Sunday, October 19, 2008

Entrevista a Johann Page (PP)

“Creo que lo más importante para poder escribir es arriesgar siempre, aunque sea un poco. Creo que eso legitima un trabajo”

Johann Page, escritor

Johann Page (Lima, 1979) es autor del libro de relatos Los puertos extremos. En su libro encontramos diversas influencias que no sólo se ciñen a la literatura. Sus historias refulgen de imágenes que descansan en un verbo reflexivo, en un respeto por la palabra escrita, sin dejar de dotarla del riesgo de la elasticidad que denotan a un escritor que no sólo hace gala de talento, sino que a este se suma la inteligencia, la formación y la ambición.

Gabriel Ruiz-Ortega


Una de las características saltantes en tu libro de cuentos es el claro reflejo que dejas notar en tu trabajo con el lenguaje. ¿Cuánto tiempo te llevó escribir Los puertos extremos ?

El trabajo con el lenguaje ha sido una de mis principales metas para lograr este libro. Creo que la confección de un libro siempre se convierte en la búsqueda de un estilo. Durante mucho tiempo luché con la idea de poder moldear y expresar las imágenes que me inquietaban de un modo más elaborado, intentando alejarme de su cruda simpleza. Creí que la mejor forma de expresarlas era de una manera encubierta, encapsulada, que exigiera al lector un trabajo complementario pero sin abusar de su paciencia. Había una lucha paralela entre la imagen simple y radiante que me acompañaba día a día –y que terminaría en muchos casos convirtiéndose en cuento- y el resultado de las palabras elegidas, que en ocasiones –pocas, ahora lo veo- mostraban con mejor ángulo dicha imagen. Sin embargo, en otros casos simplemente la opacaba, inclusive al punto de desaparecerla. Pensaba en ese entonces que aquella era la manera adecuada de mostrar lo que sentía. Lo que perseguía era un equilibrio entre las reflexiones provenientes de mis lecturas e influencias y la adecuada elección de frases y estructuras. Tratar de manejar el paquete. Al igual que muchos escritores que empiezan, confiaba ciegamente en que el lenguaje debía ser un instrumento de escondite, de alejamiento. Mientras más elaborada fuera la presentación de la historia más fielmente podría el lector recuperar ese sentimiento inicial que generó todo. Sin embargo, eso no siempre funciona. Creo que en algunos cuentos de los que he escrito se logra este objetivo, pero en otros ese revestimiento se convierte en un obstáculo para poder captar mejor ese sentido original. Cuentos como Brújula, por ejemplo, que es la historia de un amor abrumador de un viejo por una niña –un amor baboso diría Onetti- se pueden convertir en agresiones al lector. Lo críptico no siempre es sinónimo de complejo y creo que esa es una lección que se aprende poco a poco.

Escribir Los puertos… me tomó alrededor de cuatro años. Fue más que nada una recopilación de varios escritos y luego el trabajo de un año para la elección y la escritura de un par de cuentos más. Recuerdo que incluso me marché a Obrajillo para acabar con el asunto. Estuve por allá unos tres meses y volví con un buen manojo de relatos y una nueva y resplandeciente fobia a las arañas. Luego un concurso de cuentos me contactó con la gente de Estruendo y así empezó el trabajo de edición y finalmente la publicación. De todo aquel proceso, varias cosas me quedaron muy claras. La primera de ellas –creo que la más importante- es que las historias que uno cuenta deben poder encontrar su propio lenguaje. Y sé ahora que a medida que se complejiza el mundo de un escritor su estilo se hace más transparente. Vale ahora más lo que debe decir. Y eso es a lo que aspiro.


Hay dos autores que se dejan sentir en esta primera entrega: Borges y Cortázar. Sabes bien que ambos muestran vetas narrativas muy amplias, pero me gustaría saber qué es lo que cogiste de ellos para hacerlo tuyo en pos de una voz y temática personal.

