Thursday, November 20, 2008

SUEÑOS REALES, de Alonso Cueto

Escribir de los libros y autores que a uno le gustan, en especial si quien lo hace es escritor, resulta a fin de cuentas una labor tan placentera como ardua. Cuando abordamos un texto que nos remece, es necesario tener una franja de tiempo que nos permita abocarnos con cierta objetividad, el tiempo es el verdadero filtro de nuestros excesos, así yazcan en la parcela del entusiasmo o la decepción, porque no siempre los retornos a las páginas que nos entregaron tanto logran sobrevivir a la segunda o tercera lectura.

El narrador peruano Alonso Cueto (1954), ganador del Premio Herralde de Novela, en el 2005, con LA HORA AZUL, y finalista del Premio de Novela Planeta Casamerica, en el 2007, con EL SUSURRO DE LA MUJER BALLENA, nos acaba de entregar SUEÑOS REALES, una recopilación de sus artículos literarios que aparecieron en diarios y revistas de Latinoamérica, como Letras Libres de México, La Tercera de Chile, El Dominical de El Comercio de Perú, entre otros.

Dividido en cuatro grandes secciones; Sueños Reales, Testimonios y Lectura, Retratos, y Variaciones; Cueto nos sumerge en las páginas de los escritores con quienes aún continúa sintiéndose un agradecido deudor.

La cualidad que resalta en todo el conjunto es la que siempre debe prevalecer en este tipo de publicaciones: la del contagio por la lectura. En este aspecto, el autor nos lleva de la mano por sus escritores favoritos, en los que es palpable el equilibrio entre deslumbramiento y objetividad, en donde no hay ningún espíritu con ansias de pontificar, sino la de incentivar la lectura de aquellos títulos, hurgando en la vida de sus creadores, que sí o sí deben forman parte del canon de todo escritor, tal y como puede disfrutarse en las páginas dedicadas a Henry James, Joseph Conrad, Raymond Carver e Italo Svevo. Entonces no debe ser una sorpresa que la primera sección, Sueños reales, sea la más sustanciosa del libro, en donde no solo es posible notar admiración, sino que por medio de los autores y obras abordadas nos acercamos también al canon personal del autor (a estas alturas, es imposible no ubicar entre sus principales referentes a James y Carver).

En Testimonios y Lecturas, nos topamos con perfiles de escritores peruanos, como (menciono algunos) Martín Adán, José María Arguedas, Julio Ramón Ribeyro y Alfredo Bryce, signados, en la mayoría, por la cercanía del autor con ellos, sin caer en el subjetivismo ensalzador. En “Retratos” se aborda, de manera sucinta, algunos libros de Paul Auster, Haruki Murakami, Isak Dinesen y Carson McCullers. Y en “Variaciones” tenemos tres textos que se desplazan en los alcances de la lengua, el tópico del cuerpo y la degradación innata del racismo, siendo el “El triunfo de la lengua” el mejor, puesto que en él se hace incidencia en la riqueza de la plasticidad del castellano para hacer suyos giros verbales de otras lenguas, teniendo como gran base del diálogo a la buena literatura.

Como todo libro, SR no está libre de ciertas caídas. A mí me hubiera gustado que el autor desarrolle más la sección “Retratos”, me queda la sensación como que el dulce es muy efímero, especialmente en las páginas dedicadas al gran narrador japonés Murakami.

Cuando un autor decide que se publiquen sus entregas publicadas en diarios y revistas, puede ser visto, porque hay casos, como una suerte de querer sumar más en su bibliografía, esta clase de intenciones se notan en el orden y criterio con los que se elijen los textos. Felizmente eso no ocurre con SR, en la escogencia de los textos hay una lógica, un por qué, un gran patrón que afianza el espíritu orgánico del libro. Por lo tanto, sí es patente encontrar el sentido al entusiasmo fundamentado de Cueto. SR es una muestra irrefutable de que el verdadero compromiso que debemos tener con los libros es precisamente con aquellos que nos gustan, que nos cuestionan, ergo, con los que somos mejores personas.

Editorial: Seix Barral
Nota: esta reseña apareció el 20 de noviembre en Siglo XXI

Thursday, November 13, 2008

EL OLVIDO QUE SEREMOS, de Héctor Abad Faciolince

Qué tópico tan difícil en la tradición literaria que el abordar la figura del padre. Cuentos, poemas, ensayos y novelas son los campos de experimentación de no pocos escritores que rara vez salen airosos de esta empresa.

Héctor Abad Faciolince (Medellín, 1958) es un escritor colombiano de quien puede decirse claramente que es un letraherido de la más pura estirpe. Autor de títulos importantes, como la novela BASURA, ganadora, en el 2000, del Primer Premio de Narrativa Innovadora de la Casa de América de Madrid, nos entregó, hace un par de años, el que vendría a ser su mejor libro, la memoria novelada EL OLVIDO QUE SEREMOS, la cual lleva hasta la fecha más de diez ediciones.

Si algunas referencias en cuanto a posible hermandad literaria tenga esta entrega de HAF, y aprovechando la cualidad de que el hacer reseñas es también un sano ejercicio de especulación (siempre y cuando se fundamente), lo ligaría a PATRIMONIO de Philip Roth y LA INVENCIÓN DE LA SOLEDAD de Paul Auster, los que tienen como centro la figura paterna, vista desde los buenos recuerdos sin dejar de lado el espíritu crítico que todo texto literario debe tener.

En EOQS el autor colombiano nos introduce en la vida de su progenitor, el médico Héctor Abad Gómez, y por medio de él es que no solo nos ceñimos a la historia de la familia Abad, sino que somos llevados a uno de lo periodos más crudos y sangrientos de Colombia, en donde la violencia era acicateada por las tan deleznables diferencias políticas e ideológicas, por la extrema pobreza, por los grupos paramilitares, por los sicarios, por las guerrillas, etc. Abad Gómez era, en sus propias palabras, un “cristiano en religión, marxista en economía y liberal en política”. Ergo, el médico era un idealista, al punto que nunca esperó hacer algo, como sus luchas por la salud pública, por ejemplo, con el fin de verse beneficiado con algún cargo público o tentar un poder político.

La publicación es también la emisión de “fotogramas” del autor en cuanto a su vocación literaria, leer estas páginas es una manera de adentrarnos en los espíritus de las entrelíneas de sus otros libros, ya que es patente que la búsqueda del reconocimiento no es el principal fin de su labor, sino que en el hecho mismo de escribir yace la mayor dicha que debe sentir cualquiera que pretenda llamarse escritor. Esta visión de la literatura fue alentada en un joven HAF por su padre, quien el martes 25 de agosto de 1987 fue asesinado por un grupo paramilitar, hecho central que motivó la escritura de estas páginas cargadas de recuerdos, felicidad, amor y también de mucha crítica para con el médico. El asesinato de Abad Gómez no llegó a ser resuelto del todo, por el contrario, hay varias versiones que sindican a los culpables directos, las cuales no son lo suficientemente fuertes como para nombrar a los autores intelectuales. (En aquellos años los líderes colombianos, que tenían que poner solución a los problemones de las FARC, el narcotráfico y el sicariato, hacían “uso” de los execrables grupos paramilitares, en lo que se conoce como “guerra de baja intensidad” (lo sé bien puesto que en Perú (1990 – 1997) al felizmente hoy encarcelado dictador Alberto Fujimori se le dio por dar apoyo a la “guerra de baja intensidad”, con la que se combatía al terrorismo con el peor de los medios: el terrorismo de estado). Abad Gómez denunciaba estos mecanismos de lucha antiterrorista a través de comunicados de prensa y artículos, o sea, era un elemento sumamente incómodo, tildado de comunista, izquierdista y derechista.

HAF deja patente la muestra de su talento (trabajado) para la escritura, las páginas vuelan, en no pocos tramos nos llevan a retroceder para seguir, demostrando que lo suyo es, ante todo, la buena prosa, con la que puede darse el lujo de escribir de lo que le venga en gana. Sin embargo, a este escritor que reseña libros que le gustan, le hubiera gustado leer un poco más sobre esos círculos de poder que apoyaron a los grupos paramilitares, cosa que no se pudo ya que, como bien señala el autor, no se llegó a tener las suficientes pruebas pese a que se tiene una idea, muy razonable, de quienes pudieron ser los responsables.

Sin ninguna duda, Héctor Abad Faciolince es un autor al que debe leerse, su poética posee la cualidad de despertar en el lector la sensación de agradecimiento por la lectura concluida, cosa que hoy en día ocurre contadísimas veces.

Editorial: Planeta.
Nota: Esta reseña apareció el jueves 13 de noviembre en Siglo XXI

Tuesday, November 04, 2008

LA CARRETERA, de Cormac McCarthy

Como ya lo dije antes en esta columna, Estados Unidos es tierra de novelistas. Hoy en día este país puede darse el lujo de tener más de veinte de primer nivel, muchos de ellos llamados a quedar y a ser de influencia directa para las nuevas generaciones de escritores del mundo entero.

Es que si hablamos de la tradición novelística norteamericana, no nos referimos a poca cosa, cada escritor en ciernes sabe que su acervo inconciente descansa en una estela punzante en no pocas décadas del siglo XX, la cual tiene como punto de inflexión la consolidación de esta tradición en la segunda mitad del XIX.

Junto a Philip Roth y Don DeLillo, Cormac McCarthy (Rhode Island, 1933) se ubica como parte de esta triada que marca el devenir de la novela como tal, su legado va más allá de lo literario, se asienta también en una actitud ante el oficio de la escritura, encadenada a una suerte de negación de los vaivenes de la propaganda editorial que no pocas veces ataranta a “algunos”. Durante muchos años McCarthy ha sido un escritor oculto, lo único que se sabía de él era que vivía escondido en una casa de El Paso, Texas; hasta se ponía en tela de juicio su existencia, ligándola a la estirpe de los “escritores que odian la fama” como J. D. Salinger y Thomas Pynchon, con quienes compartía una cualidad más allá de anacoretismo: sus libros recibían la consagración de la crítica y el justísimo favor de los lectores.

Pese a ser reconocido como uno de los más grandes narradores norteamericanos vivos, fue a raíz de la adaptación cinematográfica de los hermanos Coen de su novela NO ES PAÍS PARA VIEJOS lo que terminó impregnándolo en el imaginario popular. Tengamos también en cuenta que esta “impregnación” tuvo un antecedente gracias al círculo de lectores de la famosa conductora de tv Ophra Winfrey. Es a partir de estos sucesos que el hasta entonces ermitaño narrador empezó a salir más, lo cual tiene mucho que ver con un factor de desprendimiento emocional: su hijo menor, quien lo acompañó en la ceremonia de premiación de la última edición del Oscar.

Premiada con el Premio Pulitzer de Novela 2007, LA CARRETERA es una novela distinta en la trayectoria del ex ermitaño. Todas sus novelas están asentadas en contextos de lucha por la supervivencia de la zona sur gringa; sin embargo, en esta estamos ante un trabajo que linda con las novelas utópicas y distópicas, en la que se nos presenta un territorio norteamericano devastado por lo que pudo ser una gran explosión nuclear, en donde un hombre y su hijo caminan y caminan siguiendo la dirección de una carretera que los llevará al mar, que funge como símbolo que engloba tanto a la incertidumbre como a la esperanza. Es así que estos innominados protagonistas, hambrientos y sucios, no tienen otra opción que seguir el único sendero claro en medio de bosques y ciudades cubiertos de ceniza, en su trayecto, el padre es presa de sus recuerdos de niñez y juventud, los que se incrementan ante las entendibles preguntas signadas por la curiosidad que le formula su hijo. Pero no son los únicos, también aparecen bandas de caníbales enfermos y mutilados, que los atacan y persiguen, ya sea para robarle lo poco que llevan en su carrito de compras de supermercado o para violarlos.

Un aspecto salta a la vista en la novela: asimilación y renuncia del legado de su maestro William Faulkner, tan pero tan presente en todos sus libros. Empero, en LC este legado se ve reducido debido al uso excesivo del lenguaje minimalista, que en no pocos pasajes recuerda a los recursos empleados por James Ellroy y Raymond Carver, al que no apela por mero facilismo, sino a través de un proceso de descomposición al servicio no de la historia, sino de la atmósfera asfixiante y derrotista de esta, que vendría a ser el único puente que lo mantiene en la veta del autor de EL SONIDO Y LA FURIA.

Si algún reparo podemos hacerle a la novela es que es muy buena, pero a la vez está muy lejos de la contundencia imperecedera exhibida en MERIDANO DE SANGRE, TODOS LOS HERMOSOS CABALLOS y EN LA FRONTERA.

