción, en estos años. Además, Falso al amanecer merece una reedición. También me hubiese gustado contar con una mujer más en Disidentes, e hice hasta lo inimaginable para ponerme en contacto con Alessia di Paolo. También lamento no contar con Jeremías Gamboa, quien no está en la antología porque aún no tiene libro publicado, pero recomiendo sus cuentos que han aparecido en algunas revistas locales. Algo que he aprendido en esta experiencia de hacer una antología es que un escritor no pierde su identidad si no es incluido en alguna, como tampoco la afianza si está en una. Suena ingenuo pero, no sé si para bien o para mal, en varias ocasiones he sido testigo de la elaboración de antologías poéticas, y déjame decirte que es toda una guerra de egos que tienen a la poesía, como tal, en el último escalón.

En el prólogo señalas que lo único que se podría objetar a tu antología es la falta de escritores de provincia…
Sí, es cierto. Varios amigos me dijeron que la ausencia de escritores jóvenes de provincia podía traer ciertos reparos que últimamente tienen el aura de la sensibilidad. Pero tampoco soy un demagogo o un hipócrita para poner a un escritor de provincia si no me muestra en libro y propuesta una calidad apreciable. Por varias razones, el año pasado viajé con frecuencia dentro del país, y en mi estancia en ciudades como Cusco, Arequipa, Iquitos y Trujillo me di tiempo para contactarme con escritores de la zona para que me hablaran de la producción en narrativa joven, y así buscar los libros que posiblemente me interesen. Pues bien, la sorpresa fue que no había libros de jóvenes autores, pero sí revistas y plaquetas en los que publicaban sus cuentos o adelantos de novela. Hay un rollo muy malsano que se maneja alrededor de los escritores jóvenes de provincia. Es cierto que hay muy buenos, pero no es lo mismo un cuento publicado en revista que uno que es parte de un libro. El libro te ofrece la garantía, al menos en apariencia, que dicho escritor seguirá publicando. También me di cuenta que las dificultades para publicar son las mismas para un narrador joven de la capital y para uno de provincia, pero es axiomático que en Lima tienes mayores posibilidades de difusión. Y para serte franco, sí me hubiese gustado contar con algunos, pero no soy un demagogo.

La publicación de Disidentes se ha ido postergando…
En un principio iba a presentarse en la Feria del Libro Ricardo Palma, no se pudo. Luego, a fines de ese año, no se pudo. Luego, se anunció para la Feria del Libro de Trujillo, tampoco se pudo. Luego, Harold me prometió que quince días después de lo de Trujillo se tendría la antología, y ya la historia es conocida. Sin embargo, las cosas pasan por algo, ya que después de la primera postergación leí al último autor en integrarse a Disidentes: Augusto Effio Ordóñez. No me iba a perdonar no contar con él.

En ese tránsito, el proyecto cambia de editorial…
Por boca de Harold, sabía del interés de otras editoriales en hacer una coedición, pero tampoco es nada agradable enterarte de una postergación a un día de la fecha límite. No te digo esto por una posible cólera a Harold, porque no la hay, sino porque he sido yo quien ha tenido que dar la cara en cada una de estas postergaciones. Y bueno, ya David Ballardo me estaba hablando del proyecto editorial que pensaba sacar con Walter Sanseviero. Noté un interés responsable por la antología, por eso es que Disidentes sale con Revuelta Editores.

Finalmente, ¿dónde se podrá conseguir el libro?
Estará el martes 22 de mayo en todas las librerías. David Ballardo está a cargo de ello.
Publicado en El Hablador (blog)

Entrevista a Gabriel Ruiz Ortega sobre DISIDENTES, por Vanessa Arrué


«Lo que me gusta más de los escritores de “Disidentes” es su capacidad de riesgo por la novedad»

Vanessa Arrué

La nueva narrativa peruana atraviesa una etapa sumamente interesante. Los narradores que Gabriel Ruiz Ortega (Lima, 1977) convocó para “Disidentes (Muestra de la nueva narrativa peruana)” es un necesario trabajo en el que se destaca lo que para muchos es la mejor generación de escritores jóvenes de los últimos treinta años en Perú. “Disidentes” ha sido publicado por el sello Revuelta Editores, de David Ballardo y Walter Sanseviero. La antología ya se encuentra distribuida en Argentina, Chile y México. Sobre el proceso de elaboración de “Disidentes” conversamos con Ruiz Ortega, quien es también autor de la novela “La cacería”.

Vanessa Arrué
¿Qué es lo que te llevó a elaborar una antología sobre la narrativa peruana última?

Gabriel Ruiz Ortega
La razón de peso que me llevó a embarcarme en este proyecto fue que ya han pasado los años suficientes como para poder ofrecer una muestra de lo mejor que en narrativa joven se está escribiendo en Perú. Para nadie es una duda que la nueva narrativa peruana atraviesa un momento expectante que se sustenta en libros de gran calidad. Y el elaborar una antología que refleje esta realidad era algo que se veía venir.

Vanessa Arrué
¿ Por qué el nombre de “Disidentes”?