Ambos son autores capitales en mi formación. Cuando leí a Borges supe que la literatura no solo se trataba de buscar anécdotas interesantes, deslumbrantes, aparatosas o rebuscadas. Se trataba además de pensar más allá de lo que se te ofrece. Repensar ideas que se dan por inamovibles. Cuestionar utilizando los caminos de la filosofía, las matemáticas y la Historia. Cada una de estas vertientes ofrece la posibilidad de revisitar las ideas más importantes que han marcado la literatura de todos los tiempos. Y además de derrumbarlas. Hay mucha más radicalidad y ánimo subversivo en Borges que en gran parte de escritores actuales que se autoproclaman como agitadores y destructores de la literatura. Borges deja a muchos de ellos tan solo como unos pequeños revoltosos. Creo que una de las mejores lecciones que puede ofrecer este escritor es la posibilidad de apreciar un uso exacto, casi quirúrgico de la palabra. Creo que lo más cercano es una sensación de justicia en las frases. Por eso y por la idea de radicalidad en Borges es que no entiendo a muchas personas que se espantan ante él, o peor aún lo relegan a esa irritante admiración de antemano –la misma que proclamaba Borges cuando se le preguntaba por Vallejo-. Es cierto que para apreciar su obra se requiere de un conocimiento progresivo y que hay que ir de a pocos para no darse de cara. Pero solo un ignorante retrocedería ante lo que lo desafía. Por otro lado, el asunto con Cortázar es muy distinto, en mi caso. Su visión intuitiva y amigable –en algunos casos- sobre el azar y los eventos considerados “extraños” o distintos como las apariciones, los fantasmas, los saltos temporales, son para mí una fuente muy estimulante porque descubría en él una especie de cómplice en aquellas visiones. Siempre me he sentido muy conectado con ese tipo de intuición. Por eso, Cortázar para mí es como una especie de amigo viejo, algo misterioso y cascarrabias, pero que siempre está dispuesto a compartir su sensación de extrañeza con uno. Esa capacidad para sorprenderse de los eventos cercanos, de las pequeñas variaciones que nos rodean es quizás lo más importante que me ha dado este autor. Creo que hay una mezcla en mi libro de estas dos influencias, cierto. Pero ha sido prácticamente una labor de admiración. Quizás por ello los primeros libros siempre son un homenaje a los autores que nos influyen, porque nos apropiamos de sus palabras, sus giros y vuelcos. Incluso de sus bromas y malestares. Y al encontrarnos nosotros mismos pisando a tientas nuestro propio camino, qué mejor que acercarnos a lo que sentimos que a través de los que nos hicieron sentir aquellos autores. No es precisamente una sed de influencia. Es más bien un ánimo de darles tributo, sin perder nuestra propia perspectiva del mundo, desde luego.


¿Le debe Los puertos extremos a la tradición literaria peruana?, si es así, ¿quiénes son estos autores?

Creo que sí, pero no en gran medida. Mi interés por la escritura nace de la lectura de autores como Bryce y Ribeyro. Más tarde leí a Vargas Llosa y ya en la universidad mis lecturas estuvieron muy apegadas a autores orientales, como Yukio Mishima, Akutagawa y Kawabata. Después vinieron Kafka, Rilke y Fitzgerald y Hemingway. Además me influyeron mucho autores latinoamericanos como Felisberto Hernández y un autora poco conocida llamada Rosario Ferré. Sin embargo, a pesar de que mis estudios y trabajos estuvieron vinculados a estos autores, también hubo en mi formación acercamientos a autores peruanos contemporáneos que colaboraron mucho en la escritura de mi libro. Se trata de autores que en los noventa, a pesar de existir una clara preferencia por los temas urbanos y realismos sucios, crearon otras vertientes de trabajo en los que predominaba un uso del lenguaje más arriesgado y temas más íntimos, o simplemente de una factura más elaborada que la simple moda. Nombres como los de Iván Thays, Ricardo Sumalavia y Mario Bellatín y más adelante Marco García Falcón son habituales cuando uno trata de buscar los mejores ejemplos de aquellos autores que apostaban por una escritura más expansiva. Al menos eran los que a mí más me interesaban. La senda que ellos despejaron permitía una visión más amplia del panorama de la literatura peruana. De hecho le otorgaba sentido, porque es a raíz de su pujanza que muchos autores jóvenes pudimos encontrar referentes más amplios para construir nuestra propia escritura, y creo que en ello coincidimos varios miembros de mi generación. Quizás no se trate de una influencia directa, pero es innegable –incluso para muchos que ahora se atemorizan, o peor, se avergüenzan de admitirlo- que la obra de aquellos escritores permitió avanzar por un camino alternativo, difícil de comprender y más aún de sostener. Solo tomándolos en cuenta en nuestro panorama contemporáneo es como se puede comprender globalmente el fenómeno actual de resurgimiento de nuestra literatura. Al igual que para muchos de los escritores jóvenes que conozco, para mí fueron de gran importancia y creo que aún lo seguirán siendo con lo que continúen produciendo.

