Tuesday, October 23, 2007

"El secreto del orfebre", de Elia Barceló

Sólo sabía por referencias de Elia Barceló. Recuerdo que algún amigo me la había mencionado en alguna tertulia. Tuvieron que pasar varios años para encontrar un libro suyo en la mejor librería del Perú, El Virrey. Me encontraba conversando con mi editor David Ballardo cuando veo entre los anaqueles un lomo de color amarillo y blanco. Fue precisamente un lomo de esos colores que me deparó una de las lecturas más estimulantes que he tenido meses atrás con “Manual de literatura para caníbales” de Rafael Reig. Sin embargo, el lomo que cogí era delgado, me invitaba a devorarlo en cuestión de horas. Una vez acabada su lectura recién me puse a leer los textos de la contraportada, desde hace tiempo no tengo esa mala costumbre.

“El secreto del orfebre” tiene la gran virtud que puede prestarse a muchas lecturas. Hasta donde he averiguado, se ha vendido esta novela como una buena muestra de novela amor: eso es cierto. Empero reducir esta novela de Barceló a esa etiqueta es también un acto de tremenda mezquindad, y por qué no decirlo, también de ignorancia. La prosa de esta escritora tiene el acierto de decir en líneas lo que otros quizá lo hacen en páginas. Recordemos que la temática del amor ofrece una libertad expresiva de tal punto que no pocos se sienten tentados en dar rienda suelta a las vetas expresivas cuando en realidad lo que se necesita es un alto grado de honestidad que conlleve a dinamitar el ego al escriba de turno puesto que muchas veces el uso de una motosierra se hace soberanamente necesario. Y supongo que la escritora, conciente de ello, se inclinó por un desarrollo casi minimalista que como tal no está libre de un apreciable lirismo que supura en cada letra de esta novela.
Hay una evidente destreza estructural que tira por los suelos el aparente facilismo que genera el libro ante una primera impresión. Recordemos que se cree, para mal, que las novelas cortas, para llegar a ser estimadas, deben ofrecer una estimulante variedad temática y estructural. “El secreto del orfebre” brinda esa premisa, pero se nota que no cae en ese recurso de la “novedad” como un mero hecho de jugar a lo fácil, sino que es su complejidad lo que la enriquece, y la brevedad, en la que se desarrolla el encuentro entre una mujer mayor y un joven, su punto de apoyo idóneo. Hay historias que buscan la forma cómo ser contadas, los argumentos están, y es tarea del escritor convertir esas historias en lenguaje y estructura. La historia de los dos protagonistas de esta novela la he escuchado y leído millones de veces, pero ¿qué hacer ante un temático lugar común?, ¿seguir la costumbre?, ¿cortar los hechos?, estas son preguntas que me hago en clara especulación de lo que pudo haberse formulado Barceló a la hora de esgrimir esta novela, porque es la única forma de entender el por qué en ella hay un canto al dificilísimo juego de los espejos, a los cambios temporales que en algunos casos son un choque al lector, al estado subjetivo que lucha contra una narración que trata de ser omnisciente.
¿Dónde está la clave de “El secreto del orfebre”? Clave que sirve también para enriquecer y entender el relato. Pues en las primeras palabras con la que empieza, las que signan todo el sentir de la novela, las cuales muestran también su evidente riqueza: “... el arranque de esta historia que hoy me cuento, pero ¿dónde encontrarlo? ¿Cómo? ¿Cómo, si no hay principio, y el final que marcó mi vida, ese final de hace tantos años, está apenas a seis días de esta madrugada neoyorkina?” y a la página siguiente remata con: “Un posible comienzo: era septiembre, una noche ventosa preñada de tormenta”.
La inquietud de contar y la búsqueda del cómo hacerlo son los soportes de esta muy buena novela, que como todas tiene también sus baches, pero qué novela no las tiene, da igual, su lectura nos lleva a algo que muy pocos libros en la actualidad logran: cuestionar.
Editorial: Lengua de trapo.
Esta reseña fue publicada el 23 de octubre de 2007 en el diario Siglo XXI de Castellón, España.