Editorial: Mondadori
Nota: Publicado el 4 de noviembre en Siglo XXI

Monday, October 27, 2008

Dos libros de Javier Alonso Benito

Hace unas semanas en Lima moderé la presentación del escritor español Javier Alonso Benito (Logroño, 1977), quien leyó la ponencia “La literatura del yo en la narrativa española actual”, lo cual fue un enriquecedor descubrimiento puesto que muy poco sabía de la tradición de los dietarios en la tradición literaria española, aunque de alguna manera los autores que mencionó en la lectura sí me eran muy conocidos, a quienes en su mayoría conocía por sus novelas.

Pues aprovechando el acercamiento que tuve con este escritor contemporáneo a mí, con quien no solo compartí mesa, sino también el afiche promocional, leí con mucho interés sus dos libros: la novela SUEÑOS Y CADÁVERES (Pre-Textos, 2002) y SÍNDROME (AMG Editor, 2002), el cual ganó el X Premio de Narrativa Café Bretón. Y como era de esperarse, quedé más convencido que nunca de que aún nos falta muchísimo por saber lo que se escribe pasando el charco. He allí la importancia de los encuentros literarios organizados por el Centro Cultural de España de Lima, que más allá del esfuerzo por patrocinarlos, tiene el buen ojo de traer a escritores que se defienden solos, con sus libros, tal y como quedó demostrado con Eduardo Lago, Antonio Orejudo, Lorenzo Silva, Carlos Castán y ahora último con Javier Alonso Benito.

SYC nos recuerda a las novelas de aprendizaje, tiene todos los componentes para ser catalogada como tal en primera instancia, sin embargo, una mirada más atenta nos lleva a decir que es más que una buena novela de dicha vertiente. En ella tenemos un par de protagonistas peculiares, Benjamín y Lucio, ambos son corrosivos letraheridos que se ganan la vida en labores muy ajenas a las carreras que estudiaron, pero que pese a esa situación, tienen una predisposición por el gusto de vivir y cuestionarlo todo, cosa que es más que interesante, ya que la novela, carente de un gran argumento, está muy lejos de aquellos exabruptos novelísticos con páginas llenas de las más anodinas anécdotas, puesto que se sostiene gracias al buen perfil de sus personajes, cuestión clave para todo proyecto narrativo que se respete.

Una novela que lo tiene todo en cuanto a los sucesos generacionales, tantos los protagonistas como aquellos que los rodean son un testimonio de lo “no contado” cuando acaecen los cambios que alcanzan, por ejemplo, a la historia última española, a sus modos de pensar, a la persistencia de los ideales cuando la realidad te brinda todo para no creer en ellos, fundido todo en una atmósfera carnavalesca sazonada con referentes populares que tienen su virtud en el no abuso de estos, que entran y salen a manera de comerciales de tv, como para recordarnos que la esencia de SYC está en sus subhistorias.

Por eso, no creo que sea una locura afirmar que esta es una novela con voluntad de crónica, la cual nos pone en primer plano la desazón y el fracaso, en donde también tenemos un protagonista presente y ausente en casi todas las páginas, que, hay que decirlo para colaborar con la desmitificación, causa temor y es digno de desdén por parte de muchos amos y señores de las letras: pues me refiero al humor cínico y corrosivo.

Y en la no muy conocida tradición del dietario, tenemos al dietario SÍNDROME.

De arranque, llama la atención que un escritor joven apueste por esta vertiente narrativa, ya que en la mayoría de los casos, son los escritores trajinados los que se lanzan a escribir dietarios, seguramente bajo el cobijo que representa dejar un testamento literario. Sin embargo, en contra de lo que podría suponerse, el dietario tiene un riquísimo abanico de posibilidades, se nutre del espíritu de la novela y se arropa del subjetivismo de la poesía, elementos importantes para lograr proyectos narrativos signados por la experimentación temática y formal. En SÍNDROME, el autor juega a ser él mismo, pero en distintas facetas, o miradas, desplazándose sobre hechos que abarcan acontecimientos literarios, musicales, cinematográficos, existenciales, etc., los cuales no están en la vanguardia por su grado de importancia, sino por la manifestación de sus detalles, en los que evidentemente están los logros estéticos del libro. Y al igual que en la novela, el humor se hace presente.

Pues bien, no es una exageración afirmar que Javier Alonso Benito es un narrador a tomar en consideración, en sus dos libros es posible notar lo que muchos demoran lustros en encontrar (sea por falta de talento o lecturas): una voz propia de una poética del fracaso canalizada por el delirio, la que no es, bajo ningún punto de vista, poca cosa.
Publicado el 27 de octubre en Siglo XXI

Monday, October 20, 2008

Entrevista a Guillermo Niño de Guzmán (PP)

“Soy un bibliófilo incorregible. Nada me tranquiliza más que pasarme horas en una librería, buscando en las estanterías algún ejemplar valioso para mí”

Guillermo Niño de Guzmán, escritor

Sin lugar a dudas, Guillermo Niño de Guzmán (Lima, 1955) es uno de los más importantes narradores que tiene Perú hoy en día. Es autor de libros imprescindibles como El tesoro de los sueños, Caballos de medianoche y Una mujer no hace un verano. Su amor por la literatura lo ha llevado a escribir los deliciosos En búsqueda del placer y Relámpagos sobre el agua. Y es el responsable de la referencial antología narrativa En el camino. Niño de Guzmán no suele ofrecer muchas entrevistas, pero en esta derrocha la pasión con la que ha sabido construir una obra realmente adictiva.

Gabriel Ruiz-Ortega

Guillermo, todo indica que no eres un escritor prolífico, sin embargo, tus libros de ficción se resisten en abandonar la parcela del olvido. En el caso de Caballos de medianoche, ¿cómo lo ves a ya más de veinticuatro años de haber sido publicado?

Como un libro primerizo, con todos los aciertos y errores que ello supone. El problema inherente a todo primer libro es la falta de experiencia del autor. No sólo en cuanto a la vida sino en lo que concierne al trabajo del lenguaje, a la búsqueda y depuración de un estilo personal. Mirando ese libro con los ojos fríos de hoy quizá lo más rescatable sea la creación de determinadas atmósferas y de un tipo de personajes. Me refiero a esos ambientes lúgubres, mortecinos y sórdidos, así como a la desolación y sensación de derrota implícitas en la mayoría de los personajes. No me gusta releer lo que he escrito porque suelo encontrar fallas debidas a mi inexperiencia o falta de mesura. Recientemente tuve que volver a leer el relato “Carta a París” de aquel volumen -que, dicho sea de paso, es una historia que nunca me gustó mucho por su truculencia y porque aún no había conocido París y, por tanto, estaba basada en una información de segunda mano-, ya que me lo solicitaron para una antología (Pasajeros perdurables). Al releer el cuento percibí sus debilidades y me vi obligado a hacer una revisión minuciosa antes de enviarlo al editor. Desde luego, no creo que haya mejorado demasiado (¡hay varios remiendos!), pero, en todo caso, resulta menos deficiente que antes.

Manejo la idea de que la poesía y el cuento están muy ligados en el detalle, digamos que se linda con la relojería. ¿Qué es lo que te atrae del cuento?

Lo que me atrae del género breve es la concisión y la capacidad de concentrar todo un mundo en un instante. Hay escritores que edifican casas e incluso grandes edificios, mientras que yo me conformo con construir una habitación. A veces, incluso, con sólo una ventana por donde poder mirar. Por otra parte, a diferencia de la novela, en el cuento todo resulta esencial. En ese sentido, se acerca a la poesía y yo siempre he admirado mucho a los poetas (aunque soy incapaz de escribir un par de versos). Asimismo, creo que todo es cuestión de aliento creativo. Yo soy un gran lector de novelas y, sin duda, me gustaría ser capaz de escribirlas. Sin embargo, creo que ocurre algo similar a lo que se observa en el ámbito de los corredores: hay expertos en distancias cortas, medias y largas. Yo no puedo correr un maratón, ni diez mil o cinco mil metros, pero sí cien, doscientos y cuatrocientos metros planos. Y, quién sabe, tal vez me anime a probar en unos ciento diez metros con vallas...

La primera vez que te vi tenía quince años, y te vi en televisión, en una entrevista que te hiciera Jaime Bayly. Lo recuerdo bien porque ese día falleció Julio Ramón Ribeyro y le rendiste un homenaje descorchando una botella de vino en pleno programa. Creo que nunca olvidaré un homenaje así. Tú fuiste uno de sus amigos más cercanos, ¿qué es lo que más recuerdas de él?

Su complicidad. Bajo su apariencia tímida y distante, de cierta tristeza y apatía, ardía el corazón de un muchacho de barrio que había hecho todas las mataperradas de la infancia y adolescencia, y al que le entusiasmaba la camaradería y ese “esprit de corps” que caracteriza a un estrecho clan de buenos amigos. Por desgracia, durante gran parte de su vida el autoexilio que se impuso y una salud endeble fueron minando sus ganas de aventura. Sin embargo, tuvo el acierto de compensar esta situación arrojándose de lleno a la literatura, donde dio rienda suelta a sus pulsiones más íntimas y desveló su mirada escéptica e implacable. Lo curioso es que, si se lee con atención su obra –sobre todo, sus diarios-, se puede descubrir que no era nada indulgente consigo mismo, Por el contrario, era muy conciente de sus debilidades, yerros y fracasos. Para mí, pese a la gran brecha generacional que nos separaba, era como un amigo de mi edad. Sus tres o cuatro años finales fueron intensos, si no felices, ya que, para sorpresa de todos, decidió dejar de reemplazar la vida con la literatura y se zambulló en la aventura como un joven inflamado de ardor guerrero.

En las entrevistas que te han hecho hay una en la que dices que uno de los primeros libros que tuviste en las manos fue Tom Sawyer, de Mark Twain. Pero siempre hay libros especiales que nos llevan de inmediato a escribir. Yo tengo la idea de que uno de esos autores, para ti, fue Juan Carlos Onetti. Y que tienes una predilección temática por los personajes que viven un mundo interior muy convulsionado. Como si detrás de ellos estuvieran arrastrando a la muerte en distintas facetas. La muerte se deja sentir más en Caballos de medianoche.

Qué puedo decirte... Desde muy joven he reflexionado sobre ello y he llegado a la conclusión de que escribo para derrotar, de algún modo, a la muerte. Ya sé es que es una tentativa utópica, condenada al fracaso, pero creo que vale el gesto de rebeldía, un poco como los guerreros que saben que van a morir al enfrentarse a un enemigo descomunal y, sin embargo, se esfuerzan por vender caras sus vidas. En cuanto a Onetti, es mi escritor favorito entre los latinoamericanos. Supongo que me identifiqué mucho con su mundo narrativo porque cuando lo leía era muy joven y experimentaba esa sensación de vacío que atravesaba a la mayoría de sus personajes.

Cuando hurgo en tu biografía veo algunos enlaces biográficos con esa estela conformada por escritores aventureros como Ernest Hemingway. Sabemos que Hemingway fue clave para ti en la búsqueda de un estilo personal, pero digamos que has recorrido mundo, has sido reportero de guerra, periodista y has vivido muchos años fuera de Perú. Y esto se nota tanto en Caballos... como en Una mujer no hace un verano. ¿Hay algo de lo estés arrepentido o crees que lo vivido es suficiente?

Mi gran problema es que siempre me he arrepentido de algunas cosas que he hecho y de varias otras que no he llegado a hacer. Naturalmente, lo vivido nunca es suficiente. Hemingway ha sido una suerte de cómplice para mí y un estímulo permanente porque logró conciliar dos opciones aparentemente opuestas: una vida de acción y una vida de artista. En mi caso, carezco del arrojo y de la vitalidad que lo caracterizaban (no tengo el culto por la naturaleza ni por el deporte, por ejemplo), pero su lectura me ha ayudado a tratar de superar mis limitaciones y, sobre todo, a adoptar un código de valores personal. Asimismo, ha sido mi maestro en el arte de escribir.

La primera vez que hablamos me contaste que cuando eras joven solías buscar libros que no eran fáciles de ubicar. ¿Recuerdas alguna anécdota en especial?, ¿algún personaje que hayas conocido a raíz de estas búsquedas?