Gabriel Ruiz Ortega
Puede sonar un tanto caprichoso, pero Disidentes es un nombre que se ajusta al espíritu del proyecto, el cual busca englobar a los narradores que muestran un quiebre tajante con el realismo sucio muy mal asimilado por muchísimos narradores jóvenes en la década pasada en Perú. En esos años, el realismo sucio tuvo un auge desproporcionado, lo cual está bien, pero lo malo es que no se asimiló bien el legado de Bukowski y otros exponentes referenciales. Y lo mejor que se ha escrito en narrativa en estos años en Perú descansa precisamente en la negación de esa pose de escritor maldito e incomprendido. Se pensaba que el realismo sucio iba a continuar con su estela en lo que se iba a escribir en los años 2000, pero no fue así, y esto, llamémoslo de alguna manera, es una disidencia ante una corriente que amenazaba con enquistarse. Lógicamente, el realismo sucio es perjudicial cuando no se conoce la riquísima tradición en la que descansa.

Vanessa Arrué
¿Durante cuánto tiempo trabajaste “Disidentes”?

Gabriel Ruiz Ortega
Estuve metido unos cuatro meses seleccionando. Llegué a tener una lista de setenta narradores y me quedé con los veinte narradores que dan vida a esta antología, la cual puede tener algunos defectos porque siempre hay quienes quedan de lado, pero estoy seguro que nadie la puede calificar de caprichosa. Están los que tienen que estar.

Vanessa Arrué
¿Tienes alguna anécdota que te haya ocurrido durante su elaboración?

Gabriel Ruiz Ortega
Siempre hay cosas que te pasan en plena elaboración, pero mientras la confeccionaba tuve experiencias personales que, viéndolas a la distancia, me llevan a calificarlas como las más fuertes y valiosas de mi vida. En ese sentido, “Disidentes” me ayudó a concentrarme y vivir una realidad paralela cuando más necesitaba estar desconectado. Además, ni bien “Disidentes” salió a la venta, algunas voces hicieron sentir su voz contra mí, descalificándome apelando a los más bajos afanes por llamar la atención, pero soy de la idea de que perennizar odios o celos del presente no es literatura. Por eso no contesto ninguno de los ataques. La literatura es como el fútbol, te ofrece revanchas, y estas se canalizan por medio del trabajo, la producción y, sobre todo, la perseverancia. No vale la pena pelearse.

Vanessa Arrué
¿Cómo le ha ido en críticas a Disidentes?

Gabriel Ruiz Ortega
Bueno, en menos de dos meses Disidentes ha cosechado siete reseñas. Sin contar las estafetas de Somos y Perú 21 y las reseñas que aparecieron en el blog El Hablador, que dicho sea, sino fuera por ese blog “Disidentes” no hubiera causado el revuelo que tiene. Con respecto a la crítica pues valoro mucho las opiniones, así sean favorables o contrarias, porque si se han atrevido a comentarla es porque el prólogo los llevó a eso. Cosa que a los editores de Revuelta como a mí nos parece que está más que bien. Lo que sí me deja muy tranquilo, o satisfecho, mejor dicho, es que casi todos han señalado que la selección de “Disidentes” es irreprochable.

Vanessa Arrué
¿Qué es lo que más te gusta de esta antología?

Gabriel Ruiz Ortega
Siéndote sincero, y sin exagerar, me gustan todos los relatos de “Disidentes”. Cuando se lee la antología uno se da cuenta que hay una riquísima variedad temática y estilística que no solo se suscribe a la tradición peruana, sino que en ella es posible rastrear tradiciones tan disímiles como la mexicana, la argentina, la brasileña, la cubana, la italiana, la norteamericana, etc., sumado a que podemos ver diálogos de influencia con parcelas creativas no necesariamente literarias como la música y el cine. Lo que me gusta más de los escritores de “Disidentes” es su capacidad de riesgo por la novedad.

Vanessa Arrué
¿A qué se debe la aparición de estos nuevos narradores?

Gabriel Ruiz Ortega
Son varios factores los que se juntan cuando ves una eclosión como esta. Por un lado están las nuevas editoriales dispuestas en apostar por nuevos narradores, la atención de los medios de comunicación, que no es mucha, pero algo es algo; sin embargo, todos estos factores no serían columnas de difusión si es que la base no fuera sólida, y esta base la conforman los escritores que han aparecido con una propuesta muy fuerte que no ha pasado desapercibida.

Vanessa Arrué
Alonso Cueto y Santiago Roncagliolo, ¿serían ejemplos del buen momento de la narrativa peruana actual?

Gabriel Ruiz Ortega
Lo bueno de los premios otorgados a Cueto y Roncagliolo es que no se trata de un par de hechos aislados, tal y como ocurría hace muchos años. Esto se refuerza con otros premios importantes como el que le acaban de dar a Blanca Varela. Además, cuando la mirada de la prensa y editoriales foráneas se fijan en lo que se está escribiendo en Perú, se encuentran con una riquísima producción que no solo atañe a narradores mayores, sino que esta tiene todos los visos de continuar gracias a la producción joven que está dándose.