Tuesday, October 09, 2007

"Lecciones de origami", de Augusto Effio Ordóñez

Una de las ventajas que te depara la lectura es la capacidad inconsciente de detectar en los textos sus respiros de madurez. A veces te topas con los que exhiben un apreciable dominio de los tiempos, un inteligente despliegue de la estructura y un apreciable uso del lenguaje. Y claro, también hay de los otros, pero de esos es mejor no escribir nada. Ahora, cuando agarras una novela los defectos pueden diluirse porque estos son contrapesados con el respiro la historia, o historias, que permiten camuflar las caídas destinadas en toda novela.
En cuento, el rastreo va por otro lado, basta un párrafo o una línea como para darse cuenta de qué es lo que hay detrás de las páginas, saber las intenciones del autor si es que hubo apuro o paciencia antes de entregar el libro a una editorial. El cuento, por su carácter hermético y traicionero, se reserva el derecho de admisión. Por algo este género es el más difícil de todos, y al igual que en poesía, para su desarrollo se necesita de conciencia de oficio, hartas lecturas y, en especial, nacer para él. Por eso, el primer libro del joven escritor peruano Augusto Effio Ordóñez (Huancayo, 1977) es un aliciente para creer con convicción en este género cada día más denostado por las leyes del mercado. “Lecciones de origami” supura musicalidad y abre las vetas expresivas a una tradición que por alguna extraña razón viene siendo denostada a más no poder: el boom latinoamericano.
Los seis cuentos del libro reflejan la desazón existencial y anímica de cada uno de sus personajes. Effio Ordóñez no sólo se queda en el pincelazo de presentarlos en sus esperanzas, en sus búsquedas, huidas, sino que cada uno tiene como cobijo atmósferas aún más tétricas y apabullantes que los pesares que reflejan. Pero como bien exige la ley cuentística, la atmósfera, para tener el relieve que se merece, debe estar circunscrita a un espacio geográfico, ya sea recreado o imaginado, por ello, el autor acierta con la apuesta por la ciudad ficticia San Cristóbal, ciudad que es singular y es todas a la vez, una parcela que sirve también como escenario para aquellos personajes subalternos que, en algunos casos, terminan sosteniendo las tramas.
La mirada introspectiva en pos del detalle es donde puede medirse los alcances de Effio Ordóñez como fabulador. Si cogemos los cuentos de “Lecciones de origami”, no tardamos en darnos cuenta que sus argumentos, en líneas generales, no pasan de lo “aceptable”, empero, lo que hace memorable a estos seis cuentos es el bisturí estilístico que disecciona lo que en apariencia no tiene mucha importancia: una frase, una palabra, una mirada, un gesto. La armazón de los relatos se sostienen por las “radiografías” de los detalles, que usados en otro escritor sin talento pasan desapercibidos, pero en Effio Ordóñez estos adquieren protagonismo, como se deja ver con mucho agrado en “La última entrega de Jesús Camarena” (el mejor del libro), “La conversación”, “Un parpadeo de Gene Hackman” y en el cuento con el que se presenta el volumen.
Líneas arriba, mencioné las vetas a las que este libro nos lleva. Es sabido, basta leer cualquier libro de autor joven (de donde sea), que el influjo que hoy tienen los narradores del boom es presa de ascos por parte de aquellos aspirante a escritores, incluso entre quienes ya lo son (ni hablar del mercado editorial). Esta evidente muestra de parricidio tiene algo de peculiar (los parricidios son buenos y necesarios en los procesos artísticos): es un parricidio que descansa en la ignorancia. Pues bien, me queda claro que “Lecciones de origami” no es un canto, o tributo, al boom, pero es justo decir que su autor ha bebido bien, ha asimilado el legado, colándolo en pos de una voz narrativa híbrida que resalta abierta y soterradamente en cada uno de los párrafos de este primer libro suyo.
Como todo libro, éste no es libre de falencias, aún así, considero que no es una exageración manifestar que “Lecciones de origami” es el mejor libro de relatos publicado en Perú en el 2006 (y en lo que va del 2007), y a cuyo autor habrá que seguirle, de todas maneras, la ruta.
Editorial: Matalamanga

