Referirnos a Montero Glez (Madrid, 1965) está demás. A estas alturas corremos el riesgo de ser circulares hasta con una breve introducción puesto que quién no ha disfrutado con la fuerza en vértigo de Sed de champán, Cuando la noche obliga y Manteca Colorá, novelas que han conseguido la no muy común alternancia del reconocimiento de la crítica con la fidelidad del público lector.
Con Besos de fogueo (El Cobre, 2007) tenemos ante todo el backstage de lo que hemos leído en sus celebradas novelas, es fácil poder rastrear los impulsos que este autor ha sabido desplegar en el formato más libre de los géneros literarios, teniendo a su estilo, que en no pocas ocasiones el autor ha calificado como “Folclore cósmico”, como el verdadero protagonista que se lleva de encuentro a la historia como asunto, el cual adquiere vida en cada línea de estas 95 páginas contundentes. Y no es exageración lo que diré, a riesgo de pecar de avezado: pues no dudo en calificar a Glez como el mejor narrador de estilo hoy por hoy en lengua castellana. Estilo que no descansa en la nada, en el nacimiento espontáneo, sino que éste se nutre de lo mejor de la tradición de nuestra lengua, de los años maravillosos en la que ésta adquirió fuerza y esplendor: El Siglo de Oro.
Cosa curiosa: no recuerdo haber leído prólogo alguno que tenga todos los visos de relato, donde la pulsión narrativa guarde ritmo y sano atropello en la frialdad de un texto introductorio. En claro testimonio de que en Glez sí es posible notar lo que muchos demoran años, hasta toda una vida, en consolidar: el proyecto de escritura y la voz propia en la que descansa. Glez nos susurra en su prólogo las idas y vueltas de estos cuentos, de lo que puso ser, de lo que es y de lo próximamente será ante la inminente salida de su novela “Pólvora negra”, ambientada y sazonada en los apasionantes años de La Restauración.
Como sabemos, no hay tema prohibido para la literatura, todo es literatura si se sabe bien cómo contar, y la única manera de hacerlo, en especial con estos cuentos ambientados en los arrabales de la vida y la sociedad (no por ello menos estimulantes), es a través de la verosimilitud, la cual, no sé por qué, viene siendo muy denostada en pos de las libertades de la imaginación, que hay que aprovecharlas, obvio, pero que ante todo deben reflejar trabajo con la palabra y el contexto que sí demanda tiempo en quien se atreve a retratarlas. Este detalle es capital para entender lo que “Besos de fogueo” encierra ya que si bien es cierto que el conjunto es fuerte, paradójicamente no es lo mejor que Glez ha escrito, y me pregunto, a lo mejor con mala intención, ¿quién puede darse lujos así? La respuesta es una: un escritor de raza, con muchísimas lecturas encima, con harta vida para no sonar falso, y en especial, consciente de que tiene talento pero que a la vez éste no es suficiente para sacar adelante una obra que tiene fuertes cimientos en lo mejor de nuestra tradición.
Sin ánimo profético, me es necesario manifestar que este conjunto de relatos está llamado a ser un referente obligado para todos aquellos que en un futuro quieran saber la radiografía de la poética de este escritor que no se cansa de cuestionar con sutileza en prácticamente todo lo que escribe.
Nota: Esta reseña apareció en la edición de Diciembre de Literaturas.com
1 comment:
Glez está de vueltas, man. Su Cuando la noche obliga es un gran broli.
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