Soy un bibliófilo incorregible. Nada me tranquiliza más que pasarme horas en una librería, buscando en las estanterías algún ejemplar valioso para mí. Por suerte, no soy coleccionista de libros antiguos ni de primeras ediciones (aunque tengo algunas), ya que mis medios económicos no me lo hubieran permitido y me hubiera sentido muy frustrado por ello. Tal vez lo más sorprendente que me ha pasado en lo que concierne a la pasión por los libros era haber tenido el privilegio de ver una biblioteca increíble. Fui amigo de Pepe Durand –el autor de esa joya que es Ocaso de sirenas- y tuve la oportunidad de visitarlo en su casa de Berkeley, en California, donde era profesor. Cuando le dije que quería ver sus libros –es lo primero que suelo hacer cuando voy a casa de alguien por primera vez: los libros que uno posee, así como los cuadros o los discos, te dan una imagen muy certera de la persona en cuestión- me advirtió que probablemente no me iban a gustar, por la sencilla razón de que él no era un amante de la literatura contemporánea. Además, me dijo, sólo tenía alrededor de seiscientos. No obstante, cuál sería mi asombro cuando contemplé la colección de libros antiguos e incunables que poseía. José Durand era un insigne garcilasista y había dedicado la mayor parte de su vida a reconstruir la biblioteca del Inca Garcilaso. ¿Te imaginas? Durante años había buscado y gastado una fortuna en adquirir los mismos libros que había tenido y leído el Inca. No conozco otro caso tan ejemplar de bibliolatría (aunque ciertamente mi amigo Ricardo Silva-Santisteban puede ser considerado en el segundo nivel, el de bibliómano; yo me ubico en el rango más bajo: soy un modesto bibliófilo).

¿Cómo llegaste al jazz o fue el jazz que llegó a ti? Hace unos años Carlos Eduardo Zavaleta me contó que le comentaste que la polifonía que William Faulkner utilizaba en sus novelas te parecía un concierto de jazz. Además, escribes sobre jazz, y las novelas que te gustan, caso El invierno en Lisboa de Antonio Muñoz Molina, siempre están ligadas al mundo nocturno en el que esta música se mueve .

No recuerdo la aserción de C. E. Zavaleta, pero si se lo comenté, tal vez no me hallaba tan desencaminado. Ignoro si a Faulkner le gustaba el jazz, pero la mixtura de voces que se aprecia en sus libros podrían sugerir una influencia de la polifonía improvisada característica del jazz de Nueva Orleáns. Y, claro, Faulkner era un hombre del sur y, aunque fuera por ósmosis, tenía que haber asimilado los viejos blues y el jazz de las primeras bandas negras que pululaban en Nueva Orleáns, ciudad en la que pasó una temporada y donde -si no me equivoco- trabó amistad con Sherwood Anderson.

Y hablando de jazz, encuentro que la música y la vida de Chet Baker te fascinan. Uno de los personajes de El invierno en Lisboa es el trompetista Billy Swann, inspirado en Chet Baker. En tu libro Relámpagos sobre el agua hablas de la búsqueda nocturna de los músicos de jazz tras la nota azul. ¿Cómo definirías la nota azul? ¿Te gustó la versión cinematográfica que Zorrilla hizo de la novela?

No he visto la versión cinematográfica de El invierno en Lisboa, pero la novela me gustó mucho. Creo que es una de las mejores novelas sobre jazz que se han publicado jamás, quizá porque el autor es un profundo conocedor de esta música y tiene las dotes literarias para recrear la turbulencia y complejidad de un trompetista maldito como Chet Baker. En lo que concierne a la nota azul, se trata de un concepto técnico un tanto difícil de explicar. La idea básica es que en el jazz predominan determinados acordes característicos del blues. En realidad, las “blue notes” son las que le dan ese tinte inconfundiblemente “bluesy” a esa expresión musical. Los musicólogos han aventurado que los esclavos que llegaron de África utilizaban una gama pentatónica que no incluía semitonos. Por tanto, al encontrarse con la música occidental y una gama mayor diatónica con dos semitonos, se vieron precisados a disminuirlos para recuperar, en cierta forma, los intervalos a los que estaban acostumbrados. Si se considera la teoría de que la música evoluciona de acuerdo a la progresión de la serie armónica, entonces puede decirse que la asimilación de la 7ª menor distingue a los acordes propios del jazz Las notas azules pueden ser aplicadas a cualquier tema estándar para imprimirle un toque, un color típico del blues, lo que genera una tensión peculiar. En ese sentido, la “blue note” resulta esencial para la improvisación jazzística e incide en el swing particular que genera cada intérprete o ejecutante. Sin embargo, creo que se puede expresar lo que significa el swing basándose sólo en esos términos técnicos, ya que ello implicaría que cualquier músico que recurriera a las notas azules pudiera adquirir esa cualidad y convertirse automáticamente en jazzman, lo que sabemos que no es posible. Hay algo tan misterioso en el jazz que no es fácil traducirlo. A veces el músico y al oyente entran en una suerte de trance que, quizá, remita inconscientemente a algún tipo de mágico ritual ancestral.

Cuando escribes sobre libros, lo haces en torno a aquellos que te han gustado. No recuerdo alguna reseña negativa a libro alguno. ¿Cómo te sientes en la faceta como crítico?

Creo que sólo he hecho un par de reseñas negativas: a libros de Carlos Fuentes y Guillermo Cabrera Infante. Fue por indignación, porque en esos momentos esperaba mucho más de ellos y, como lector, me sentí defraudado. Aunque no me considero crítico en el sentido estricto del término –un crítico debe estar dispuesto a comentar tanto los libros buenos como los malos -, debo reconocer que disfruto mucho escribiendo sobre literatura. Por tanto, suelo escribir sobre los libros que me gustan. ¿Para qué perder el tiempo analizando las fallas y torpezas de un mal libro? Dejemos eso a los críticos profesionales. Yo, ante todo, soy un lector que trata de contagiar su entusiasmo a otro lector e inducirlo a leer un libro que me ha dado placer.


En un mundo globalizado como este, en el que cada día hay más puentes de comunicación, ¿crees que es necesario emigrar a los lugares en donde el mundo editorial está desarrollado, como es el caso de España? Tú has vivido muchos años allá y sabes de cerca cómo se mueven las cosas.

Naturalmente, siempre puede surgir un gran escritor en un país del Tercer Mundo y que haga su obra sin tener que salir del mismo. Pienso, por ejemplo, en Lezama Lima, que prácticamente nunca abandonó Cuba. No obstante, de acuerdo a mi experiencia, si se trata de un novelista con ambiciones, tal vez lo mejor sea vivir una temporada en la metrópoli editorial. En buena cuenta, todo sucede como en Lima y en cualquier parte: si haces los contactos necesarios puedes tener una mejor oportunidad para difundir tu obra. El problema es que en España hay miles de escritores y, en consecuencia, se requiere de cierto nivel de calidad que te permita competir con ellos. Los latinoamericanos que logran colocar sus libros en sellos españoles son muy pocos. En realidad, como ocurre en el mundo del cine, si no tienes un agente estás perdido. Las editoriales no pueden darse el lujo de leer los incontables manuscritos que les llega todo el tiempo. De ahí que el filtro sean los agentes, los cuales a su vez son selectivos. La industria editorial es un negocio y evaluar un manuscrito cuesta tiempo y dinero.

¿Qué hacer entonces? Pensar en los concursos y premios es una utopía, pues la mayoría son concertados previamente por agentes y editoriales. Tal vez el camino más adecuado para un escritor que vive en el Perú es intentar publicar su obra en un sello local que tenga distribución internacional. Si el libro tiene alguna acogida, luego habrá más posibilidades de interesar a un agente de fuera. A estas alturas lo importante ya no es que te publiquen sino que, por lo menos, te lean. He trabajado en editoriales españolas y sé que la mayoría de manuscritos que se les envían son devueltos sin haber sido leídos. Esto parece terrible, pero es comprensible si uno repara en la cantidad de escritores que existen.

Al margen de emigrar a un lugar donde abunden editoriales, creo que lo decisivo para un escritor es tratar de conocer el mundo. Desde luego, hay algunos escritores a los que les basta una información básicamente libresca, pero la mayoría necesita aquilatar nuevas experiencias, descubrir universos distintos al suyo. Esto no quiere decir que haya necesariamente que viajar a Europa o Estados Unidos: tal vez sea suficiente con dejar Lima e internarse en la selva o lanzarse al camino, como los beats y recorrer Chile y Argentina. En fin, todas las opciones valen y todo depende de la personalidad de cada escritor.

¿Hacia dónde apuntan ahora tus gustos literarios?¿Hay algún escritor a quien le estés siguiendo los pasos?, ¿algún autor a quién tengamos que descubrir o releer?

Mis gustos son eclécticos (además, no sólo leo ficción sino ensayos, biografías, diarios y memorias, estudios sobre jazz y cine, tauromaquia, etc.). Sin embargo, debo admitir que de cada cinco libros que leo sólo uno pertenece a un autor de hoy. Ya no me interesa como antes estar al día, sino, más bien, leer algún libro de un gran autor del pasado (por ejemplo, hay novelas de Dostoievski, Dickens o Balzac que aún no he leído) o releer a un autor querido (Hemingway, Joyce, Kafka, Conrad, Stevenson, etc). Pero no se crea que sólo ando en pos de los grandes títulos: también disfruto mucho leyendo obras de arte menor, una pequeña novela de André Gide, otra de Willa Cather, alguna de Kawabata, un relato de Gracq. Y, por cierto, he puesto énfasis en la lectura de autores que antes me resultaban muy difíciles y herméticos, como Beckett, Blanchot o Klossowski. Antes no estaba preparado para comprenderlos. También leo con obstinación a Joseph Roth. Entre los contemporáneos, he apreciado mucho en los últimos tiempos a Cormac McCarthy y Haruki Murakami, a James Salter y Denis Johnson, y, por supuesto, a J. M. Coetzee. Entre los españoles me gustan Enrique Vila-Matas y Javier Cercas. También me ha atraído Montero Glez -a quien me has recomendado vivamente- por su prosa tan fulgurante e insólita. En cuanto a los latinoamericanos reconozco los aportes de Roberto Bolaño (sus novelas breves, que encuentro más redondas que sus propuestas de mayor envergadura) y Juan Villoro, quien además de narrador es un estupendo ensayista y cronista. No obstante, sigo pensando que los viejos maestros que reverdecieron con la estela del “boom” son casi insuperables (Onetti y Cortázar, Sabato y Carpentier, etc.). No voy a mencionar a los peruanos, para evitar susceptibilidades. Sin embargo, quiero insistir en que los aportes de ese cuarteto imprescindible constituido por Arguedas, Ribeyro, Vargas Llosa y Bryce han hecho posible que ahora, en la primera década del siglo XXI, surja toda una pléyade de narradores muy buenos. La mayoría, pese a su juventud, derrocha talento y, en esa perspectiva, me parece que vivimos un florecimiento de nuestra narrativa, en el que no tardarán en aparecer sendas obras maestras.

Algún consejo o sugerencia para aquellos que quieran dedicarse a la literatura.

No requerir consejos de nadie. Cada escritor es distinto a otro y debe hallar por sí solo su propio camino. Más aún, si me viera obligado a dar alguna sugerencia, esta sería que no se dediquen a la literatura, si es que pueden evitarlo. Hay demasiados escritores en el mundo y se trata de un oficio en el que los perjuicios suelen ser mayores que los beneficios. ¿Por qué? Porque un escritor siempre se empeña en ir contra la corriente, lo que resulta peligroso y, en todo caso, revela ausencia de sentido común (¡ tan indispensable para sobrevivir!).

Entrevista a Claudia Ulloa Donoso (PP)

“Uno nunca va a saber qué tan lejos pueden llegar a calar en otros las palabras de uno mismo”

Claudia Ulloa Donoso, escritora

Claudia Ulloa Donoso (Lima, 1979) es la responsable de uno de libros más apreciados por los lectores peruanos, El pez que aprendió a caminar. Con un lenguaje sencillo, musical y sugerente Ulloa Donoso nos envuelve con sus historias en las que priman la mirada lacerante y la voz que se regodea en la ironía. Administra el concurrido blog Séptima madrugada. Con muy buena onda accedió a esta entrevista desde Noruega.

Gabriel Ruiz-Ortega

Como sabes, muchos escritores se dan a conocer con un primer libro, pero tú perteneces a esos pocos casos en los que desde antes de tu primer libro ya se sabía de ti. Esto debido a que tu nombre estaba muy asociado a importantes concursos de cuentos que ganabas. ¿Cuánto tiempo te llevó escribir o armar el conjunto de El pez que aprendió a caminar?

