Friday, March 28, 2008

"El Conde de San Germán", de Leonardo Aguirre

Leonardo Aguirre (Lima, 1975), como ya lo he escrito en el artículo “La narrativa de L. A.”, en este diario, es uno de los jóvenes escritores peruanos más conocidos. Es autor de los libros de cuentos “Manuel para cazar plumíferos” y “La musa travestida”. El mentado artículo intentó explicar la poética de este escritor, teniendo como bases estas dos primeras publicaciones. Pues bien, ahora nos compete su primera novela, publicada a fines del 2007, titulada “El Conde de San Germán”.

“El Conde…” no nos ofrece una veta distinta a la ya recorrida por su autor: siguen los egos desmesurados de sus personajes, muy caricaturescos, por cierto; la apuesta formal; y el empleo de un feroz lenguaje artificial. En otras palabras, más, muchísimo más de lo mismo. Aguirre es el responsable de un proyecto narrativo que encadena toda su producción (hay un diálogo constante entre sus libros), tanto en estructura como en tema, y es imposible arriesgarnos a dar una opinión valorativa de su obra cuando con este tercer libro él no ha hecho otra cosa que la de seguir generando expectativa.

(Destaquemos este último aspecto puesto que hay quienes tienen, digamos, cinco libros publicados y siguen en las mismas. (Aunque es necesario decir que la literatura es como fútbol, nada está dicho hasta que te mueras.) Lo que fastidia es que existan ciertos narradorzuelos, dizque poetas y editores imaginarios que se arrogan cierta importancia cuando jamás en sus vidas han llamado la atención de la prensa, ni de la crítica.)

De Aguirre, como persona y escritor, pueden decirse muchísimas cosas, empero, lo que queda claro es que jamás ha pasado inadvertido, sus libros han sido comentados, reseñados, positivamente o negativamente, han tenido mucha resonancia; y su imagen ha estado de moda, por ejemplo: en el llanto de una escritora de novelas con tufillo de autoayuda que se quejó del maltrato literario del escritor (quien de vez en cuando la hace de crítico literario) vía televisión en hora punta; o como el haber recibido patadas y puñetes, en el auditorio de una universidad limeña, por parte de un escritor a quien no le gustó una reseña escrita por él.

Seguramente, se pensará que estoy cayendo en infidencias, en chismes, pero no consignarlo sería no destacar el motor, el acicate de todos sus libros, y en especial, estaría soslayando el alma de la novela “El Conde de San Germán”.

En “El Conde…” tenemos (para variar, hablando de egos desmesurados) a Leonardo Aguirre, el personaje, el protagonista, quien juega el rol de una suerte de Steve Coogan literatoso. El ficticio L. A. recibe en su refugio al reportero novato de una leidísima revista sabatina, a causa de la obtención un importantísimo premio literario. Para Aguirre, el autor, ya lejos de su rol ficticio de Coogan literatoso, este el pretexto idóneo para soltar toda la rienda en cuanto a los tejes y manejes del mundillo literario limeño, que si lo comparamos con otros ámbitos, pues no estaríamos ante una obra que adolece por su localismo, ya que en todo lugar, aparte de los libros publicados, siempre hay una historia oculta del por qué se premia a tal autor, del por qué determinadas reseñas y estafetas son descriptivas y otras no, del por qué se disfraza con los atuendos de las diferencias ideológicas, diversidades literarias y demás nomenclaturas las verdaderas razones de las distancias existentes entre grupos de escritores: mucha veces las causas son hormonales, y casi siempre obedecen a la más pura envidia.

Como dije líneas arriba, uno de los factores determinantes en esta peculiar poética es el uso de las estructuras, como nunca antes estas llegan a niveles vesánicos. La novela está compuesta por microhistorias al amparo de una suprahistoria que yace en el desenvolvimiento de un lenguaje artificial, falso, sin el cual, la novela carecería de frescura y contundencia.

En este aspecto, se refleja el manejo acertado al que ha llegado Aguirre en cuanto al andamiaje narrativo, muy superior a sus dos publicaciones anteriores. Sin embargo, se extraña muchísimo cierta “claridad” en el hilo argumental. Se puede apelar a toda clase de técnicas (recordemos que la novela, como género, ofrece libertad única), pero estas tienen que estar al servicio de un tronco argumental sólido, cosa que no se cumple del todo en “El Conde…” ya que hay varias microhistorias, a lo mejor acicateadas por el espíritu egocéntrico del autor, que reclaman protagonismo, y en algunos casos logran el cometido, reflejándose en el punto de quiebre de la continuación de la suprahistoria con contados, pero resaltantes, pasos en falso.

Obvio que una novela como esta saque roncha a no pocos, casi todos los personajes del mundillo literario limeño son parodiados, empezando por el ficticio L. A. No sorprende entonces que alrededor de ella exista un silenciamiento adrede, lo cual era de esperarse, pero lo que nadie negará es que a pesar de este óbice, la novela está en boca de muchos, o favorablemente o negativamente. En ese lado, Aguirre (el verdadero, no el Coogan) debe estar tranquilo porque lo peor que le puede pasar, ciñéndonos a su proyecto narrativo y a lo que él siempre ha mostrado de sí mismo, es que no se hable de lo que escribe, ni que no se tome en cuenta lo que haga o deje de hacer.