Vanessa Arrué
Siendo un integrante de la generación de autores que seleccionas, ¿cómo marcaste distancia?

Gabriel Ruiz Ortega
Cierto es que soy un integrante de esta generación de nuevos narradores peruanos, pero la distancia siempre la he tenido con el ambiente literario en Lima, me siento muy ajeno a lo que sucede aquí, aunque no parezca. Por otro lado, no conozco personalmente ni a la mitad de los narradores que integran “Disidentes”, solo soy amigo de tres de ellos, quienes no están en la antología por ser amigos míos, sino porque sus libros me gustaron mucho. Y bueno, me hubiese gustado contar con Jeremías Gamboa y Francisco Ángeles, pero están en calidad de inéditos.

Vanessa Arrué
En realidad tampoco es una antología de cuentos, en ella hay fragmentos de novela.

Gabriel Ruiz Ortega
Cuando un narrador se da a conocer, siempre, o casi siempre, lo hace a través del cuento. Pero tres de los narradores que forman esta eclosión narrativa se dieron a conocer por medio de la novela. Por ello utilice fragmentos de “Casa de Islandia” de Luis Hernán Castañeda; “Habrá que hacer mientras tanto” de Ezio Neyra Magagna; y “La evasión” de Christopher van Ginhoven. Los tres fragmentos pueden leerse como cuento, pero, ante todo, en ellos se exhibe el estilo, muy en especial en el caso de Van Ginhoven.

Vanessa Arrué
¿Quiénes son los autores seleccionados?

Gabriel Ruiz Ortega
A los ya mencionados, están Claudia Ulloa Donoso, Susanne Noltenius, Alexis Iparraguirre, Edwin Chávez, Johann Page, Víctor Falcón Castro, Pedro Llosa, Marco García Falcón, Leonardo Aguirre, Antonio Moretti, Miguel Ruiz Effio, Daniel Soria, Santiago Roncagliolo, Augusto Effio Ordóñez, Carlos Yushimito, Juan Manuel Chávez y Daniel Alarcón. No es que quiera exagerar, pero con ninguno hay pierde. Son muy talentosos. Y estoy sumamente agradecido, con todos ellos, por creer en el proyecto.

Vanessa Arrué
Y sobre tu producción personal, ¿qué es lo que estás escribiendo?

Gabriel Ruiz OrtegaEn estos momentos estoy descansando. Espero que en no mucho haya novedades.
Publicado en Literaturas.com

LA CACERÍA, de Gabriel Ruiz Ortega; por Antonio Moretti

Gabriel Ruiz Ortega me sorprendió. La primera vez cuando vi su libro en Crisol, me llamó la atención su portada negra y una pistola. Me llamó la atención el grosor. Pero me sorprendió cuando a la semana siguiente visité la librería y ya no habían ejemplares. Me costó un poco encontrar nuevamente el libro. Y me sorprendió de nuevo el tema: ¿fujimorismo? ¿política? ¿mafia? Diré que esos temas, tal vez por haberlos sufrido, no me atraen, más bien me alejan. Sin embargo, creo que con habilidad, Ruiz Ortega utiliza un recurso: música. La cantidad de referentes culturales, musicales, cine, literatura... si bien, es un recurso arriesgado, pues convierte la literatura en un cuadro churriguerezco, produce en el lector, lo que es un triunfo en el autor: tarea. Esto sí es una sorpresa. El lector toma nota de lo que el escritor le está susurrando, genera la atmósfera. Definitivamente es lo más logrado en esta novela. Tal vez el lenguaje, saturado de lisuras, se pudo haber equilibrado, pudo ser más prudente. Pero nada más. Me dio gusto leer y conocer a un nuevo escritor. En la solapa del libro anuncia nuevos libros. Habrá que esperar.
Publicado en Luz Azul

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LA CACERÍA, de Gabriel Ruiz Ortega; por Miguel Ildefonso