En el libro hay cuentos que he escrito desde hace ya varios años, pero el armar El pez... y hacerlo caminar me tomó un poco más de un año. Al principio, el libro se iba a llamar Documental. En el libro hay un cuento con ese título, y pensaba hacer entonces que todos los cuentos, tuviesen esa forma, con algunas líneas entre el cuento como la voz en off de los documentales, una voz fría, que en un texto corto, dejaría un hilo muy fino que serviría también para unir todos los cuentos en un solo documental. Se me ocurrió ese nombre porque soy muy aficionada a los documentales y además, justo por ese tiempo en que me decidí a armar el libro para publicarlo, empecé a leer con frecuencia revistas como la Muy interesante o Conozca más en noruego. Se me quedaban en la cabeza muchas imágenes y palabras de esas revistas. Los huesos, la tecnología para crear armas, ratas deprimidas nadando, los muñecos que se estrellan para los tests de seguridad de los autos. En el camino, me dejó de gustar el título Documental, sentí que el libro se estaba volviendo muy frío y se me desmoronaba. Dejé entonces esa idea y dejé el libro por unos meses. Sucedió que cuando volví a retomar el trabajo de armar El pez..., los textos que tenía como voz en off, se fueron convirtiendo en los textos que tiene ahora como intermedios entre cada cuento.

Recuerdo bien que fuiste la ganadora más joven del concurso de Las 1000 palabras de la revista Caretas. ¿Te lo esperabas?

No, no me lo esperaba. Una amiga de la escuela de hotelería me dejó las bases y me animó a participar, ella sabía que escribía. Envié tres cuentos al concurso, con esa idea de cuando se envían varios cupones de supermercado para el sorteo de un auto. Me olvidé de eso y pasaron los meses. Coincidió que el día en que llamaron a mi casa para avisar del cuento, había un lonche familiar de mis tías y yo no estaba. Cuando llegué a casa, ellas me dieron la noticia y parecía una fiesta sorpresa para todos, ahí se enteró mi familia que yo escribía. Estuve muy contenta, como si me hubiese sacado el auto del supermercado, eso porque no entendía bien que significaba ganar ese concurso teniendo 18 años, y es que de hecho yo no entendía muchas cosas a esa edad.

Por lo que leo de tus relatos veo que tienes una inclinación hacia el detalle, la anécdota.

Recuerdo que exactamente lo mismo me dijo José Miguel Herbozo la vez en que corregíamos el libro. Hasta entonces no me había dado cuenta de ello, no supe que decir luego de su comentario. Esa vez, en la mesa había una cuchara sucia y mientras corregíamos el libro, me distraje y me empecé a fijar en los surcos que tenía la cuchara dejados por el paladar, en las migajas, en los platos, en la textura del mantel de mi casa. Entonces le dije que mi atención en los detalles, en lo raro de las anécdotas y hasta en todo lo más irrelevante, sucedía porque me distraía mucho. Es como si de pronto me dieran una lupa para ver todas las cosas que me rodean. En medio de la corrección de mi primer libro, yo andaba perdida, mirando con una lupa, los surcos de una cuchara sucia.

Tu estilo se ampara –por lo que leo- en lo lúdico, el humor y lo onírico. ¿Cuáles son tus permanentes influencias literarias como escritora?

Raymond Carver y Juan José Millás son los principales. Cuando los he leído, me he dicho: yo quiero escribir como ellos y ojalá y si es posible y si vivo más años que ellos podría llegar a escribir mejor que ellos. De Millás, hasta quisiera tener un programa de radio como él, hablar como él y tener esas frases precisas.

¿Te gustan sus Articuentos? Millás no es un autor muy conocido en Sudamérica, aunque en España sí. Solo he leído una novela suya, El orden alfabético.

Sí, me gustan mucho. En realidad me gusta todo lo que he leído de Millás hasta ahora. A veces creo que uno no encuentra los libros, sino que ellos nos encuentran a nosotros. Me interesé por Millás de casualidad porque me llamó mucho la atención uno de sus títulos La soledad era esto. Ése fue el primero libro de Millás que leí. Me quedé enganchada a la historia, porque llegó precisa a mí y encajaba perfecto con los momentos de desconcierto que vivía por entonces. Había frases en el libro que yo sentía que me las estaban diciendo a mí. Es más o menos así lo que pasa cuando uno se enamora, es el proceso del creer de que todo lo que hace/dice el otro, es hecho/ dicho por y para uno. Así me enamoré del la escritura de Millás, de sus personajes tan nítidos y de sus imágenes. Quizá hasta también me enamoré un poco de él, porque escuchaba su programa de radio sin falta, me atraía mucho su soltura, que fuera tan divertido y preciso y a la vez tan sencillo. También me enganchó su habilidad para escribir un personaje femenino, la voz de Elena Rincón en La Soledad era esto me parecía perfecta. Luego, empecé a leer sus cuentos y sus Articuentos. Ahí también sucedían esas coincidencias entre los pensamientos de sus personajes, con los míos propios. Los temas del doble de uno que de pronto se te aparece en la calle, los cambios de identidades, el fastidio por los domingos, los viajes de turismo por la ciudad por otros barrios desconocidos al lado del propio, los armarios, lo absurdo pero también lo fantástico de lo cotidiano eran cosas que yo siempre tenía en la cabeza , ideas desde donde partían muchos de mis textos. Todo eso me atrajo mucho, como encontrarte con el otro que siempre buscabas.

¿Qué libro suyo te gustaría recomendar?

A quién no haya leído a Millás le recomendaría que empiece leyendo sus cuentos y Articuentos pues cuando yo los leí, además de abrirme la cabeza, me divirtieron mucho. Recomendaría también La soledad era esto porque es un libro que se mueve como un caleidoscopio y se va transformando mientras se va leyendo. Nos sienta en la butaca de Elena -la protagonista- con su reloj y nos lleva por un túnel de voces y espacios, por la búsqueda dentro de la memoria, entre espejos donde nos reflejamos nosotros mismos y a la vez en los otros, en sus diarios y en sus vidas, y eso, la conciencia de estar moviéndonos dentro del otro, siendo uno mismo deja un cierto vértigo en el lector. Ese vértigo del desconcierto que nos deja todo lo ajeno que nos rodea, siendo eso a la vez lo que tenemos para desde ahí poder empezar a reconstruir nuestro propio mundo.

¿Cuánto le debes a la poesía? Es imposible no sentir un aliento lírico en los relatos de El pez que aprendió a caminar.

Le debo mucho a Cernuda, a Aleixandre, a Vallejo, a Eielson, a Lorca y hasta a Bukowski. Leo mucha poesía, me encanta. Es él único género que logra desarmarme en unos pocos párrafos. En mi experiencia como lectora (no habiendo leído tato como quisiera leer) una novela se me queda dentro como un virus, que no muere pero que tampoco me mata cuando acabo de leerla, como una cosa flotante con la que siempre me voy a tropezar, pero un poema te puede matar de la manera más simple, cualquier día y de golpe, así como de un balazo.

Por lo que me has comentado, por lo que he escuchado, y por lo que colijo también, se percibe que la propuesta de este libro es arriesgada, tanto en estructura como en contenido.

No sé que tan arriesgada pueda ser, en realidad yo no lo veo así. Lo que sí sé es que el hecho de publicar un libro, implica siempre un riesgo. No va tanto por el lado del riesgo de ser aceptado o no, o de que te lean muchos o pocos, aunque una siempre espera que lo lean muchos. Yo veo el riesgo en el hecho de sacar algo de uno y dejarlo ahí en los estantes de las librerías, con foto en la contratapa y con tu nombre, como el dueño de cada una de las palabras. Uno nunca va a saber qué tan lejos pueden llegar a calar en otros las palabras de uno mismo. Ahí está el riesgo. Como si el autor se sacara los ojos y la lengua y los dejara en una bandejita en un espacio publico, y luego viene gente extraña a ponérselos, entonces ellos empiezan a ver y a hablar como ven y hablan las historias del libro, y quizás hasta como el propio autor.

Vives en Noruega desde hace cuatro años. ¿Ayuda en algo o en mucho la distancia a la hora de escribir?

Todavía no sé bien. A veces pienso con el "hubiera" y me digo, "si hubiera estado en Lima escribiendo, o en Valencia, dónde leía mucho o en cualquier otra parte hablando en castellano con gente que también escribiera y leyendo más en mi idioma, escribiría más y quizá hasta mejor". Otras veces me digo que si no estuviera aquí en Noruega, totalmente aislada por el idioma que no es el mío, quizá no me aferraría a la escritura con tanta fuerza. Aquí en Noruega, me lleva a escribir a veces, una sensación parecida al miedo, el miedo de olvidar y de perder mis palabras, que para mí son la única cosa que uno posee y lo único que nos queda. A veces uno llega a sentir que no hay nadie o nada ahí afuera, pero sí siempre están las palabras dentro de nosotros.

¿Se puede saber cómo es un día en la vida de Claudia Ulloa Donoso?

Estoy tomando un Master en Sociología y trabajo como profesora de castellano en un instituto, esa es mi rutina, la universidad por la mañana y las clases por la tarde. Para escribir no tengo un horario definido, pero siempre lo hago por las noches. Es muy raro que alguna vez haya escrito un cuento o algún texto de ficción antes de las 10 pm.

¿Tienes una disciplina a la hora de escribir?

Por las noches, las cosas se ven de otra manera, hasta más claras, a veces las cosas más comunes de lo cotidiano adquieren un resplandor que las hace especiales por la noche. Y además por cuestiones prácticas, por la noche todo es más tranquilo y silencioso, nadie te interrumpe.

¿Eres insomne?

Creo que más que insomne soy más bien desordenada. Cuando estuve por acabar el colegio, se me empezó a desordenar el sueño. Yo creo que eso coincide con la necesidad que se tiene de encontrar un rato para uno mismo (eso es aún más marcado en los adolescentes, en el típico "déjenme estar"), entonces es en la noche cuando nadie te interrumpe cuando puedes hacer todo lo que quieras mientras los otros duermen. No sé si seré insomne, pues mi sueño desordenado va y viene, no es algo constante. Por épocas he dormido como una piedra todo el tiempo, pero otras veces el sueño no llegaba y eso es para mí un malestar desagradable que no me deja hacer nada. También me sucede que no me es difícil conciliar el sueño pero sí mantenerlo durante la noche, entonces es que me levanto y busco algo que hacer. Aquí en Noruega, ahora que está todo oscuro, el sueño se suele alterar, igual pasa en verano con las 24 horas de luz, eso le afecta a todo el mundo. Pero a mí me encanta dormir, ojalá todo se pudiera resolver mientras se duerme.

Algún recuerdo en especial de cuando presentaste en Lima El pez que aprendió a caminar.

Sí, varios. Recuerdo que me decían "Hola Madru", me divertía. Yo les contestaba "No sé dónde estará la Madru, debe estar por ahí bailando reguetón. Madru es el nombre del personaje de mi blog. También recuerdo el abrazo de una chica desconocida y esa sensación del estar de aquí para allá que me hacía sentir un poco fuera de todo lo que estaba pasando, como en otra parte.

¿Estás escribiendo un nuevo libro?, ¿puedes decirme de qué va?

Siempre escribo cuentos, he escrito un par hace poco. Uno de ellos se ha alargado. Quizá lo convierta en una novela corta. Nunca antes me había propuesto ni había pensado escribir una novela, pero quizá ahora me ponga a ello, pues es como si de pronto se me fueran abriendo puertas mientras voy escribiendo, y los cuentos siempre me cierran puertas o dan portazos. La historia va sobre una serie de viajes, impresiones de ciudades, conversaciones en salas de esperas de aeropuertos, en aviones, de gente que acoge a otra gente en ciudades, varias voces que se quedan y que se van y así se van moviendo y uniendo las historias. Veremos que pasa.

Entrevista a Gabriel Ruiz Ortega II (PP)

A LA CACERÍA DE GABRIEL RUÍZ-ORTEGA

Por. Andrea Navarrete*

En el encuentro Bogotá 39 (39 escritores latinoamericanos menores de 39 años), el cual se llevó a cabo a principio de este año y en abril en Colombia, quedó claro que los latinoamericanos nos desconocemos unos a otros, y en este sentido el asunto editorial parece tener cierta culpa. En la dinámica del mundo editorial, en la que es claro que un autor podrá ser leído más allá de su propio país si consigue ser legitimado en España, las editoriales de Latinoamérica no buscan distribuir a muchos de sus escritores en el resto de países, incluso las que se consideran multinacionales, en una suerte de aislamiento literario que obliga a los lectores a encontrarse por “azar” con nombres de autores desconocidos y aun más azarosa es la búsqueda de su obra, cuando simplemente no ha cruzado la frontera para adentrarse a nuestro “inaccesible” país. Este caso se presentó con Gabriel Ruíz-Ortega (Lima, 1977), que no pertenece ni al Boom ni al Boomerang de las letras, y del cual vine a conseguir su primera novela en su oriundo país, a propósito de un encargo de un profesor.

