Saturday, June 13, 2009

LA CACERÍA, de Gabriel Ruiz Ortega; por Herme Cerezo

Resulta estimulante, a la vez que comprometido, reseñar la novela de un amigo. Sobre todo cuando la obra, amistad aparte, tiene calidad. Me estoy refiriendo a ‘La cacería’, opera prima de Gabriel Ruiz-Ortega, un escritor peruano, nacido en Lima en 1977, colaborador de Diario Siglo XXI, inédito todavía en España aunque suficientemente conocido en el continente sudamericano como crítico, reseñista, antologista y escritor.

Gabriel Ruiz-Ortega encuadra ‘La cacería’ en Perú, durante la presidencia, democrática, primero, y dictatorial, después, de Alberto Fujimori, al que en la novela los personajes se refieren como el ‘Chino’, por su clara ascendencia japonesa (si hubiera sido de origen chino, los peruanos, con su fino sentido del humor, le habrían bautizado como el ‘Japonés’, claro está, mirusté, como diría Montero Glez) y del asesor del Jefe del Servicio de Inteligencia peruano, Vladimiro Montesinos, personaje de oscuro pasado que terminó erigiéndose en mandamás de la dictadura fujimorista.
La acción se centra en la localización de una mujer, de la que se sospecha que posee unos disquetes entregados por su novio, un periodista asesinado, en los que se almacena información comprometedora para el régimen. Los encargados de esta búsqueda son los agentes Martínez y Casas, miembros del grupo paramilitar “Las Esquirlas”, dos tipos carentes de escrúpulos, cuyos comportamientos nos invitan a conocer los mecanismos utilizados por el Doc (Montesinos) para neutralizar enemigos, en este caso concreto el periodista, Óscar Gómez en el libro, personaje tal vez basado en Gustavo Gorriti, reportero de la vida real que investigaba las andanzas del Doc hasta su arresto por las fuerzas paramilitares. También incide el libro en las relaciones entre el asesor presidencial y las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias Colombianas) y su buen gusto por las mujeres, a las que no dudaba en trasladar a pocas cuadras de su residencia, para tenerlas a mano cuando la bragueta le apretase más de la cuenta.
Sobre Ruiz-Ortega hay aspectos importantes que no se pueden dejar pasar por alto sin efectuar un mínimo comentario. En primer lugar, su fraseo dinámico, rápido, sin tregua, que te agarra y empuja del principio al fin de la historia, como si el lector fuese el tronco de un árbol, que ha quedado a merced de una corriente fluvial. El propio autor ha manifestado que “La cacería es una novela que muerde” y creo que no anda desencaminado en su aserto porque, por momentos, mientras la leía, desembocó en mi memoria “otro mordedor literario”, el James Ellroy de ‘Requiem por Brown’ o ‘L.A. Confidencial’, paradigma de la escritura trepidante.
‘La cacería’ es también un compendio del acervo cultural de su autor. Gabriel Ruiz-Ortega, además de un espléndido escritor, es un apasionado por la literatura. Sus referencias constantes a otros autores y las opiniones que le merecen algunos de ellos (Varguitas, Pérez-Reverte, Cernuda, Octavio Paz, Machado, Cummings, John Le Carré, Frederic Forsyth, Durrell, Juan Carlos Onetti, Rodolfo Walsh ― del que les hablé recientemente ―, Montero Glez o Roberto Arlt) demuestran su profundo conocimiento literario. No podemos ni debemos olvidar que detrás de todo escritor se esconde un lector empedernido, un borracho de la literatura y un letraherido, como creo que es el caso de Ruiz-Ortega. Devoto de Paul Auster, el reciente Premio Príncipe de Asturias, Gabriel ubica algunos pasajes de su novela en una discoteca que lleva por nombre ‘El Palacio de la Luna’, en alusión (yo diría que homenaje), a una de las mejores obras del escritor neoyorquino.
Pero no terminan ahí las referencias culturales del escritor limeño, porque el mundo del cine (‘Apocalypse Now’, ‘Fear and loathing in las Vegas’, ‘Taxi Driver’ o ‘Raging Bull’), del cómic underground (Robert Crumb) y de aventuras (Hugo Pratt), así como la música rock y pop transitan continuamente por las páginas de ‘La cacería’. The who, Lou Reed, David Bowie, Janis Joplin o The Smiths, entre otros, son buenos ejemplos de esto último.
La religión, en este caso representada por el modelo evangélico, también encuentra su hueco en la novela, un hueco interesante por lo que aporta de su conocimiento para el neófito en ese mundo de congregaciones y pastores en que se mueve.
El lenguaje de ‘La cacería’ es típico de la literatura peruana. En eso no cabe duda ― no puede negarlo ―, Gabriel Ruiz-Ortega se muestra heredero de sus paisanos que se encuadraron en el llamado Boom de los 70 y otros posteriores, aunque Gabriel incluye una sutileza, sin duda debido a su edad: el lenguaje de argot, de ambiente joven, del mundo de las discotecas y de los estupefacientes, sin olvidar, por supuesto, la terminología de las corruptelas políticas, impuesta por el propio leit-motiv de la ‘La cacería’ y las derivaciones del mundo de la informática (chateo, messenguer, disquetes, cedés, etc.). Es, por lo tanto, su léxico bien propio de la generación peruana a la que representa, hija del tiempo que le tocó vivir, transcrito en un lenguaje crudo, sin ambages, plagado de usos propios del habla coloquial, francamente duro por momentos.
Pero todavía encierra una última sorpresa esta ‘cacería’ de negro sobre blanco. Y es que el propio Gabriel Ruiz-Ortega, se incluye en ella como un personaje más. Pero lo hace sin seudónimo, sin camuflaje, a pecho descubierto, sin chaleco antibalas, utilizando su propio nombre y haciendo honor a una de las citas del fallecido Manuel Vázquez Montalbán, que incluye en la cabecera del libro: “Cuando una persona real sale en una novela, deja de ser real, se convierte en un personaje de ficción”.
En resumen, estupendo debut de Gabriel Ruiz-Ortega en el mundo de la novela, al que sólo una pequeña nota discordante, no atribuible al escritor peruano, puede achacársele: la labor poco eficiente del editor. Ojalá pronto podamos leerle en España en una versión más cuidada que la existente. Gabriel Ruiz-Ortega lo merece.
Así sea.
Publicado en Siglo XXI

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