Gabriel Ruiz Ortega ha recogido no solo una cierta línea de la última tradición literaria peruana que abarca desde Al final de la calle de Óscar Malca hasta Grandes miradas de Alonso Cueto, sino que, además, se ha alimentado de anteriores -citemos Los inocentes o Conversación en La Catedral- y de autores extranjeros como Hunter Thompson y, por supuesto, de toda la novela policial, política y underground, para escribir esta su ópera prima. Sobre todo ha optado por Thompson para darle esa peculiaridad de su escritura a veces áspera, cuand no lacerante, o para crear esa voz desenfadada llena de extremo coloquialismo.
El periodismo gonzo "... es aquel en el que el cronista se convierte en protagonista de su crónica, promoviendo su acción y sufriendo sus consecuencias". Así, nos encontramos con una obra ambiciosa que narra una historia principal, la que abarca el gran espectro social podrido por la corrupción, la improvisación, los grupos cuasi militares (como Las Esquirlas), la mediocridad, en fin, todo aquello que caracterizó a la dictadura fujimontesinista. Se hilvanan a su vez otras historias de microcosmos en conflicto (como la del grupo de amigos Duelos), en las que el autor-narrador mismo de La cacería se ve involucrado, y en las que haciendo un juego metaliterario, hasta la novela misma se ve autorreferenciada y trocada en materia novelística.
El lenguaje acertadamente escogido crea la fluidez que le hace efectiva la articulación de esas historias, afectadas a veces por las alteraciones temporales (la novela termina en el inicio cronológico). Gracias a esa arriesgada juventud del novel narrador y a su selectivo bagaje cultural -del que hace gala en la novela- podemos descubrir, entre lo real y lo ficcional, lo que es el Perú actual. Ruiz Ortega posee una aguda mirada para penetrar en esos circuitos "invisibles" del mal que nuestra sociedad se obstina en no ver; y además, una lucidez crítica para hurgar en lo que empuja a sus individuos a seguir moviendo las ruedas.
Un buen comienzo literario de este autor, que si bien salió de las aulas universitarias, más se diría que es un "alpinchista" autodidacta apasionado de la literatura, el rock y el cine, que ha hecho de esta pasión una forma de vida, y que esperamos siga desarrollándose, tal como anuncia en la solapa del libro, con sus futuras publicaciones.

Publicado en la revista Pelícano (segundo número).

Entrevista a Gabriel Ruiz Ortega sobre LA CACERÍA, por Herme Cerezo


'Escribir es una forma de vida'
Gabriel Ruiz Ortega, escritor

Hoy, traemos a las páginas del Diario del Siglo XXI, a nuestro colaborador en tareas de crítica literaria y también escritor, Gabriel Ruiz Ortega, nacido en Lima (Perú), allá por el año 1977. Gabriel ya es toda una realidad de las letras peruanas actuales, a pesar de su juventud, y a través de nuestras preguntas y, sobre todo, de sus respuestas, vamos a conocerle un poco más.

Herme Cerezo / SIGLO XXI

¿Qué es escribir para ti: una afición, una forma de vida...? ¿Eres un letraherido?

Es una forma de vida. Supongo que esto se debe a que siempre he estado rodeado de libros en mi casa. Y como suele ocurrir, el escribir es la extensión del placer que te genera la desaforada lectura, además, lo que más amo es escribir, siento un gran vacío cuando no lo hago. Y sí, soy un letraherido (me encanta esa palabra). Soy de la idea de que cualquiera que se dedique a este oficio tiene que serlo, me es inaceptable que sea lo contrario.

Cuéntanos un poco tus comienzos, el público español, tus futuros lectores, deben conocerlos.

Bueno, supongo que será como los inicios de todo el mundo. Empecé escribiendo para revistas locales, hacía reseñas, escribía artículos, crónicas, realizaba entrevistas a escritores, etc. Sin embargo, no poca gente creía que yo escribía poesía por el hecho de que un buen tiempo paraba bastante con poetas. Iba mucho a recitales de poesía, a bares y discotecas, matando la noche con toda clase de botellas de alcohol y demás estimulantes de ocasión. Y clandestinamente escribía prosa, bastante, de manera torrencial y desordenada. Y bueno, se dio la posibilidad de que se publique La cacería.

Sudamérica, Perú en concreto, parece un vivero inagotable de escritores. Tras el llamado ‘boom’ sudamericano de los años sesenta-setenta, ¿tú en qué generación de plumíferos te encuadras?

Los escritores del Boom siguen siendo insuperables, sigo muy de cerca lo que se publica en Latinoamérica. Si bien es cierto que hay obras importantísimas aparecidas en estas últimas décadas, es menester aclarar que estas no superan lo hecho por los narradores del Boom. Hasta que eso no ocurra, seguiremos siendo deudores de lo mejor que dio Latinoamérica el siglo pasado. Además, el Boom no solo fue importante para la literatura de esta parte del mundo, sino que fue clave para refrescar la temática de la literatura española, ¿qué sería hoy de la literatura española sin la influencia del Boom?, absolutamente nada de nada. Ahora, me siento bien y estimulado en la generación de nuevos narradores de mi país. Como nunca antes hay una camada que derrocha talento y formación, y eso que la gran mayoría recién tiene un libro publicado, y lo bueno es que el camino está trazado para que dentro de un tiempo se escriban obras referenciales. Solo es cuestión de esperar.

Detrás de todo escritor o antes de un escritor, existe un lector. ¿Qué lecturas nutren la mente y la vida de Gabriel Ruiz Ortega?

Leo bastante, pero siempre hay libros a los que vuelvo porque me son necesarios no solo por factores literarios, sino también por fundamentadas razones existenciales. Me es imposible ver la vida si no releo cada dos años Las ilusiones perdidas, de Balzac; o Gargantúa y Pantagruel, de Rabelais. Y están los libros que me han llevado a escribir, como El palacio de la luna, de Auster; Miedo y asco en Las Vegas, de Thompson; las sagas del detective Carvalho, de Vázquez Montalbán; todo Ellroy, todo Vargas Llosa, todo Pérez-Reverte; y autores necesarios como Bukowski, Fante, Aragon, Robins, Glez, Roth, Chandler, Kerouac. En fin, son demasiados, tampoco quiero mostrar un catálogo. Solo digo que un escritor no escribe de la nada, cada cual tiene un canon personal, este puede ser diverso, sin ningún hilo conductor, y uno sabe cuán necesarios son para sendos proyectos narrativos.