Si bien es cierto que es muy prematuro calificar a los narradores que recién están saliendo entre vitalistas y metaliterarios, no puedes negar que por el contenido de tu libro se te asocia a este segundo grupo. Johann, ¿cómo definirías lo metaliterario?

No creo que se trate de una división prematura, sino de una clasificación descaminada, sin mucho sentido. Digamos que en términos laxos podríamos considerar una obra, sea una novela o un libro de cuentos, como vitalista o metaliteraria. Pero ¿a qué se refieren exactamente esas clasificaciones? ¿Qué espectro pretenden abarcar? Creo que lo que se intenta decir es que a raíz del uso de un recurso literario que predomina en una obra, entonces la obra en su totalidad se determina de esa forma. Incluso al narrador se le ubica en una especie de bando (en el extremo más ridículo, algunos pretenden convertir esta división en una lucha entre ratones de biblioteca o los típicos nerds y el vitalista, que sería una especie de alma pérdida, un ángel caído que no sabe escribir, pero que tiene la sabiduría de un monje zen rocanrolero). Los metaliterarios serían aquellos que utilicen el recurso de mencionar directamente dentro de sus obras otras obras literarias, y reflexionen sobre ellas en sus páginas. Pero el término es tan blando que incluso se han adherido a esta clasificación a escritores que simplemente tienen una preocupación “mayor” (o más “cuidada”) por el lenguaje que utilizan. Ser “metaliterario” entonces, a diferencia de los vitalistas, implicaría una especie de etiqueta que busca resaltar en un narrador su afán por el cuidado en el lenguaje y su bagaje de influencias y lecturas explicitadas en las páginas que acumula. Si tomáramos el término así, de un modo escandalosamente general como está planteado, entonces ¿qué le quedaría a un “vitalista”? ¿Acaso tan solo contar intimidades de un modo telegráfico? Esto es absurdo. Creo que la confusión radica en el hecho de resaltar demasiado el recurso metaliterario utilizado y oponerlo a lo vivencial, que no es un recurso sino una coordenada temática. Pero esto es totalmente inviable: el recurso metaliterario es tan común como puede serlo el epistolar, el diario o el autobiográfico. Es una herramienta de expresión, un artificio. No un modo de vida o algo así. Más aún, si los términos de andinos y criollos ya eran lo suficientemente vagos como para generar convulsiones y jaladas de cabello, incluso el interés por generar estos bandos era comprensible y más genuino: fantasmas de mafias y resentimientos, que a fin de cuentas para quienes los sufren pueden ser legítimos. (Un poco ociosos, pero legítimos a fin de cuentas.) Pero la división entre metaliterarios y vitalistas ¿a quién beneficia? ¿qué habrá de seguir? ¿epistolares vs. autobiográficos? Es necesario entender que si bien para un conjunto amplio de personas son útiles estas divisiones para poder comprender los primeros pasos de un fenómeno creciente en la literatura actual, sus alcances son muy limitados. Incluso peligrosos, porque corremos el riesgo de perder de vista que la literatura es como una figura geométrica con múltiples aristas, ninguna mejor que la otra, pero en cuyo entramado existen infinitas conexiones para los múltiples libros que se han escrito y que se seguirán escribiendo. Basta elegir nuestra propia perspectiva haciendo girar en nuestras manos aquella figura, y revelar los hallazgos. La literatura es eso, creo, un ejercicio de hallazgos. Tomando en cuenta esto creo que los libros, entonces, no nacen solos: siempre hablan de otros libros. Aunque no lo hagan de forma explícita. En ese sentido, la definición laxa de metaliterario pierde sus límites y se hace insuficiente, casi hasta convertirse en obsoleta.