Gabriel es novelista, periodista y blogger peruano, joven, dinámico en el oficio de la literatura, porque no sólo escribe su narrativa sino también actúa como reseñista de libros, labor que le ha servido para ganar afectos y enemistades, y es también compilador de autores que irán a inscribirse en la historia de la narrativa peruana. Vive en Lima y en esta ciudad presentó su primera novela “La Cacería”, a finales del 2005. En ella cuenta tres historias: la de un par de agentes de la dictadura de Fujimori, la del periodista Oscar Gómez y la del narrador principal, con la que claramente rinde homenaje a las novelas de la violencia política escritas por Mario Vargas Llosa. También es autor de “Disidentes”, una bien sabida compilación de relatos de veinte narradores peruanos jóvenes nacidos a partir de los años 70’s y publicada en el 2007, después de varios intentos, por Revuelta Editores, y que, según lo que encontré en la web –la madre de todos los vicios–, porque por acá tampoco se consigue este libro, Santiago Roncagliolo, premio Alfaguara 2006 y Daniel Alarcón, uno de los 39 menores de 39, también hacen parte de esta antología.

Quisimos elaborar una serie de preguntas para acercarnos a la vida y obra de este inquieto escritor, amante de la literatura, el cine y la música, quien visitará Colombia del 9 al 12 de septiembre como invitado especial en el marco del Sexto Encuentro Nacional de Estudiantes de Literatura “La literatura como memoria: historias y ficciones” que se desarrollará en La Universidad Autónoma de Bucaramanga y la Universidad Industrial de Santander.

Lo más sensato es iniciar con una corta semblanza de su vida, sus comienzos en la literatura…

Bueno, no sé en qué momento de mi vida decidí volcarme a la literatura, ahora que lo mencionas, creo que nunca me propuse dedicarme a ella, si eso hubiera ocurrido, te aseguro que estaría haciendo otra cosa. Lo que sí tengo presente es que desde siempre estuve rodeado de libros, tener libros en casa era algo muy normal, como el que se tenga una cocina, lavadora, refrigeradora, televisor, radio, en fin…No sé si sea bueno decirlo, pero uno de los factores que me llevaron a abrazar la lectura desde niño fue que tenía (y tengo) un problema para socializarme con las personas, de niño me aburría rápido cuando jugaba con otros niños, sentía que el mundo real, la vida misma, era tan carente de azar y sentido, tan predecible que no deseaba otra cosa que no fuera abrir las páginas de una novela, un cómic o un diario. Leía mucho, muchísimo, no pocas veces no entendía lo que leía, pero me gustaba, me gustaba mucho. En esas páginas encontraba el orden, la pasión, la aventura…lo impredecible. Ya de adolescente mi interés se volcó principalmente por la lectura de novelas, en ese aspecto le debo todo, pero todo, a Alejandro Dumas.

No deja de ser necesario preguntar por esas lecturas inolvidables y permanentes, libros o autores de cabecera, influencias literarias en su obra narrativa.

Es obvio que tengo que mencionarte algunas novelas de Dumas, pero ¿quién no ha leído a Dumas? Sin embargo, los hijos de Dumas, los escritores de best sellers, son los que me han entregado títulos que considero de cabecera, como una clara muestra de influencia directa en todo lo que escribo y quiero escribir, podría mencionarte a George Simenon, Stephen King, John Le Carre, Harold Robbins, Manuel Vázquez Montalbán, J. G. Ballard, pero en especial a Francisco González Ledesma, escritor español de novelas policiales, que tiene en su haber más de quinientas novelitas de bolsillo, publicadas en pleno franquismo, escritas bajo el seudónimo de Silver Kane. Siempre me llamarán la atención los escritores prolíficos, pero solo aquellos que saben dosificar y marcar diferencias en sus temas. Ahora, si tuviera que mencionar un libro que me remeció, es uno que paradójicamente no tiene nada que ver con la literatura que me marca como novelista, en ese aspecto “Llámame Brooklyn”, de Eduardo Lago, es una novela que fue escrita para mí, así la siento y se lo hice saber a Lago; me hizo ver muchas cosas que no quería e hizo cambiar aspectos de mi vida que hasta antes de su lectura no podía. No es una novela publicada hace mucho, salió hace un par de años, la considero de lectura necesaria para todo aquel que quiera o pretenda ser escritor, Gal Ackerman, el protagonista, te dice lo que verdaderamente debe importar.

Hace poco un escritor colombiano, Roberto Rubiano, dijo que el género literario es un destino… Es claro que lo suyo es la novela, ¿cómo encontró ese destino? ¿Acaso alguna lectura o alguna experiencia le sugirieron el camino?

Como nos pasa a todos los escritores, o a casi todos: la lectura te lleva a la escritura. Cuesta mucho pasar “los primeros impulsos creativos”, por ello, la literatura es para persistentes. Ahora, la experiencia de vida no ha sumado ni restado para mi literatura. Las experiencias que tienen los escritores son las mismas que pueden tener todas las personas. Por ejemplo, así suene jalado de los cabellos: para el medio peruano soy una persona alta, mido 1.84 o un poco más, no sé. Pues bien, a los catorce años me quedé en esa talla, no he crecido más. En esa época iba todos los días al cine con mi hermano menor, y recuerdo que una vez estábamos viendo una película elegida por mí, lo cual me llevó a discutir con mi hermano, ya que él quería ir a otro cine en donde se proyectaba otra película, bueno, el asunto es que nos sentamos separados, me ubiqué en una fila de butacas muy cerca del baño, cuando la película iba por la mitad siento que una persona se sienta en una butaca de la fila de atrás, era una mujer de treinta y tantos, y me pregunta si le puedo contar el argumento de la película, cosa que hago, al rato me pide que le diga la hora, se la digo, y al rato me ofrece dinero para que me la tire o en el baño del cine o en otro lugar, ella creía que era un patita de veinte y pico, lógico que fue algo peculiar, y lo que hice fue pararme y decirle a mi hermano que vayamos a ver la película que él quería. Cada vez que cuento que esa experiencia me dicen que escriba de ella, pero tengo muchas experiencias parecidas. Es cierto lo que dice Rubiano, la literatura es un destino, con muchas o pocas experiencias de vida, terminas recreando la realidad, siempre y cuando seas capaz de asir ese destino.

“La cacería” es anterior o tal vez muy próxima a la publicación de “Abril Rojo” de Santiago Roncagliolo y, en cierta medida, convergen ambas en ser novelas de la violencia política, por supuesto con el tratamiento particular que cada uno de ustedes sugiere en la historia narrativa, sin intentar decir que son la misma “cosa”. ¿Qué cree usted que pasó para que Santilla centrara su mirada en la novela de Roncagliolo y le otorgaran el premio Alfaguara? Sabemos que Roncagliolo desde muy joven emigró a España y ha pernoctado en Barcelona por muchos años y, seguramente, ha abarcado en extensión el mercado hispano… Entonces, ¿será simplemente un asunto editorial cuya dinámica excluye a autores desconocidos por editoriales o lectores hispánicos?

No creo que haya pasado nada del otro mundo para que Santillana se fije en la novela de Roncagliolo. Leí “Abril rojo” y me gustó. Ahora, siempre me ha quedado claro que detrás de todos los premios hay una preferencia, esta puede obedecer a X razones, y lo que debe importar es que esa preferencia no se contradiga con la sensación del lector. He leído no pocas novelas premiadas que son bajo todo punto de vista ascos sin perdón, y llegas a preguntarte si hay o no un arreglo bajo la mesa. Hay excepciones, obviamente, como “El pasado” y “La hora azul”. Volviendo a lo de Roncagliolo, no creo que haya pesado mucho el que él haya estado viviendo en España como para tener ventaja a la hora de ser premiado o editado allá. A mí me causa pavor cuando escucho a escritores declarar su sueño de irse a España y abrirse paso, eso es tener una mentalidad provinciana. Lo ideal para hacer una obra interesante es la distancia, los focos culturales distraen mucho (por ejemplo: los mejores escritores norteamericanos viven lejísimos de los focos culturales). El ser editado en España a estas alturas no es la gran cosa, queda claro que el talento y la formación son dos factores de los “cincuenta” que te piden para ser considerado. Si eres editado en España, bien, si no es así, el mundo no se acaba. Hay buenos escritores como Pablo de Santis, Alan Pauls, Alonso Cueto, Guillermo Martínez y Ariel Magnus que escriben en sus países y sus libros circulan en todos lados. Ahora, si hay alguien que quiere ser editado en España a como de lugar, pues debe preocuparse en buscar inmediatamente un agente literario, este ha desplazado desde hace buen rato al talento, a la formación y a la vocación. El agente lo hace todo.

En alguna entrevista usted afirmó que casi todo lo que pasa en “La Cacería” es real… ¿Cómo puede explicar la relación que existe entre la ficción y la historia?

Es real en el sentido de que está ambientada en un contexto como la dictadura de Fujimori. Ahora, una dictadura tan asquerosa como esa trajo consigo muchos casos que por falta de tiempo, tendencia al olvido y dejadez no han sido tomados en cuenta. En los diez años que duró tuvimos muchísimas muertes que acaecieron en situaciones normales. Lo que hice fue coger esas historias no tomadas en cuenta para armar lo que yo quería. Cuando escribes novela, tienes mucha libertad, por ello te puedo decir que la relación entre ficción e historia es muy estrecha, la historia es memoria, la memoria es la base de la imaginación porque nadie crea de la nada, y la imaginación es ficción.

El trabajo compilatorio de “Disidentes”, publicado en el 2007, ¿es una invitación que hace a sus lectores a levantar la mirada y ver lo que se está escribiendo en países vecinos?

“Disidentes” es una antología muy especial. Muchos la han calificado de histórica. Tuvo muchísimas reseñas. Como toda antología, esta no dejó de causar polémica, pero en este caso esa categoría se llevó a los extremos, como bien lo señaló el crítico peruano Javier Ágreda. Me lancé a armar la antología porque considero a esta generación como una de las mejores de la historia de la narrativa peruana. Los éxitos que en el extranjero tienen autores como Alonso Cueto, Daniel Alarcón, Jorge Eduardo Benavides, el mismo Roncagliolo, no son hechos aislados, detrás de ellos hay una camada que muy pronto dará que hablar, puedo mencionarte a Luis Hernán Castañeda, Carlos Torres Rotondo, Diego Trelles, Daniel Soria, Edwin Chávez, Alexis Iparraguirre, Jeremías Gamboa, Patricia Miro Quesada, Martín Roldán Ruiz, Ulises Gutiérrez, Rafael Inocente, Eduardo Reyme, Carlos Yushimito, Johann Page, Claudia Ulloa Donoso, Susanne Noltenius, Francisco Ángeles, Katya Adaui, Rafael Inocente, Leonardo Aguirre, Ezio Neyra, Pedro Llosa y al gran Marco García Falcón, el mejor prosista del Perú de los últimos treinta años. No sé si todos llegarán a despuntar, pero estoy seguro de que al menos ocho sí. Y por supuesto, tienen que haber más antologías así en todos los países de Latinoamérica. Esto de las antologías es un trabajo delicado, puedes echar todo a la borda cuando privilegias el amiguismo y te carcomes de sentimientos menores, y tienes que jugarte por una postura en el prólogo, no puedes estar cubierto por el manto de querer quedar bien con todos, tu posición, así guste o no, tiene que notarse porque es en esa base que guías tu selección, tus criterios, todo.

En el prólogo de “Disidentes” usted propone una nueva generación de escritores en Perú… ¿Será posible, entonces, hablar de una generación narrativa latinoamericana del siglo XXI?

La antología trajo muchos comentarios antagonistas, por el prólogo más que nada. Y no me he picado porque esa era mi idea cuando lo escribí. Todas las críticas son bienvenidas, tanto así que en la presentación uno de los presentadores, un escritor incluido en la antología, a quien aprecio mucho, criticó el prólogo por mis criterios a la hora de hablar de “generación”. Guste o no, así suene el término “generación” muy arcaico o primitivo, es hasta el momento la única forma saludable para intentar dar cuenta de un grupo de narradores que aparecen en un momento determinado. Además, las mejores antologías que he leído, todas de escritores, han usado la palabrita “generación”. El problema, pienso, es cuando solo puede hablarse de “generación” en las parcelas de la academia. Y bueno, claro que estoy de acuerdo con la idea de una generación narrativa latinoamericana del siglo XXI, y esto se reforzará más en los próximos años. Como nunca antes estamos más unidos, más comunicados, somos la generación virtual, la de los blogs, los mails, las webs. No hay excusa para no saber lo que se escribe en Paraguay, Bolivia, Honduras. En estas semanas he estado leyendo libros de autores jóvenes chilenos y venezolanos, ¿cómo esos libros llegaron a mí?, no me cayeron del cielo, ni me los robé de la librería El Virrey, sencillamente les mandé un mail y me enviaron sus libros, así de simple.