¿Cuál es tu metodología para escribir: planificas o te dejas llevar?

Planifico lo esencial: principio y final. Luego, me dejo llevar, además, en el mismo proceso pueden ocurrir cambios, pero estos no se dan si es que no tienes una idea general de lo que quieres contar. No sé, pero me siento incapaz de escribir cuentos, sencillamente no puedo, me es muy difícil. Por eso estoy convencido de que siempre escribiré novelas, creo que el mismo hecho de escribirlas es el mayor placer que pueda sentir. Además, hace un tiempo le escuché decir a Pérez-Reverte que uno no puede atreverse a escribir novela si es que no se conoce bien el siglo de la novela, el XIX. Conocer la novela decimonónica es fundamental, no sé qué hubiera sido de Joyce, Faulkner o Nabokov si no hubieran tenido un conocimiento cabal de lo escrito en el XIX. Imagínate, cuando lees las novelas de Faulkner y las analizas en conjunto no tardas en darte cuenta que estás ante un patente homenaje a La comedia humana, o sea, Faulkner renovó la estructura convencional de la novela partiendo de un conocimiento de causa esencial.

Relacionado íntimamente con la anterior: escribir es ¿inspiración o trabajo?

En el caso de la novela es netamente trabajo, requiere de mucha disciplina interior y constancia. No conozco caso alguno de renombre e importancia que haya escrito una novela a punta de inspiración. A lo mejor la inspiración sirva en cuento y poesía, pero no sé, no escribo esos géneros, pueda que peque de prejuicioso.

¿Rompes muchos papeles o te viene todo fluido?

Todo lo escribo en la pantalla de la PC. Lo que sí hago es tomar notas que sé que me pueden ayudar en un momento determinado. Digamos que las ideas me vienen con mucha facilidad y el trabajo consiste en seleccionar las ideas que valgan la pena, esto es también una lucha con uno mismo. Si bien es cierto que la novela es la parcela más libre que hay, no debe abusarse de esa libertad, si quieres hacer algo original, y como ya lo dije, tienes que saber qué es lo quiebras. Y eso sí, hoy en día, aunque no lo parezca, se escribe mucho más en la pantalla de la PC que cuando se escribía a mano o en máquina de escribir.

Háblanos de ‘La cacería’, ¿de dónde te surgió la idea para tu primera novela?

La cacería cuenta tres historias: la de un par de agentes de la dictadura de Fujimori, la del periodista Óscar Gómez y la de quien cuenta la novela. Pero esto no hubiera sido posible si es que no me hubiese encontrado en un bar de mala muerte en La Victoria –distrito populoso de Lima- a donde llegué no sé cómo, pero lo que sí recuerdo fue que al despertar me encontré con un par de sujetos de porte militar en la misma mesa en la que estaba yo, ambos estaban hablando de la edición de unos videos pornográficos y a cada rato mencionaban al Doc y al Presidente. Recuerdo que me puse a beber con ellos hasta que salió el sol, y me contaron cosas realmente alucinantes. Ahora, no sé si eran agentes de verdad, a lo mejor eran unos militares frustrados que querían impresionarme, pero aún así, lo que escuché me sirvió para tener la idea base de La cacería. Llevaba tiempo dándole vueltas a un argumento sobre la dictadura de Fujimori y su asesor Montesinos, y no encontraba novela alguna en la que se haya relatado esa relación sórdida entre ese par de sujetos, pero las cosas suceden por algo puesto que en esos meses Alonso Cueto publica Grandes miradas, novela que me gustó mucho, y a raíz de dicha lectura fue que me sentí libre para abordar la historia que tenía en mente.

Desnúdate un poco, ¿qué hay de real y qué de ficticio en tu novela?

Casi todo es real, hay personajes fácilmente reconocibles en sus páginas. Leí mucho sobre el tema, no por fines literarios, sino por un interés personal. Por desgracia, en Perú la gente se deja llevar más por lo que se dice en las calles, en los bares y en los baños. Si quería saber a cabalidad de esa época, tenía que hacerlo bien. Claro que en algunos casos he tenido que camuflar, al punto que tuve que hacer uso de no pocos apellidos maternos y jugar con la ubicación de ciertos espacios. Cada personaje tiene algo de mí, y la atmósfera representada es lo que siempre me ha obsesionado. Lo que sí me gustaría decir es que yo estoy en contra del aborto, salvo excepciones bien fundamentadas. Quienes lean la novela se darán cuenta por qué lo digo.

Varios años después de la desaparición de Fujimori y Montesinos, ¿quedan huellas en la sociedad peruana de su presencia al frente del país?