“El Conde…” es una novela divertida, hay pasajes cargados de humor corrosivo que nos recuerdan a no pocas páginas de “Manual para cazar plumíferos “, su mejor libro sin lugar a dudas. Y deja en la sensación del lector de turno de que lo mejor de Aguirre aún está por venir.

Editorial: Hormiga Editores.
Nota: Esta reseña apereció el 28 de marzo en Siglo XXI.

Tuesday, March 18, 2008

"Noches de cocaína", de J. G. Ballard

Esta es una reseña que venía aplazando desde hace varias semanas (o mejor dicho, meses). Cuando estaba a punto de mandarla, me topaba con la posibilidad de escribir sobre otro libro, no por ello más o menos interesante que este corrosivo trabajo de Ballard, “Noches de cocaína”.

Seguramente muchísimos asocien el nombre de este escritor desarraigado, en el pleno sentido de la palabra (nació en Shangai, de padres ingleses, y tras el ataque a Pearl Harbour toda su familia fue enviada a un campo de concentración japonés, tiempo después estudió en Cambridge, trabajó en Canadá y en la actualidad vive en Londres), con la adaptación de David Cronenberg de su novela “Crash”. Más allá de esta ligadura, pues es menester dejar por sentado de que estamos ante uno de los mejores novelistas de hoy, con una visión negra de la condición del hombre contemporáneo, la cual la ha canalizado en novelas de diversas temáticas, que mantienen un punto nervioso en la narración, con giros de contenido riquísimos, con personajes inclinados a la autodestrucción y atmósferas cargadas de tanatismo y sensualidad. Entre sus obras más conocidas tenemos a “Compañía de sueños ilimitada” (Premio British SF 1980), “Mitos del futuro próximo” y “La exhibición de atrocidades” (Premio Readercorn 1991), este último su mejor libro.

Seguramente, por el título de la novela que nos compete, se pensará que estamos ante un vivencial recuento de sexo, estupefacientes, noches interminables, mujeres lúbricas, hombres hormonales y demás. Pues bien, algo de eso hay, pero la novela es muchísimo más: Charles Prentice es un periodista que ve truncado sus viajes de trabajo para recalar en el balneario de Estrella de Mar, lugar habitado principalmente por ingleses que suelen pasar largas temporadas en medio de un paisaje idílico, y con harto tiempo para el ocio y la práctica de deportes. La razón de su llegada no es la escritura de una crónica o un reportaje. Se encuentra en ese lugar porque su hermano Frank está recluido en la cárcel a causa de la muerte de cinco personas en un pavoroso incendio provocado. Las investigaciones revelan que Frank no tuvo nada que ver en el siniestro, pero él decide autoinculparse ante la impresión atónita de todos.

Movido por este extraño comportamiento es que Charles se sumerge en el mundo diario de Estrella de Mar, y no demora en conocer a sus peculiares habitantes, quienes también están sorprendidos por la situación de Frank, y que a la vez hacen más de un intento por no revelar más del asunto a quienes quieran indagar. Pues bien, Charles, de a pocos, se topa con estos personajes signados por un acomodo vivencial envidiable. En esta línea tenemos a Bobby Crawford, personaje narcisista y fanático, en quien gira toda la trama de “Noches de cocaína”. Crawford es lo que podría llamarse una suerte de “la suma de todas las maldades”, por ello, es un imán de seducción andante que envuelve a todos los que directa o indirectamente han tenido contacto con él. Charles, para no despertar sospechas, decide interesarse por lo que Bobby quiere hacer para sacar del plácido marasmo a Estrella de Mar. La decisión parece ser acertada en un principio, pero sin darse cuenta, también es corroído, inconsciente e ingenuamente por lo que va descubriendo, en una suerte de viaje hacia los confines más tentadores, y en lugar de saber las causas que llevaron a su hermano a aceptar un crimen que no cometió, se adentra en las bases axiológicas que lo motivaron a ello, como si el aprovechamiento de un determinado acto del azar fuera más que suficiente para justificar algunas conductas que lindan con la vesania y el exceso…Esto es todo lo que puedo decir de la trama de la novela…

La narrativa de Ballard está sustentada en la despiadada introspección que realiza en sus personajes y en la creación de atmósferas que descansan en la descripción de los detalles, las cuales funcionan como símbolos, otorgándoles un por qué a situaciones que parecen anclar en la rutina de lo narrado. En “Noches de cocaína”, este par de cualidades son elevadas a la categoría máxima, en cada página podemos saber lo que sus protagonistas sienten y piensan: un video, unos zapatos, el color de un auto, las rayas de bikini de piel en una mujer, etc.

Sin embargo, lo que parece ser una virtud, en momentos llega a anclar la narración, por ello esta novela hubiera estado perfecta en cien o cientocincuenta páginas menos, pero un análisis más profundo nos permite concluir que el exceso en los detalles y la psicología es la única manera de poder sustentarla, llegándose a requerir del lector un “algo más” para seguir avanzando.

“Noches de cocaína” no está entre lo mejor de este gran escritor. Empero, esto no es un óbice para leerlo. La novela es muy buena por donde se la mire, y es casi un hecho de que su lectura nos llevará a indagar por lo anteriormente escrito. Lujo que solo se lo permiten los escritores de raza.

Editorial: Mondadori.
Nota: Esta reseña apareció el 18 marzo en Siglo XXI