Usted también escribe reseñas… Se me ocurre, ¿en qué radica afirmar que tal libro es “bueno” o “malo”? ¿Es función del crítico hacer este tipo de señalamientos?

Hago reseñas para Siglo XXI de Castellón, España. Pues bien, no me considero crítico literario, no estudié para ello, solo soy un escritor que escribe de los libros que le gustan o que le parecen valiosos. Cuando hago las reseñas aplico un criterio de selección y no debo equivocarme. Hay que fundamentar, no es lo mismo “no gustar” a “ser malo”. He reseñado libros de Vila Matas, Bolaño, que no me han gustado, pero que me han parecido muy valiosos. La opinión del crítico, me refiero a los de medios, no a los de la academia porque es un mundo que no conozco, es una opinión más. Lo único que debe esperarse del crítico es honestidad en su punto de vista y coherencia, estar lo más lejano posible de las reseñas meramente descriptivas porque por ese lado puede rastrearse el amiguismo y los intereses a los que posiblemente esté sujeto; respetando estos puntos (coherencia y honestidad), cualquier tipo de señalamiento, positivo o negativo, es saludable.

Para terminar y a propósito de “septiembre”… En Perú, ¿por qué escriben “setiembre”?

No me había puesto a pensar en ello. Ahora que me lo preguntas, y hablo a estricto modo personal, supongo que se debe a que escribo rápido, pero con P o sin P, setiembre siempre será destinado a las fiestas interminables, al buen rock, a la conversa interesante y a todo lo placentero que solo ese mes puede deparar…

* Estudiante de Lic. en Español y Literatura de la UIS. Coordina el Nodo Santanderes de la Red Nacional de Estudiantes de Literatura. Entrevista publicada, en la última semana de julio, en el diario Auditorio de la Universidad Industrial de Santander.

Entrevista a Gabriel Ruiz Ortega sobre LA CACERÍA, por Harold Alva

“Solo espero seguir escribiendo”

Gabriel Ruiz-Ortega (Lima, 1977), sorprendió a fines del 2005 con La cacería, novela sobre un grupo paramilitar del régimen de Alberto Fujimori, que nos devolvió al fresco escenario de ese tipo de narración que nos proyecta sobre nuestra historia inmediata no solo para cuestionarla, sino para comprometernos con ella.

Harold Alva


¿Por qué escoger el tema político, cuando tú eres miembro de una generación sumamente ajena a este, desencantado de este, por qué sumergirte en una historia como ésta y no crear desde lo que no existe?

En parte comparto ese desencanto por la política como forma, como la parcela en la que se dan todas la inconsecuencias posibles, como el terreno en el que se anidan las mentiras y los fines personales a cómo de lugar. Y esto se asienta aún más si se vive en el Perú, reflejándose en el desinterés de no pocos escritores de “generación”. Pero uno es escritor y sus influencias temáticas muchas veces están marcadas por sus lecturas, y en ese lado he leído mucha literatura de masas, novelas policiales, de espionaje, bélicas. Y si te pones a mirar ver toda esta maraña de iniquidades que nos trae la política te darás cuenta que hay un crisol temático riquísimo para cualquier escritor, y ya para eso tenía en mente desde hace ya varios años escribir una novela en tiempo-real , y es así que me valí de una tradición propia en el terreno de la política ficción, apelando a Forsyth, Vázquez Montalbán, Thompson, Le Carre si es que hablamos de extranjeros, y Grandes miradas, de Alonso Cueto si hablamos de peruanos. Cada libro de un escritor es fruto de una tradición, nadie escribe de la nada, y es esa tradición de lecturas la que me llevó a escribir con seguridad una novela que tiene a nuestra historia política última como punto de referencia. No me gusta escribir de lo que no existe.


La novela empieza con una escena peculiar: Casas mirando a Martínez por video, mientras Martínez hace el amor con Catalina; da la impresión de estar frente a una novela erótica, sin embargo cortas e inmediatamente conectas con la historia de Las Esquirlas, el grupo paramilitar ¿qué hace que tu narración pase de lo erótico hacia lo político?

Cuando se escribe novela siempre se tiene que tener estrategias. Uno no puede lanzarse de la nada a escribir sin por lo menos tener una idea clara, por más superficial que esta pueda ser, siempre terminará ayudándote. No quiero pecar de vanidoso, pero me siento tranquilo con esta novela, ningún escritor puede aspirar a gustar a todos, pero me siento tranquilo ya que gracias a esas estrategias mantuve enganchado al lector hasta el final, a algunos les gustó como a otros no. Creo que una novela siempre es el compendio de muchas vertientes, y en el caso de mi novela puedo decirte que el erotismo jugó un papel clave. Me pregunté sobre la posibilidad de abordar de arranque al comando de Las Esquirlas como tal, o sea, un grupo de personas dedicadas a matar a quien sea con tal de mantener el régimen dictatorial de Fujimori y Montesinos, pero me di cuenta que siempre en esta clase de grupos no sólo se juegan intereses económicos e ideológicos, sino que en toda la mierda que trae esta clase de poderes da lugar a bajas pasiones, a celos y traiciones, y casi siempre esto confluye en el sexo. Uno de los temas de esta novela, a mi parecer, es el sexo. Puede sonar raro lo que diga pero cada día estoy más convencido que entre la política y el sexo hay un dependencia de larga data. Además, siempre se agradece las cuotas de sexo en un texto.


¿Por qué escoges a un periodista como personaje principal y por qué matarlo para que de pronto sea el propio narrador el centro de la historia?

Bueno, son tres historias las que se narran: la de Natalia, la de Óscar y la de Gabriel. Lógicamente que el personaje en quien gira toda la trama y es motivo de la novela dentro esta novela es el periodista Óscar Gómez. El personaje Gabriel también tiene participación, pero está signada con la presencia entre líneas de Óscar. Puede sonar complejo, y en parte lo es, la estructura fue difícil de armarla para mí, y esa es la razón por la cual escribí esta novela apelando a todo el estilo heredero del realismo sucio, era necesario insuflarle toda la frescura, y esto se debe a que siempre me voy a preocupar por el lector en todo lo que escriba.


Ericka Quispe, la prostituta del Presidente ¿existe o es un invento tuyo? ¿Hasta qué punto es cierta la historia de estos personajes?

Hay un libro precioso de Thomas Mann, La novela de una novela. En este texto Mann nos ofrece un testimonio de lo que un narrador es capaz de hacer cuando cree en la historia que está escribiendo. Y en el caso de Mann podemos ver toda la entrega personal que este realizó para pergeñar Doktor Faustus. Salvando la evidentes distancias me gustaría hacer algo parecido con La Cacería, detrás de mi novela hay historias reales que las ordene en aras de la estructura de la misma. En el caso de la charapa Quispe puedo decirte que sí existe, la conozco, fue durante un tiempo la puta oficial de Fujimori cuando este hacía sus viajecitos al oriente peruano, y la conocí en un bar de Huánuco en 1999. Lo mismo puedo decirte de los sicarios Casas y Martínez, cuya historia se me apareció en una noche etílica en un bar de mala muerte en La Victoria, fue una noche de revelación, recuerdo que me encontraba muy vacío de ideas y nunca me imaginé que la historia de este par de pornógrafos y lúbricos fuera a ayudarme tanto al escribir mi novela. Como te dije, casi todos los sucesos de la novela son ciertos, a excepción de un par que sí fueron fruto de mi imaginación. Ni yo mismo me salvé de esta historia.


¿Hasta dónde un narrador joven como tú se siente comprometido con su contexto para escribir una novela a veces sórdida, pero de denuncia como esta?

Creo que el único compromiso que debe tener un escritor es con su oficio. Es muy importante respetar el oficio hoy en día porque la imagen del escritor está por los suelos, y es a partir de ese punto en el que tenemos que ser lo más consecuente que podamos. Y para la literatura no hay tema prohibido. Y claro, el escritor es una persona cívica, y creo que no todos tienen la obligación de ejercer un compromiso cívico, pero creo que es necesario que se haga. Hoy en día estamos viviendo semanas en las que hace falta una alta dosis de reflexión y muchas veces aquella dosis viene del pensamiento activo, y es en este punto en el que el acervo de un escritor es el que tiene que primar. Así como se hicieron sentir las voces de Vargas Llosa, Bryce, Ampuero, Cueto, Lauer con la sinvergüencería a la que había llegado Fujimori. Y me gustaría que los espacios de reflexión también pueda abrirse más en estas semanas en las que corremos el riesgo de repetir la historia dictatorial con un sujeto tan carente de ideas como moral como lo es Ollanta Humala, quien recibe el apoyo de Hugo Chávez, y que a la vez goza del apoyo de los grupos de izquierda. Ojo, no apelo al compromiso político que se vivió hace ya varias décadas en la que se valoraba un texto de acuerdo a la inclinación ideológica del autor. Para nada, creo que esto es una cuestión que tiene que ver mucho con la moral. Un escritor con formación puede sumar también, y con mayor razón en un país que está haciendo méritos gracias a su falta de memoria y ya sempiterna ignorancia.


¿Por qué al final de la novela hay mucho de Gabriel Ruiz Ortega, me refiero por ejemplo a la cita de Miguel Ildefonso, qué pretendías con eso?

La cacería es también un tributo a mis amistades, a mi amor por alguien que en su momento tuve, a mis padres, a mi hermano y a mi hermano que falleció a los dieciséis años. Claro, dentro del “nutrido” y “culto” ambiente literario limeño la persona de Ildefonso es muy conocida, y vale decir que somos vecinos de la urbanización Apolo, su casa queda al frente de la mía. Respeto su trayectoria literaria.


¿Cómo vez a los escritores jóvenes, sientes que, en efecto, hay un nuevo boom en nuestra narrativa?

Lo que me llama la atención de esta nueva camada de narradores es que no necesitan plasmar sus borracheras, juergas y salidas de putas para tener el crisol temático con el qué arrancar sus ficciones. Veo una variedad importante en cuestión de temas, pero la variedad sería absolutamente nada si no hay formación, y no veo falta de formación en las nuevas voces, por el contrario, la formación de lecturas augura un futuro más que prometedor para las letras peruanas. Dentro de lo que he leído puedo señalar los trabajos de Luis Hernán Castañeda y Johann Page, en lo que respecta a sus trabajos con el lenguaje, ambos muy talentosos. Daniel Alarcón y su visión de un pasado violento. Leonardito Aguirre e Ildefonso, y sus intentos por mantener en vilo al lector a través del humor, humor forzado y remanido, respectivamente, pero humor a fin de cuentas. Max Palacios, Iparraguirre, Galarza, García Falcón y Pedro Llosa en sus logros al ofrecernos libros unitarios, cosa que de por sí es muy difícil de lograr. Antonio Moretti, Juan Manuel Chávez, Carlos Torres y Rimachi aportan también. Rito de paso, de Víctor Coral, es una buena novela que se sale de toda clase de clasificación, leí el manuscrito final y me gustó mucho. Hasta donde sé esa novela ya está en la aduana, así es que no falta mucho para que hablemos de ella. Me gustaría hablar también de un narrador como Octavio Vínces, cuya novela Las fugas paralelas pasó desapercibida pese a cargar un premio Alfaguara en México y haber quedado finalista de una edición del Rómulo Gallegos. Y acabo de leer los muy interesantes proyectos que tienen en carpeta Ezio Neyra y Edwin Chávez: Santa Rosa de Lima y el auge del caucho en Iquitos. A eso lo llamo ambición, y para mí, vale. Estoy seguro que esta onda se hace presente en provincias también. Pero lo alucinante de esto es que la gran mayoría de esta nueva camada de narradores les debe mucho a algunos exponentes de la década pasada como Thays, Bellatin, Sumalavia y Malca. Como dije antes, nadie escribe de la nada. Noto que existe una evidente falta de respeto por estos narradores de los 90, primero que los lean bien y juzguen. Hace no mucho leí un texto en la revista Siete Culebras del pésimo narrador Carlos Rengifo, un texto que intentó ser cachoso e irónico con relación a lo escrito en la década pasada, pero la ironía es para mentalidades superiores, fue un asco, un compendio de prejuicios y complejos. Rengifo es un autor que sólo tiene cabida en mentalidades misias e hipócritas.