Fujimori y Montesinos no han desaparecido. Montesinos está una supuesta cárcel de máxima seguridad, y el cobarde y cleptómano de Fujimori se da la gran vida en Chile. Esto es algo que me fastidia mucho puesto que el actual gobierno de Alan García no hace nada por agilizar la extradición de ese ladrón, y en parte entiendo esta actitud de García ya que fue él quien ayudó a Fujimori a llegar a la presidencia, y el partido político de Fujimori es ahora un aliado clave del actual gobierno. García está meciendo al país con estupideces, no ha hecho nada concreto que valga la pena resaltar, y el luchar contra la corrupción jamás ha sido una de sus características. Lamentablemente, lo dejado por Fujimori y Montesinos es una estela de podredumbre moral que afectará a varias generaciones de peruanos.

Algunos personajes de ‘La cacería’ son descarnados, faltos de escrúpulos, ¿van tipos así sueltos por las calles del Perú?

Yo creo que en todo lugar hay gente inescrupulosa, desde aquellos que ejercen sus bajezas desde el poder hasta aquellos que se refocilan en ella en la vida diaria. Lógicamente que lo de Fujimori se hizo sentir más por el mero hecho de que su gobierno se caracterizó por ejercer el terrorismo de estado a través de grupos paramilitares como Colina y un servicio de inteligencia que tenía la función de amedrentar, extorsionar y asesinar a quien fuera un peligro para sus planes de perdurabilidad. Ni hablar de la sujeción del Poder Judicial, pero esto no es nada en comparación al plan de embrutecimiento y desinformación que llevaron los canales de televisión, las radios y no pocos diarios.

Pero tus inquietudes no se circunscriben sólo a la literatura. ‘La cacería’ es también un repaso al bagaje cultural que te envuelve, hablas en ella del cine y, especialmente de la música, ¿eres un hijo del pop y del rock?

Me gusta bastante la música, en especial el rock. No hago absolutamente nada si no estoy escuchando música. Salgo mucho a discotecas en las que se pongan cosas de Joy Division, Happy Mondays, Aviador Dro, New Order, The Ocean Blue, Café Tacuba, etc. Creo que todos necesitamos de una banda sonora personal, y mi banda sonora que me seguirá hasta el fin de mis días es el álbum Quadrophenia de The Who. Ese álbum me salvó la vida. Además, me gusta compartir música, tanto así que con Miguel Rivera y mi pata Daniel Salas administramos La caverna, un blog en el que colocamos videos musicales que valen la pena. Pero paradójicamente, a la hora de escribir ficción, prescindo del rock para dejarme llevar por Las variaciones Goldberg, en la versión del hechicero Glenn Gould.

El tráfico de drogas y su conexión con el poder también se reflejan en tu novela, ¿tan terrible es la situación en Perú sobre este tema tan espinoso?

Imagínate que se usaba el avión presidencial para transportar droga. Sin embargo, creo que esto no es una situación que se haya vivido solo en Perú, estoy convencido que también sucede en otros países de la región. Lo que pasa es que cuando se dieron a conocer los videos que tumbaron a la dictadura empezó a cristalizarse lo que fluía como sospecha o habladuría. Fue un golpe durísimo para quienes defendían y exaltaban los supuestos logros de Fujimori, pero aún así, la gente es desmemoriada ya que ahora hay un porcentaje significativo de la población que extraña a Fujimori.

Ejerces la crítica en el “Diario del Siglo XXI” y también en tu país, ¿qué tal han ido las críticas vertidas sobre tu ‘ópera prima’?

Me considero un escritor que escribe sobre libros que le gustan, e intento ser muy objetivo, y sé que aún me falta aprender bastante, y eso es lo sustancial, seguir aprendiendo, ergo, seguir leyendo torrencialmente, me encanta como no tienes idea. Con relación a las críticas de mi novela no me gusta decir mucho, no soy un onanista que ventile de lo bien que se habla de La cacería, ni mucho menos un despechado que dispara contra quienes hayan escrito mal de mi libro. La crítica está desde siempre, y sean cuales fueran los comentarios, estos jamás me van a afectar. Gracias a Dios estoy curado contra eso. El verdadero escritor tiene que estar dispuesto a soportar lo que sea. Y tiene que saber guardar mesura a la hora de los elogios. Hace un tiempo le escuché decir a Roberto Bolaño que le parecía patético que los escritores se esfuercen por ser inmortales, que eso era una burda ilusión puesto que todos los escritores están condenados al olvido, y que esto se verá en el gran futuro, en el que Shakespeare y menganito serán prácticamente lo mismo. Bueno, hay muchísimas cosas que dijo Bolaño en vida, era un soberano bocón, pero en esto, en especial, le doy toda la razón. Lo importante es vivir hacia adentro, en preocuparme en lo que realmente importa: leer, escribir y vivir.