Claro, a lo que dices se suma la gran desinformación que encierra el concepto de metaliterario. Se cree que la enunciación de un determinado autor o libro X en un texto de ficción lo convierte en como tal. Por desgracia no estamos ajenos a esas etiquetas ya que si se quiere hacer un trabajo crítico esas taxonomías salen a flote. El problema radica en que se pretenda hacer esa taxonomía en autores que recién han empezado. Quién sabe, a lo mejor mañana tú escribes una novela con la influencia del realismo sucio y yo me incline por una novela a lo Hotel Europa o La evasión.

Claro, todo eso es posible. Y me imagino que el resultado será muy interesante, por decir lo menos. Creo que cuando aparece un nuevo conjunto de escritores siempre se intenta moldearlos o adaptarlos de acuerdo a los parámetros existentes. Eso es inevitable. Supongo que con fines críticos, para poder comprender mejor la obra en evolución de estos autores, es útil acudir a esos conceptos y a otros más. Siempre y cuando se reconozcan los límites de esas clasificaciones. Al menos hay que agradecer que no nos han colocado en la vacía dicotomía andinos y criollos. Y sí, creo que la diversidad de escritores actuales que tienen proyectos variados crea la posibilidad –latente, otra cosa es que cumplan- de ofrecer distintos tipos de temáticas y recursos. Tú puedes mandarte con una novela tipo La evasión, desde luego, y quizás a mí me salga otro libro más tirado al realismo sucio, como dices, pero creo que hay tendencias personales que nos dirigen. En todo caso, y creo que eso es lo positivo, a nadie se le va a reclamar nada si es que escribe cualquier novela que se le dé la gana. Me parece que hay allí un punto de superación.

Con Schiele es un cuento que me atrae. Usas la figura de Schiele para ficcionalizarlo a través de recursos surrealistas. Me lleva a pensar en posibles influencias extraliterarias. ¿Cuáles son los aditivos, si existen, que acompañan tu trabajo literario?

Con Schiele es uno de los primeros cuentos que escribí. Creo que las influencias extraliterarias son vitales en la formación artística. En mi caso, durante mucho tiempo me he sentido muy próximo a la pintura contemporánea, incluso también a la clásica. De pequeño me apasionaba leer biografías de escritores, pintores y uno que otro artista atormentado. Recuerdo que me daba algo de gracia malévola descubrir las causas de sus males, además de sus motivaciones para llevar a cabo sus obras. Irónicamente, en ese entonces llegué a pensar que había que estar muy loco para perder el tiempo armando artefactos de ilusión y cosas así. Aunque creo que aún lo sigo pensando. Por otro lado, la música también me proporciona muchas herramientas para poder escribir. Además del entretenimiento y el hallazgo de letras excelentes en canciones también excelentes, la noción del ritmo en la prosa creo que es muy importante. Creo que se trata de experimentar, de crear sobresaltos y quebrar un poco, según lo merezca la sección que se está escribiendo, la lógica de lo que se está escribiendo. En todo caso, cualquier tipo de conocimiento ajeno al trabajo personal, además de las experiencias vitales, son útiles para complementar lo que se quiera expresar. En una época como esta en la que existen muchos recursos de distinto tipo para confeccionar una obra de arte, es imposible mantenerse alejado del bombardeo multimedia; pero con criterio cuidadoso se debe elegir oportunamente qué puede ser útil y qué cosa solo puede perjudicar o entorpecer lo que uno quiera hacer. La figura de Egon Schiele, por ejemplo, siempre me llamó la atención no solo por la calidad de su pintura, sino por su agitada forma de romper con los parámetros de su tiempo al retratar con un pulso marcado hasta la desesperación sus propias visiones –que iban mucho más allá de las anécdotas con niñas desnudas-. Al final, Schiele no logra el reconocimiento que siempre buscó, pero queda para nosotros el testimonio de su mundo personal evidenciado por su talento. Pienso que en la escritura se trata de lo mismo. Pienso en Onetti, por ejemplo. Entregarte a lo que tienes frente a ti con todas las herramientas que tengas a mano, y hundirte en tu propia visión. Como algunos dicen: podrirse de literatura.