He leído artículos tuyos sobre Alonso Cueto, Ampuero, Benavides, y uno en particular en el que cuestionas la calidad del último libro de Oswaldo Reynoso ¿qué le dirías a aquellos que intentarán situarte en el bando de “los criollos”, apelando a la anecdótica dualidad, resultado de la publicitada polémica pasada?

Vayamos por partes. Para empezar considero a Alonso Cueto como el mejor escritor peruano en la actualidad, y si he escrito sobre él se debe a que aprecio su obra debido a un conocimiento de causa. Y no sólo por los éxitos que han tenido Grandes miradas y La hora azul. Novelas como Demonio del mediodía y Deseo de noche fueron sustentadas predecesoras del muy buen momento de Cueto hoy en día. Con relación a Fernando Ampuero sólo diré que jamás me ha aburrido, él sabe muy bien cómo contar buenas historias. Hay relatos suyos que se resisten a abandonar mi retina. Jorge Eduardo Benavides es un narrador a quién decidí seguirlo como escritor luego de leer su extraordinaria Los años inútiles, él tiene muy bien ganada su posición, pagó derecho de piso. Es un ejemplo de perseverancia. Sobre Oswaldo Reynoso no hay mucho que decir. Le reconozco su importancia para las letras peruanas, pero que no me vengan con que El goce de la piel es una obra maestra, es irrefutable que el maestro se pasó de lenguas al promocionar esta novelita, y su séquito no ha dudado en inflarla haciendo hincapié en el rollo muy conocido que siempre ha girado alrededor de él. Y no pienso hablar más de este tema. No tengo nada personal contra él.
Con relación a tu pregunta te seré franco: no me importa lo que se diga de mí. Simplemente soy un escritor a quien no le importa pertenecer a “bando” alguno por la sencilla razón de que en el fondo no creo en grupos. Lo que debe importar es vivir hacia dentro, en encontrar el espacio y la soledad para trabajar en lo que realmente interesa. Lo demás son meras cojudeces.
Sólo la literatura puede generar un debate de ese calibre. Más allá de resentimientos y envidias me pude dar cuenta que la literatura está por encima de todas las artes en el Perú. Algo así se quiere hacer con relación al MAC, pero no le llega ni a los talones.


¿Cuáles crees que sean los motivos para que entre escritores haya este tipo de enfrentamientos, de qué depende para que “los otros” calen, cuál sería la fórmula? ¿Qué opinas de la crítica?

Cuando un escritor es bueno, tarde o temprano se le reconoce, es una verdad axiomática. Muchos de los llamados marginados han aparecido en los medios a los que tanto reprochan, no sé de qué se quejan. No hay mejor fórmula que la de mantener su convicción en esta apuesta tan maravillosa como lo es la literatura, lo demás es cuestión de ego.
Sobre la crítica puedo decirte que en la actualidad realizo críticas de libros para un diario español. Es muy buena esta experiencia ya que siempre hablaré de los libros que me gustan. No quiero y no es mi intención el ganarme una fama de burlón o machetero como suele pasar en Lima. Considero que lo mejor que se está escribiendo sobre el quehacer literario y cultural está en los blogs. Ahora te puedo asegurar que son muchas más las personas las que leen los blogs de Thays, Coral y Faveron que la información que aparecen en los diarios convencionales. El ciberespacio te permite llegar a muchísima gente.
Pero me gustaría hablarte de un caso personal que me pasó con un crítico literario. Hace unos meses apareció una Mesa de Noche a mi persona en Somos, y cuando se me preguntó por un Bluff aludí a un aspirante a crítico literario de un diario de setenta centavos. Pues bien, a las semanas recibo la respuesta de este aspirante través de una mala reseña a mi novela. Pues bien, qué puedo esperar de un sujeto a quien no le pagan para empezar, quien se ha ganado una fama de ignorante, dedicado a juzgar obras sin leer bien los textos. Lo que pasó con Luis Aguirre es un claro ejemplo de cuando uno se deja ganar por el ego. Quiso hacer lo mismo que Leonardito Aguirre en Agencia Perú, pero por lo menos en Leo había cierto humor que le servía para justificar su falta de acuciosidad a la hora de argumentar sus reseñas. Luis Aguirre quiso ser un Leo “recargado” y no le salió la jugada, se dejó ganar por sus ansias de reconocimiento y miren cómo terminó, dando pena, queriéndoselas dar de pendejito para justificar lo injustificable. Son millones los motivos por los que puedes dejar un trabajo, pero que lo dejes por ignorante, es ya otra cosa. Una amiga asidua a Superba me contó que Luis Aguirre regresa en las próximas semanas. Les encanta la polémica a la gente de Correo. Así creen que van a aumentar sus ventas.
Y como crítico literario le veo un gran futuro como pincha discos a Giancarlo Stagnaro en Eka Bar. Lo hace bien.
Para terminar, la crítica debe dar luces de la obra sin perder la objetividad, siendo rigurosa, señalando influencias y tradiciones.


Finalmente ¿qué espera Gabriel Ruiz Ortega de su obra?

Sólo espero seguir escribiendo.

Entrevista a Carlos Yushimito (PP)

“Siempre he privilegiado atmósferas antes que desenlaces en mis historias”

Carlos Yushimito, escritor

Sin lugar a dudas, Carlos Yushimito (Lima, 1977) es uno de los escritores más interesantes que han aparecido en estos últimos años en Perú. No son pocos los que reconocen el talento y la formación que este joven autor patentiza en su sugerente libro de cuentos Las islas. Vale decir también que Las islas es un libro que rubrica a la variedad temática y estilística como los soportes mayores de la narrativa peruana reciente.

Gabriel Ruiz-Ortega

Para empezar, ¿cómo nace este interés por Brasil como lugar en el que desarrollas los cuentos de Las islas?

La explicación al por qué Brasil responde, inicialmente, a una necesidad estética: mi afición a ciertos escritores brasileños, a la música (sobre todo a la MPB y a la bossa nova), a ciertas películas. Ahora, yo siento también que hay una gran carga simbólica que fui comprendiendo, intuitivamente, a medida que avanzaba en el libro. En gran parte por eso no quise representar al Brasil como un lugar concreto y detallado, sino aprovechar la ambigüedad con que, por lo general, lo percibimos, para explorar temas universales. Superficialmente puede tratarse del Brasil marginal de las favelas de Río de Janeiro o del semiárido nordestino; pero, cuando lo encontré como espacio, es decir, cuando acepté la necesidad de que las historias sucedieran ahí y no en alguna otra parte, lo que quise fue aventurarme en su propia ficción, regodearme inventando el Brasil a partir de mis propios referentes e incluso de mi propio desconocimiento, que era la mayor licencia para darle finalmente vida.

A veces hay un asidero temático que impele a desarrollar más un proyecto narrativo, y en el caso de los escritores, este está muy ligado a factores que se alimentan mucho de historias paralelas, digamos, no muy conocidas.

Siempre he preferido explicar el proyecto que supuso empezar Las islas con una anécdota no muy conocida sobre la fundación del Brasil. De acuerdo con ésta, Brasil no debe su nombre al árbol del que extraían los portugueses un tinte rojo que los enriqueció durante más de dos siglos hasta que lo deforestaron (el pau Brasil), sino a una isla maravillosa que tuvo existencia literaria desde el siglo XIII, aproximadamente, sobre todo gracias a las leyendas celtas en el mundo todavía incompleto del medioevo. Oficialmente los hombres de Cabral creyeron llegar a una isla cuando descubrieron las costas brasileñas y la llamaron Vera Cruz, posteriormente Santa Cruz y finalmente Brasil. La isla ficticia que los navegantes llamaron Brasil (O’Brasil o Hy Breassel en los documentos históricos) y que San Brandán inmortalizó describiéndolo como el paraíso perdido, multiplicado en leyendas y cantos populares sobre las ‘islas afortunadas’, podría tener una explicación perfectamente coherente en la hipótesis de que los navegantes portugueses creyeron haber hallado ese paraíso insular en tierras americanas; pero esta idea es desestimada en los anales oficiales. De cualquier modo, para mí este carácter mítico, ficticio de la ‘historia’, no sólo me pareció siempre más interesante que la explicación utilitaria que tiene la etimología oficial, sino que encajó perfectamente en mi proyecto creativo, dialogó plenamente con las licencias que me permití durante el descubrimiento e invención del Brasil que unifica mis historias.

Pese a la cercanía, y por trivial que suene, a Brasil se le conoce más por sus playas, su famoso carnaval, su fútbol y contados escritores.

Brasil sigue siendo un lugar desconocido para la mayoría de latinoamericanos, y esta distancia es una extensión de lo que ocurre entre naciones próximas e incluso entre ciudadanos de un mismo país, como el nuestro. Las islas inventadas o soñadas que van legitimándose (o violentándose, en el peor de los casos, por lástima el más frecuente) a través del descubrimiento que supone una mirada distinta. Eso, en gran parte, fue lo que quise representar, ese extrañamiento simbólico, más que el Brasil propiamente cartográfico por el que con frecuencia me preguntan. Todo esto terminó por cobrar sentido y finalmente es la razón por la que titulé el libro del modo en que lo hice. Las islas como símbolo de Brasil, como espacio imaginario por una parte; pero también físico (las favelas no son otra cosa que islas dentro del gran espacio urbano de Río de Janeiro, por ejemplo) e incluso afectivo: las islas como representación de las relaciones humanas. Pero, desde luego, hay una larga y para mí a veces dispersa explicación de lo que es el Brasil de mi libro. Y, por lo tanto, sólo puedo, como te habrás dado cuenta, darle una lectura bastante personal que trasciende la apertura del texto y en la que no debería seguir interviniendo.

Algunos cuentos ya los había leído en algunas revistas. ¿Con qué cuento empieza la gestación de Las islas como conjunto?

Este libro nació de El mago, un libro breve publicado por Sarita Cartonera en 2004. Si lo comparas con Las islas verás que se ejecuta cierto efecto acordeón y que los dos cuentos que se publicaron inicialmente (“Bossa Nova para Chico Pires Duarte” y “El mago”) son luego los extremos, el principio y el final, de la versión definitiva. En Las islas probablemente se verá más el desarrollo espacial y temático de “Bossa nova…” Los cuentos que tienen como escenario São Clemente y sus alrededores forman parte de esa suerte de épica urbana periférica que siempre me ha interesado representar y que sin embargo me es imposible poner en práctica en un espacio más próximo (aunque no por ello más propio) como el peruano.

¿Por qué no te llamó el ubicar los cuentos en una realidad más próxima?

Sospecho que de haber arriesgado una ficción en los distritos pobres de Lima, por ejemplo, con personajes subalternos que sufren conflictos por la miseria o la violencia urbana, hubiera caído en representaciones folklóricas o poco creíbles. Crear el Río de Janeiro marginal del libro responde, por eso, a una extrapolación consciente, quizás también a una estrategia en busca de verosimilitud; pero sobre todo porque no quería encasillarme en un espacio definitivo, sino en su significado alegórico: esa marginalidad donde la violencia y la dignidad humana, esos heroísmos cotidianos e invisibles, trascienden los límites de una nacionalidad.

Colijo, entonces, que El mago es medular tanto en forma como en contenido en Las islas.

Sí, de hecho fue con el cuento “El mago”, incluido en ese primer volumen, que el proyecto de un libro más extenso empezó a adquirir significado para mí; precisamente porque se trata de un cuento-poética que me permitió darle coherencia y unidad al conjunto, rescatando la tarea de inventar, de ficcionalizar, como una riquísima experiencia de percepciones antes que de conceptos. La capacidad de descubrir el mundo en los pequeños milagros que la percepción adormecida de lo cotidiano no nos permite ver, como ha escrito maravillosamente Guimarães Rosa. Esto he querido tenerlo claro, incluso formalmente, al escribir las historias. El Brasil de mi libro tenía que ser una percepción y no un concepto; un país bárbaro en su acepción primitiva: la orilla del mundo que no siempre estamos dispuestos a re-conocer. Y desde luego también su descubrimiento estético. Esa creo que es la mirada que corresponde al escritor descubrir y compartir con los demás.

Uno de los referentes literarios de Las islas que he escuchado de ti y de quienes han hablado del libro es João Guimarães Rosa, sin embargo, algo que he notado en casi todos los cuentos me lleva a ciertos respiros narrativos de Onetti y Donoso, en lo que atmósfera se refiere.