Wednesday, October 03, 2007

"Hotel Nómada", de Cees Nooteboom

En “El cielo protector” el gran Paul Bowles nos legó la verdadera definición de la diferencia entre el viajero y el turista. El viajero, a diferencia del turista, no está suscrito a un plan de cierta agencia de viajes que por un monto atendible tiene que cumplir con llevar a su cliente por los lugares más conocidos de la ciudad que promocionan hasta el hartazgo en tarjetitas postales. Paseos en los que el cliente rara vez tiene que ensuciarse los pies, ergo, no tiene que pasarlas putas. En cambio, el viajero es aquel que está dispuesto a convivir con la gente de la ciudad o pueblo que visita, cuya estancia no está reducida a lo que lleva conocer los lugares históricos que indefectiblemente toda comunidad tiene. Su permanencia está signada por el no-tiempo, por el no-lujo. Digámoslo en buen cristiano: para el viajero es más importante el asir las costumbres, conocer la historia desde adentro, y forjarse en sí un conocimiento crítico partiendo del conocimiento de causa.

Cees Nooteboom es quizá uno de los últimos grandes escritores viajeros vivos en el mundo. Sus libros son de referencia obligatoria para todos los que ven en el viaje un intercambio cultural que descansa ante todo en la posibilidad primaria de la interacción humana. Con Nooteboom no hay hoteles cinco estrellas, no hay Wake Up Callings, la buena comida no está relacionada a la alta cocina (no sé de dónde viene ese criterio de “alta cocina” puesto que si existe una “alta cocina” también debe existir una “baja cocina”, cuando lo que es claro que muchos de los platos de esa dizque “alta cocina” proviene de la cocina a la que tantos ascos le hacen), y no hay seguridad, no más de la que uno puede tener consigo mismo.

Este escritor holandés es muy conocido por su arrojo, estoy seguro que más de uno hemos leído sus crónicas desde los parajes o metrópolis más inhóspitas del planeta, en una semana Nooteboom puede estar en Haití para que luego de horas o días reportar desde un país africano en conflicto. En “Hotel Nómada”, más que un libro de viajes, tenemos ante todo una selección de crónicas que muy bien pueden ofrecernos un fresco de las inquietudes de Nooteboom, en sus páginas el viajero nos cuenta, casi a manera de susurro, el por qué viaja, y si seguimos la lógica que comparte, pues todos siempre estamos en un constante viaje, que la estabilidad física es una mentira, que uno siempre, aún así esté en el mismo lugar, se encuentra viajando, conociendo, transformándose. Para ello, el autor se vale de varias referencias que utiliza como armas: la filosofía, la historia y la experiencia vital. Nooteboom sabe muy bien cómo combinar estas tres aristas, lo hace de tal manera que por momentos no sentimos esa carga retórica premunida de reflexión que a cualquiera puede llegar a aturdir.

Los recorridos de “Hotel Nómada” están repartidos, principalmente, entre África, Asia y Sudamérica. Más de una crónica tiene como protagonistas a personas bañadas en peculiaridad, como el “loco” fotógrafo Eddy Phostuma de Boer. Las impresiones de Nooteboom no serían más que meras notas de obnubilado si éstas no ofrecieran críticas del contexto social y político del lugar visitado. Es más que apreciable la capacidad de documentación del escritor, más de una nota alcanza niveles atendibles de cualquier reputado politólogo.

Indefectiblemente, “Hotel Nómada” no está entre lo mejor de Nooteboom. No le llega ni a los talones a “El desvío a Santiago” y “La historia siguiente”. Pero es justo recalcar que se trata de un libro idóneo y estimulante para quienes quieran saber, como se debe, de un escritor que hizo del viaje, físico y espiritual, su arte poética.

Esta reseña fue publicada el 4 de octubre de 2007 en el diario Siglo XXI de Castellón.