Esta es una opinión personal. Leyendo Los puertos extremos he llegado a sentir un halo poético que solapadamente se despliega en el estilo que usas para tus cuentos. ¿Cuán cierta es esta impresión?

Me parece una impresión bastante acertada. En muchos de los cuentos de Los puertos… procuré utilizar un lenguaje sencillo, que clarificará y repotenciara las historias para el lector. Pero en algunos casos me pareció mejor tratar de llevar a un extremo las posibilidades de palabras simples conjugadas en figuras más oníricas. Creo que a través de esa mezcla es que hay algunos cuentos que quedaron bastante bien, pero otros sufrieron el exceso de ese experimento. Y supongo que eso está bien. Creo que lo más importante para poder escribir es arriesgar siempre, aunque sea un poco. Creo que eso legitima un trabajo. Ahora, desde luego que ese experimento no fue del todo conciente, pero cuando acabé el libro el resultado global me gustó mucho. En cuanto a la poesía misma, no la escribo a menudo, menos aún la publicaría. Creo que las miserias personales uno siempre debe tenerlas bajo el tapete. O a la mano, al menos, para que nos recuerden hacia dónde y hacia dónde no debemos enfocar nuestro trabajo. Cuando llegue el momento de exhibirlas, siempre será dentro de un libro mayor y allí será otra historia, espero. Claro que eso no implica que no deje de leer poesía; por ejemplo a Eielson y a Westphalen, a quienes me acerco cada vez que puedo. Para mí eso es muy importante porque son poetas que admiro hasta la obscenidad. Es como mirar el calendario para saber dónde y en qué momento en el mundo me encuentro. Y así puedo seguir la marcha.

Las referencias a espacios empíricos concretos es mínima en tu libro. Si bien es cierto que te alejas de un realismo narrativo, este se deja notar en los personajes, en las ansias que estos tienen por fugarse, o mejor dicho, por huir de ellos mismos. Y esta tendencia la noto en algunos escritores jóvenes como tú. ¿Con qué escritores jóvenes te sientes más allegado temáticamente?

Me parece que ese afán descontextualizador, de referencias ajenas al realismo narrativo predominante durante mucho tiempo en las letras peruanas, es compartido por varios autores jóvenes que admiro mucho. Entre ellos se encuentra Luis Hernán castañeda, cuya Casa de Islandia practica esta especie de brumosa atemporalidad; del mismo modo, Carlos Gallardo en Parque de las leyendas le da buena forma a sus ideas personales –de temática medieval- a través de representaciones evasivas de la realidad “real”. Pero un alejamiento más radical se encuentra en Edwin Chávez, quien con su 1922 ya ni siquiera utiliza referentes cercanos (como el caso de la Universidad Católica en Casa de Islandia o en Parque de las leyendas), sino que construye un mundo narrativo en base a lecturas de autores admirados. Hay algunos otros narradores interesantes en ese sentido, pero creo que estos que menciono son los que considero más cercanos temáticamente. Ahora, sé que cada uno de ellos trabaja en proyectos que están evolucionando. Estoy seguro de que va a existir un paso intermedio en la construcción de sus propios mundos narrativos que va a ser muy interesante de descubrir. Y algo me dice que la contextualización va a ser inminente. Sospecho que van a empezar a utilizar las experiencias personales como marcos referenciales para sus nuevas obras. De hecho, esa evolución es la que será más llamativa, porque nos va a permitir conocer a cada uno de ellos y comprenderlos mejor, al igual que valorar con más cuidado su verdadero aporte.

Los puertos extremos termina con un texto de Renato Sandoval. Creo que Sandoval es uno de los poetas más interesantes que hay, siempre me ha llamado la atención su apuesta por búsquedas personales en las que apela a cruces de influencias, como por ejemplo, se deja sentir en Suzuki Blues. ¿Qué opinas de esta última entrega de Sandoval?

