GABRIEL RUIZ ORTEGA. Gabriel Ruiz Ortega es un amigo limeño al que conocí gracias a este invento que es la internet y que tanto nos acerca y que de vez en cuando nos enfrenta.
El amigo Gabriel es aficionado a la música y al cine y un apasionado de las letras. Tiene publicada en su Perú una novela deliciosa y amarga a la par. Se titula: La cacería, y en ella da cuenta de los últimos suspiros de la dictadura fujimorista.
Gabriel Ruiz Ortega en La cacería escribe y describe a pulso rápido y con lenguaje coloquial una historia negra como el destino de sus protagonistas. En ella se dan cita los New Order junto con Peter Frampton y Lezama Lima y Hunter Thompson y Pío Baoja y Jim Jarmusch. Referencias culturales de un tipo curioso que de vez en vez me escribe. Y un servidor, que es muy perro para estas cosas, a veces le contesta y a veces no.
El otro día recibí un correo del amigo limeño. Bueno, más que un correo era un regalo de los que no se olvidan. Me había conseguido editorial en Perú y queria un volumen de cuentos.
Toda una buena noticia que me ha hecho volver al pasado y buscar y rebuscar entre tanto papelote. Me paso las noches corrigiendo, seleccionando, tirando a la papelera cuentos que ya no me valen.
De todos los cuentos, hay uno que me lleva al Madrid de hace veinte años, o por ahí, cuando un servidor todavía era un chaval dispuesto a comerse el mundo.
Antes de que el mundo me zampara por entero, tenía, además de granos en la jeta, una guitarra que tocaba con sordina cuando llegaba la noche. En ella arrancaba acordes de rocanrol. Smoke on the water. Wish you where here, Sweet home Alabama, Hotel California y sobre todos ellos los acordes de Starway to heaven, de Led Zeppelin. Litronas de la Mahou y cigarros sueltos de Fortuna y taleguitos de jachís envueltos en papel de plata. Con eso y poco más, fui un adolescente feliz.
Hoy, gracias a mi amigo limeño, la memoria me devuelve a aquellos tiempos que ahora plasmo en un cuento que a primeros de septiembre he prometido entregarle.
Era el Madrid de los conciertos al aire libre en el campo del Moscardó, el Madrid de los graffitti del Muelle y de las muñequeras de pinchos, el Madrid del Cojo Manteca, de las crestas de colores y toda la inocencia de aquel chaval delgaducho, con granos en la cara y con un brillo en los ojos que siemprre le delataba.
Aquel chaval que iba a comerse el mundo, ahora pelea para que el mundo haga con él una buena digestión y que todavía no le cague. Todavía no, por favor, que hay que cumplir con el amigo limeño.
Publicado en La Trinchera Cósmica
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