Publicado en Siglo XXI

LA CACERÍA, de Gabriel Ruiz Ortega; por Víctor Coral

En las primeras páginas de su EUMESWILL, el escritor alemán Ernst Junger sugiere que, en literatura, una frase puede ser inexacta, pero no insincera. Guiados por estas sabias palabras, abordamos la novela debut del autor pasando por alto el puñado de errores ortográficos, gramaticales y hasta de tipeo con que "adorna" su estilo desenfadado, y deudor, positivamente hablando, de maestros del policial político, como James Ellroy. Centrado en los estertores del Fujimorato, el libro registra la persecución, por parte de las fuerzas del orden, de una joven implicada en una confabulación contra el gobierno. Desaliños aparte, el autor exhibe un proteico manejo del ritmo, una sintaxis narrativa aceptable, y gran capacidad de mantener el interés del lector.
Rock, drogas, sexo,violencia y personajes reconocibles gravitan en este mundo posible (Dolezel dixit) tan parecido a un pasado inmediato nuestro que nunca estará de más recordar para no repetir. Tiros de salva adicionales para el diseño de portada, en sobrio negro sobre negro.

Publicado en la revista Somos del diario El Comercio, el sábado 3 de setiembre del 2005

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LA CACERÍA, de Gabriel Ruiz Ortega; por Herme Cerezo

Resulta estimulante, a la vez que comprometido, reseñar la novela de un amigo. Sobre todo cuando la obra, amistad aparte, tiene calidad. Me estoy refiriendo a ‘La cacería’, opera prima de Gabriel Ruiz-Ortega, un escritor peruano, nacido en Lima en 1977, colaborador de Diario Siglo XXI, inédito todavía en España aunque suficientemente conocido en el continente sudamericano como crítico, reseñista, antologista y escritor.

Gabriel Ruiz-Ortega encuadra ‘La cacería’ en Perú, durante la presidencia, democrática, primero, y dictatorial, después, de Alberto Fujimori, al que en la novela los personajes se refieren como el ‘Chino’, por su clara ascendencia japonesa (si hubiera sido de origen chino, los peruanos, con su fino sentido del humor, le habrían bautizado como el ‘Japonés’, claro está, mirusté, como diría Montero Glez) y del asesor del Jefe del Servicio de Inteligencia peruano, Vladimiro Montesinos, personaje de oscuro pasado que terminó erigiéndose en mandamás de la dictadura fujimorista.
La acción se centra en la localización de una mujer, de la que se sospecha que posee unos disquetes entregados por su novio, un periodista asesinado, en los que se almacena información comprometedora para el régimen. Los encargados de esta búsqueda son los agentes Martínez y Casas, miembros del grupo paramilitar “Las Esquirlas”, dos tipos carentes de escrúpulos, cuyos comportamientos nos invitan a conocer los mecanismos utilizados por el Doc (Montesinos) para neutralizar enemigos, en este caso concreto el periodista, Óscar Gómez en el libro, personaje tal vez basado en Gustavo Gorriti, reportero de la vida real que investigaba las andanzas del Doc hasta su arresto por las fuerzas paramilitares. También incide el libro en las relaciones entre el asesor presidencial y las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias Colombianas) y su buen gusto por las mujeres, a las que no dudaba en trasladar a pocas cuadras de su residencia, para tenerlas a mano cuando la bragueta le apretase más de la cuenta.
Sobre Ruiz-Ortega hay aspectos importantes que no se pueden dejar pasar por alto sin efectuar un mínimo comentario. En primer lugar, su fraseo dinámico, rápido, sin tregua, que te agarra y empuja del principio al fin de la historia, como si el lector fuese el tronco de un árbol, que ha quedado a merced de una corriente fluvial. El propio autor ha manifestado que “La cacería es una novela que muerde” y creo que no anda desencaminado en su aserto porque, por momentos, mientras la leía, desembocó en mi memoria “otro mordedor literario”, el James Ellroy de ‘Requiem por Brown’ o ‘L.A. Confidencial’, paradigma de la escritura trepidante.
‘La cacería’ es también un compendio del acervo cultural de su autor. Gabriel Ruiz-Ortega, además de un espléndido escritor, es un apasionado por la literatura. Sus referencias constantes a otros autores y las opiniones que le merecen algunos de ellos (Varguitas, Pérez-Reverte, Cernuda, Octavio Paz, Machado, Cummings, John Le Carré, Frederic Forsyth, Durrell, Juan Carlos Onetti, Rodolfo Walsh ― del que les hablé recientemente ―, Montero Glez o Roberto Arlt) demuestran su profundo conocimiento literario. No podemos ni debemos olvidar que detrás de todo escritor se esconde un lector empedernido, un borracho de la literatura y un letraherido, como creo que es el caso de Ruiz-Ortega. Devoto de Paul Auster, el reciente Premio Príncipe de Asturias, Gabriel ubica algunos pasajes de su novela en una discoteca que lleva por nombre ‘El Palacio de la Luna’, en alusión (yo diría que homenaje), a una de las mejores obras del escritor neoyorquino.
Pero no terminan ahí las referencias culturales del escritor limeño, porque el mundo del cine (‘Apocalypse Now’, ‘Fear and loathing in las Vegas’, ‘Taxi Driver’ o ‘Raging Bull’), del cómic underground (Robert Crumb) y de aventuras (Hugo Pratt), así como la música rock y pop transitan continuamente por las páginas de ‘La cacería’. The who, Lou Reed, David Bowie, Janis Joplin o The Smiths, entre otros, son buenos ejemplos de esto último.
La religión, en este caso representada por el modelo evangélico, también encuentra su hueco en la novela, un hueco interesante por lo que aporta de su conocimiento para el neófito en ese mundo de congregaciones y pastores en que se mueve.
El lenguaje de ‘La cacería’ es típico de la literatura peruana. En eso no cabe duda ― no puede negarlo ―, Gabriel Ruiz-Ortega se muestra heredero de sus paisanos que se encuadraron en el llamado Boom de los 70 y otros posteriores, aunque Gabriel incluye una sutileza, sin duda debido a su edad: el lenguaje de argot, de ambiente joven, del mundo de las discotecas y de los estupefacientes, sin olvidar, por supuesto, la terminología de las corruptelas políticas, impuesta por el propio leit-motiv de la ‘La cacería’ y las derivaciones del mundo de la informática (chateo, messenguer, disquetes, cedés, etc.). Es, por lo tanto, su léxico bien propio de la generación peruana a la que representa, hija del tiempo que le tocó vivir, transcrito en un lenguaje crudo, sin ambages, plagado de usos propios del habla coloquial, francamente duro por momentos.
Pero todavía encierra una última sorpresa esta ‘cacería’ de negro sobre blanco. Y es que el propio Gabriel Ruiz-Ortega, se incluye en ella como un personaje más. Pero lo hace sin seudónimo, sin camuflaje, a pecho descubierto, sin chaleco antibalas, utilizando su propio nombre y haciendo honor a una de las citas del fallecido Manuel Vázquez Montalbán, que incluye en la cabecera del libro: “Cuando una persona real sale en una novela, deja de ser real, se convierte en un personaje de ficción”.
En resumen, estupendo debut de Gabriel Ruiz-Ortega en el mundo de la novela, al que sólo una pequeña nota discordante, no atribuible al escritor peruano, puede achacársele: la labor poco eficiente del editor. Ojalá pronto podamos leerle en España en una versión más cuidada que la existente. Gabriel Ruiz-Ortega lo merece.
Así sea.
Publicado en Siglo XXI