Yo también creo que Renato es un estupendo poeta. No solo por el amplio espectro de conocimientos que maneja, lenguas y referentes filosóficos, sino por su capacidad para amoldarlos a los proyectos que se plantea. Suzuki Blues representa fielmente esa necesidad de integrar esos referentes amplios –en este caso los de la filosofía Zen y la poesía japonesa- con los referentes próximos de nuestra cotidianeidad. Me parece esta una evolución interesante, puesto que en Nostos, o El Revés y la Fuga, no existía esa aproximación de los referentes a realidades concretas. Sin embargo, debo admitir que personalmente El Revés y la Fuga me parece un libro mucho más atractivo. Con más posibilidades. Aunque es un libro más desafiante, más críptico, tiene versos poderosos que no dejan respiro. Es probable que me sienta parcializado al dar esta respuesta, pero este libro, al igual que Nostos, me permitió explorar en mi propia concepción poética, moldearla incluso a base de apropiaciones: existe en Los puertos… varios versos de estos dos poemarios de Renato distribuidos entre sus páginas. Ocultos, como en un juego de diálogos. Por ejemplo, uno de los versos que más me ha gustado está en el cuento principal: “Un camino es un camino si es que uno lo detiene, y una meta si es que nunca se termina”. Hay un proceso interminable, que siempre se está reformulando. La inclusión de estos versos, más que un tributo es una especie de resignificación. Revés, vuelta, persecución alejamiento, así como Fuga, huida, escape, son algunos de los conceptos que yo he trabajado en mi libro, y no pude pensar en ningún otro poemario o libro que se adecuara mejor a lo que quería decir en ese entonces. Por eso le estoy muy agradecido por haberme concedido ese breve texto final, incluido como otra “fuga”, que de forma lírica recopila los ejes temáticos del libro. Fue muy generoso, y creo que ayudó muchísimo a darle una forma completa a lo que buscaba decir.

Sé que eres un gran lector. ¿Puedes hablarme de un libro que te haya gustado mucho?, no necesariamente tiene que ser peruano.

El último año he leído dos libros que me han gustado mucho. Uno de ellos es El Pasado, de Alan Pauls, ganadora de la versión anterior del Herralde a la de Cueto. Una novela escrita de una manera lineal, pero abundante, exagerada. Una novela desmedida que aparenta ser la única manera de contar una historia del resquebrajo de una pareja, y su posterior transformación en el fantasma del amor. Creo que uno de los principales atributos del libro es haber encontrado un lenguaje que aísle al narrador de los eventos, pero que cuando interviene logra hacerlo a manera de un locutor en off que presenta un espectáculo mórbido, casi obsceno. Quizás el tema de la disolución de una pareja y sus consecuencias sea bastante retador en la medida en que existen muchos libros anteriores que ahonden en él. Pero Pauls se acerca al desastre de manera casi microscópica, deteniéndose en los rincones en los que yacía el amor y observando cómo se pudre lo que resta. Es morboso, cierto, casi al punto de hacerse difícil de resistir. Pero creo que el amor es así también, no solo cuando acaba, sino cuando se instala como un parásito en un organismo llamado pareja y lentamente lo corroe, hasta destruirlo. Supongo que esa es su misión, pero esto es difícil de aceptar. Quizás el libro tenga muchas páginas vinculadas al sick art que no colaboren con el sentido de la historia, pero nadie puede reclamarle a Pauls el ser concesivo.

Otro libro que leí hace poco y me causó una grata impresión es El último lector, de Piglia. Creo firmemente que existe un estilo en Piglia inigualable. Logrando trazar una aventura narrativa que explique la literatura contemporánea desde la misma literatura, el autor logra confesar –el libro está construido como una pieza autobiográfica- cómo está constituida su personalidad lectora. Eso no solo me parece tentador, sino que es una de las formas más desgarradoras de vincularse a la literatura que conozco. Alguien podría pensar en artificio puro, pero creo que ese artificio, sumado a los rastros que deja el autor sobre sí mismo es el gran acierto, según mi punto de vista, de El último lector. Es decir, Piglia logra a través de su libro llevar a cabo precisamente aquello que sostiene en él: construir la personalidad lectora en el otro, comprender lo que se ha leído al escribir. Como Kafka, que plasma en sus diarios las conexiones ocultas no percibidas en el día, podemos descubrir el mundo paralelo al real, conformado además por lo que se narra. Ambas parten se complementan, y mientras alguien continúe colocando palabras e historias en un papel, Piglia parece decirnos que “el último lector” será aquel que descubra aquello que lo complementa, aquello que sueña o anhela en aquellas páginas. Pienso que es difícil extrañar a Borges al leer ahora a Piglia. Hay en sus libros renovadas cuotas de pasión por el lenguaje y la literatura. Pero es la reactualización de sus temas lo que define su estilo.