En realidad a Guimarães Rosa he querido rendirle homenaje en dos cuentos específicos: “Apaga la próxima luz” y “El mago”. El primero tiene algunas irreverencias en el lenguaje, algunas licencias lingüísticas, neologismos, etc., algo que, en un nivel genial y difícilmente alcanzable, Guimarães Rosa hizo posible con el portugués, reinventándolo, dándole una nueva dimensión estética. Me sigue pareciendo increíble que su obra no tenga tanta repercusión en la cultura hispana, siendo como es tan revolucionario, tan transgresor, tan universal como Joyce, por ejemplo. Cuando empecé a escribir “Bossa Nova para Chico Pires Duarte”, que fue el primer cuento de temática brasileña que escribí y publiqué, sin tener aún en claro que esta historia se convertiría en la piedra angular de Las islas, intuía que era una historia que se sustentaría en su ritmo, en su musicalidad, para convencer; en realidad no pensaba en Guimarães. Guimarães Rosa vino con “El mago” a complementar este proyecto. Por otra parte, ya conocía a Rubem Fonseca a quien admiro muchísimo, pero que en materia formal, siendo tan escueto y directo, no me ofrecía más que su mundo ficticio como material de inspiración, aunque reconozco que hay mucho de él en Seltz y Tinta de pulpo. De verdad hay todo un mundo por descubrir en la literatura brasileña: Drummond de Andrade, Clarice Lispector, Manuel Bandeira. Yo quisiera que este libro fuera también una invitación a descubrir la literatura brasileña. Fuera de estas influencias conscientes, me es difícil identificar otras. Onetti y Donoso no son autores que me hayan marcado tanto como otros, Truman Capote o García Márquez, por ejemplo; pero entiendo lo que quieres decir. Quizás el más onettiano de todos mis relatos sea Una equis roja; aunque, salvo este, creo que en los demás cuentos hay cierta dignidad, cierta idea de fe encubierta en la vida, que ilumina la atmósfera oscura, pesimista, que en el caso de Onetti es absolutamente aniquiladora. Siempre he privilegiado atmósferas antes que desenlaces en mis historias y quizás este sea un influjo subterráneo de los autores que mencionas. Aunque no me toca a mí hacer paralelos, seguramente inmerecidos.

En Bossa Nova para Chico Pires Duarte es patente que usas una técnica estructural que sobresale. Si no me equivoco, esa técnica temporal la usa y la enseña Carlos Eduardo Zavaleta.

“Bossa Nova para Chico Pires Duarte” siempre lo pensé como un relato fragmentado, con frecuentes contrapuntos, con voces que se confunden. Hay un narrador personaje que participa de la acción y a la vez canta esa suerte de gesta legendaria en la que se convierte la historia de Chico Pires a los ojos del barrio. Es una lectura muy personal del mito de Prometeo; mi intención era darle cierto tono épico y melodramático pues se trata, en el fondo, de la voz de un trovador que no deja morir al héroe. En términos generales, yo diría que debe más a Vargas Llosa que a Carlos Eduardo Zavaleta; aunque reconozco, en otro nivel, la enorme influencia que la amistad de Zavaleta ha tenido sobre el desarrollo de mi vocación. En realidad, a menudo perdemos de vista el enorme legado de Zavaleta a nuestras letras. Y yo tengo una enorme deuda con su vitalidad, su disciplina, pero sobre todo con la increíble dedicación que contagia por la literatura. Es una lástima que no haya sido reconocido fuera de nuestro país, lo que desafortunadamente es la primera condición para ser reconocido con justicia aquí dentro.

¿Hubo soportes extraliterarios en la elaboración de algunos cuentos?

En realidad el único cuento que me exigió una documentación más o menos exigente fue “Apaga la próxima luz”, que es un relato que ocurre en el nordeste brasileño y que recrea, con pequeñas alteraciones, la vida de un personaje histórico, el cangaçeiro Virgulino Ferreira, Lampião. Tuve que investigar su biografía, el contexto social de la época y algunas características del territorio sernanero para sentirme más cómodo con el proyecto. La pobreza, físicamente al menos en Latinoamérica, comparte por lo general el mismo rostro. Pero a mí se me hacía difícil imaginar el sertón, algo que no me sucedía con las zonas urbano-marginales de Río. Para crear São Clemente no tuve demasiados problemas, porque tampoco le imprimí una existencia descriptiva demasiado rigurosa. En general, como te dije, siempre tuve claro que el Brasil de mi libro no debía nacer de conceptos sino de percepciones. Era necesario que naciera del lenguaje, del ritmo, de las metáforas. Un Brasil intuitivo que debía nacer de la palabra escrita. Seguramente alguien de Río de Janeiro encontrará muchas contradicciones, pero esa fue una licencia prevista. Los nombres de los personajes o de las calles, el castellano aportuguesado no eran suficientes artificios formales para generar verosimilitud. De hecho, saqué lecciones del error de Updike quien, a pesar de ser tan específico en sus locaciones, creó un Brasil estereotipado y caricaturesco. La verosimilitud debía radicar, sobre todo, en la fuerza de las anécdotas y en la generación de atmósferas, porque lo importante del libro no era incidir tanto en la localidad como hacer de ésta un punto de partida para aspirar a una universalidad que incluyera otros espacios, otras culturas, otros conflictos similares.

Hay trabajos que crean lugares imaginarios tales como El viaje interior de Iván Thays, La evasión de Christopher Van Ginhoven y Hotel Europa de Luis Hernán Castañeda. ¿Algún referente local que te haya servido para este libro?

La representación de lugares abiertamente imaginarios o no localizables dentro de nuestra tradición narrativa es un fenómeno reciente que ha cobrado fuerza, sobre todo, en la última década. Recuerdo la reflexión de Beatriz Sarlo sobre la ciudad posmoderna y siento que los espacios literarios también están mostrando esa misma deslocación, y al mismo tiempo esa fácil identificación homogeneizadora, que finalmente no es sino otro efecto de los procesos de globalización en marcha que nos ha tocado vivir. La ‘tierra plana’ de Friedmann. Ahora, esto, tan demonizado en general no tiene por qué ser una deficiencia o una limitación en el arte. Creo que todavía estamos por ver una gran obra que represente este proceso desde nuestra propia sensibilidad, tan compleja y contradictoria, del modo en que Vargas Llosa hizo lo propio durante la culminación del proceso de modernización de nuestra narrativa durante los 50s o Arguedas en su proyecto de representar el mundo andino. Y ya que los menciono, desde luego, Mario Vargas Llosa y José María Arguedas son mis grandes referentes domésticos, los escritores de quienes he intentado aprender todo lo posible y a los que intento volver cada vez que puedo.

Ahora, me gustaría saber tu opinión sobre los lazos o diferencias que ves entre lo se escribió –en materia de jóvenes- la década pasada y lo que se viene escribiendo en estos años.

Diría que los noventa es, en términos generales, un periodo de transición y adaptación. Primero, la línea más dura del realismo es sólo la culminación de una larga secuencia que viene de Congrains, de Reynoso y de lo que ya estaba haciendo Niño de Guzmán, para citar a alguien inmediato, en 1980, con sus nihilistas alcoholizados y suicidas. Ese ‘hedonismo triste’, como lo resumió Vargas Llosa, no es más que la culminación de una línea decadentista que reacciona, con todo el pesimismo y la rabia de su desencanto (no olvidemos que estamos en la época del terrorismo, el desgobierno del APRA, del ‘desborde’ andino), frente al inicio de una nueva subjetividad social. Quedan atrás en definitiva los marginales de Congrains, de Reynoso y de Niño de Guzmán, una secuencia que me parece identificable y que con este grupo, más o menos considerable, en los 90s, finaliza. Eso por una parte. Por la otra, Thays o Bellatin expresan, en la corriente que actualmente vemos vigente, una adaptación a esa visión más bien cosmopolita. El canto de cisne: Tola, Galarza, Malca, Rilo, etc. La muestra más clara de que se trata efectivamente de un end of the road es que ya casi ninguno de ellos, salvo Galarza, sigue publicando con regularidad, y que su secuencia literaria no ha tenido continuadores. La línea de Thays, Herrera o Bellatin empieza un periodo que continúa hoy con la mayoría de autores menores de 30 años, y que en alguna ocasión he definido, a falta de otro término, como una literatura caracterizada por la evasión. Desde luego, me refiero a una evasión, como afirmaba Lucien Goldmann, que no es un simple escape de la realidad, sino una forma de adaptarse a ella gracias a lo imaginario. Creo que la autonomía estética que tanto se enfatiza a través del lenguaje en el discurso actual de los autores jóvenes –incluyéndome– no es más que un proceso de adaptación a los cambios globales que viven las nuevas generaciones. Explorar la riqueza del castellano no sólo es una forma de resistencia o reafirmación cultural, sino también una forma de reafirmación individual. Algunos pueden interpretarlo como elitismo, lo cual, siendo sinceros, no tendría nada de erróneo. Quizá sea ésta una de las reacciones que se asume consciente o inconscientemente desde la periferia del mundo al que pertenecemos. El lenguaje como territorio personal dentro un universo cada vez más homogéneo. Como se ha dicho, el predominio de la ‘metaliteratura’, la reflexión sobre la actividad del escritor, los espacios no localizables o extranjeros, tiene esa característica evasiva como unificadora de sensibilidades. Por otra parte tenemos una línea evocativa cuyos logros formales más interesantes los encontramos en Roncagliolo y Alarcón, que se centran en los 80s. Pero es curioso, por ejemplo, ver la dialéctica que está aflorando entre evasión y evocación. Para mí el caso más claro es el de Ezio Neyra que pasa con soltura de un libro absolutamente posmoderno (Habrá que hacer algo mientras tanto) a otro más bien tradicional donde predomina la nostalgia y la recuperación del pasado. En esta última línea estaría su anunciado proyecto de ficcionalizar la vida de Santa Rosa, o la época dorada del caucho, en el caso de otro autor interesante, Edwin Chávez. Aunque diversa en lo superficial, creo que es posible encontrar cierta homogeneidad en la producción actual que será interesante seguir observando, porque sin duda nos habla de procesos de estructuración en marcha y de subjetividades todavía en formación.

¿Algunos narradores actuales con quienes compartas similares inquietudes?

Me parece sumamente interesante lo que están produciendo Alarcón y Effio respectivamente. Tengo la impresión de que Alarcón está inventando el Perú del modo en que yo intenté hacerlo con Brasil, aunque algunas veces hay cierto sentimentalismo que lo desborda y le resta aciertos estéticos a sus cuentos, sobre todo en los que trata la violencia política. Para mi gusto, los dos cuentos que sobresalen de Guerra a la luz de las velas son “Florida” y “El Señor iba sentado en una nube veloz”, ambos posteriores a la primera edición. Increíblemente maduros. Todavía no he leído su novela; pero por lo visto no tengo dudas de que se trata del escritor más solvente que tenemos hoy en día. Effio no deja de sorprenderme con su estilo, su elegancia formal. Siento que crecerá muchísimo con el tiempo, sobre todo porque me parece alguien con poca urgencia por publicar, lo que contradice una constante propia de nuestra época, que es la necesidad de reconocimiento inmediato. También me gustaron el primer libro de Ezio Neyra y Casa de Islandia de Luis Hernán Castañeda. Y últimamente me sorprendió la novela de Diego Trelles. En general, creo que hoy existe definitivamente una mayor ambición en los proyectos personales que se están elaborando y que dará grandes frutos en el mediano plazo.

Algo me dice que tienes en carpeta una novela, pero si no es así, ¿qué es lo que estás escribiendo?

Estoy reescribiendo un libro de cuentos del que sólo sobrevive “75, Calle Prince Edgard”, un relato que publiqué seis años atrás. Son historias que encajan en el género negro y que suceden en una pequeña ciudad de Inglaterra, Torquay, cuyo mayor mérito histórico es haber sido el lugar de nacimiento de Agatha Christie y aparece en Un mundo feliz de Aldous Huxley. Bueno, yo la recuerdo así de pacífica, pero me la imagino mucho peor. Tienen, por ejemplo, la historia extraordinaria de un asesino, John ‘Babbacombe’ Lee, al que nunca pudieron colgar porque no les funcionó el caldazo las tres veces que lo intentaron. Muestra de que la caballerosidad inglesa está muy cerca de la superstición. Quizá por eso me gustaría llamar al libro Los ingleses ya no toman el té; pero no es seguro. En todo caso, para mí es una deuda pendiente escribir sobre esta ciudad, sobre la gente que conocí y las historias que me contaron, porque en gran parte volver de allí me hizo creer que podía publicar y que la gente podría leerme. Lo cual, hasta ahora, ha resultado ser más o menos cierto.