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LA CACERÍA, de Gabriel Ruiz Ortega; Montero Glez

GABRIEL RUIZ ORTEGA. Gabriel Ruiz Ortega es un amigo limeño al que conocí gracias a este invento que es la internet y que tanto nos acerca y que de vez en cuando nos enfrenta.
El amigo Gabriel es aficionado a la música y al cine y un apasionado de las letras. Tiene publicada en su Perú una novela deliciosa y amarga a la par. Se titula: La cacería, y en ella da cuenta de los últimos suspiros de la dictadura fujimorista.
Gabriel Ruiz Ortega en La cacería escribe y describe a pulso rápido y con lenguaje coloquial una historia negra como el destino de sus protagonistas. En ella se dan cita los New Order junto con Peter Frampton y Lezama Lima y Hunter Thompson y Pío Baoja y Jim Jarmusch. Referencias culturales de un tipo curioso que de vez en vez me escribe. Y un servidor, que es muy perro para estas cosas, a veces le contesta y a veces no.
El otro día recibí un correo del amigo limeño. Bueno, más que un correo era un regalo de los que no se olvidan. Me había conseguido editorial en Perú y queria un volumen de cuentos.
Toda una buena noticia que me ha hecho volver al pasado y buscar y rebuscar entre tanto papelote. Me paso las noches corrigiendo, seleccionando, tirando a la papelera cuentos que ya no me valen.
De todos los cuentos, hay uno que me lleva al Madrid de hace veinte años, o por ahí, cuando un servidor todavía era un chaval dispuesto a comerse el mundo.
Antes de que el mundo me zampara por entero, tenía, además de granos en la jeta, una guitarra que tocaba con sordina cuando llegaba la noche. En ella arrancaba acordes de rocanrol. Smoke on the water. Wish you where here, Sweet home Alabama, Hotel California y sobre todos ellos los acordes de Starway to heaven, de Led Zeppelin. Litronas de la Mahou y cigarros sueltos de Fortuna y taleguitos de jachís envueltos en papel de plata. Con eso y poco más, fui un adolescente feliz.
Hoy, gracias a mi amigo limeño, la memoria me devuelve a aquellos tiempos que ahora plasmo en un cuento que a primeros de septiembre he prometido entregarle.
Era el Madrid de los conciertos al aire libre en el campo del Moscardó, el Madrid de los graffitti del Muelle y de las muñequeras de pinchos, el Madrid del Cojo Manteca, de las crestas de colores y toda la inocencia de aquel chaval delgaducho, con granos en la cara y con un brillo en los ojos que siemprre le delataba.
Aquel chaval que iba a comerse el mundo, ahora pelea para que el mundo haga con él una buena digestión y que todavía no le cague. Todavía no, por favor, que hay que cumplir con el amigo limeño.

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