En lo que he leído de los trabajos de Pauls y Piglia existe un rompimiento con la tradición literaria, lo cual es un parricidio que descansa en el conocimiento de causa y no en la ignorancia. Esto me lleva a pensar en los nuevos narradores que están apareciendo (Neyra, Castañeda, Ruiz Effio, Chávez, Van Ginhoven, Aguirre, Ulloa, etc.) ya que noto en ellos un denominador común: un conocimiento de la tradición peruana. ¿Crees que lo que caracteriza a esta camada es el talento y la formación?, ¿qué es lo que la hace especial?

No estoy seguro de si sea el conocimiento de la tradición literaria peruana el punto que nos une, (porque me incluyo). Creo que eso es un aspecto circunstancial. Menos aún que haya un parricidio a viva voz. Sucede que no veo a ninguno decir que su postura temática o estilística vaya en contra de la tradición. Tampoco lo he encontrado en sus libros. (Ojo: con tradición no me refiero a las novelas de borrachos y drogadictos de los noventa). En todo caso, lo que creo que podría caracterizar a estos narradores es que, a pesar de haber leído y de manejar a muchos autores peruanos, no existe una dependencia por ese parricidio, y esto no es poca cosa. Creo que hay una libertad en ellos para poder escribir –que puede ser tal vez aparente, habrá que determinarlo con el tiempo- que les permite acercarse a otras tradiciones. Sé que algunos de ellos consideran sus modelos a seguir a autores ingleses, norteamericanos, japoneses, incluso se nutren de la cultura pop y de los best-seller –cosa nada desdeñable-. En fin, hay de todo un poco. Y sumado esto al evidente talento que cada uno de ellos ha mostrado en sus primeras entregas, pues definitivamente muestran un futuro auspicioso. Creo que lo más seguro que podemos esperar de todos estos autores nuevos es variedad, variación y apertura. Y un respeto no reverencial y sumiso a lo anterior. Esto me parece muy saludable.

Y sé también que estás escribiendo una novela. ¿De qué va?, ¿puedes adelantarme algo de este proyecto literario en el que estás?

Puedo adelantarte algunos puntos. Es una novela, cierto, cuyo nombre es Una canción para decir adiós. Es la historia de Caballo Baldero, un vidente o psíquico limeño, como quieras llamarle, que se gana la vida estafando a pobres víctimas ávidas de respuestas en su vida. Pero un día tiene una verdadera premonición. Una imagen terrible que lo perturba y lo persigue. Y no sabe qué hacer con ella. No sabe si pertenece al futuro o al pasado, ni siquiera está seguro si debe o no hacer algo al respecto. Y mientras trata de conciliar su vida con la de su hermano, a quien no ve hace varios años y que ahora debe cuidar tras haber sufrido un grave accidente que le impide recordar, y mientras entabla una relación con una mujer “extrañamente” embarazada, Baldero trata de descifrar en qué consiste aquella visión y busca hallar respuestas en esa relación deteriorada con su hermano, en su infancia y en las diferentes amenazas del azar que se le van presentando, un azar en el que él descreía y que ahora lo manipula, ciega y confunde. Quise escribir una historia de amor y de misterio, pero supongo que se convirtió en una historia de fantasmas. Pero además tiene que ver con despedidas. Creo que es la primera vez que me acerco de manera tan abierta a aspectos autobiográficos que se van colando en la historia. En fin, supongo que en unos meses ya irá caminando la cosa.

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