Monday, October 20, 2008

Entrevista a Gabriel Ruiz Ortega sobre LA CACERÍA, por Harold Alva

“Solo espero seguir escribiendo”

Gabriel Ruiz-Ortega (Lima, 1977), sorprendió a fines del 2005 con La cacería, novela sobre un grupo paramilitar del régimen de Alberto Fujimori, que nos devolvió al fresco escenario de ese tipo de narración que nos proyecta sobre nuestra historia inmediata no solo para cuestionarla, sino para comprometernos con ella.

Harold Alva


¿Por qué escoger el tema político, cuando tú eres miembro de una generación sumamente ajena a este, desencantado de este, por qué sumergirte en una historia como ésta y no crear desde lo que no existe?

En parte comparto ese desencanto por la política como forma, como la parcela en la que se dan todas la inconsecuencias posibles, como el terreno en el que se anidan las mentiras y los fines personales a cómo de lugar. Y esto se asienta aún más si se vive en el Perú, reflejándose en el desinterés de no pocos escritores de “generación”. Pero uno es escritor y sus influencias temáticas muchas veces están marcadas por sus lecturas, y en ese lado he leído mucha literatura de masas, novelas policiales, de espionaje, bélicas. Y si te pones a mirar ver toda esta maraña de iniquidades que nos trae la política te darás cuenta que hay un crisol temático riquísimo para cualquier escritor, y ya para eso tenía en mente desde hace ya varios años escribir una novela en tiempo-real , y es así que me valí de una tradición propia en el terreno de la política ficción, apelando a Forsyth, Vázquez Montalbán, Thompson, Le Carre si es que hablamos de extranjeros, y Grandes miradas, de Alonso Cueto si hablamos de peruanos. Cada libro de un escritor es fruto de una tradición, nadie escribe de la nada, y es esa tradición de lecturas la que me llevó a escribir con seguridad una novela que tiene a nuestra historia política última como punto de referencia. No me gusta escribir de lo que no existe.


La novela empieza con una escena peculiar: Casas mirando a Martínez por video, mientras Martínez hace el amor con Catalina; da la impresión de estar frente a una novela erótica, sin embargo cortas e inmediatamente conectas con la historia de Las Esquirlas, el grupo paramilitar ¿qué hace que tu narración pase de lo erótico hacia lo político?

Cuando se escribe novela siempre se tiene que tener estrategias. Uno no puede lanzarse de la nada a escribir sin por lo menos tener una idea clara, por más superficial que esta pueda ser, siempre terminará ayudándote. No quiero pecar de vanidoso, pero me siento tranquilo con esta novela, ningún escritor puede aspirar a gustar a todos, pero me siento tranquilo ya que gracias a esas estrategias mantuve enganchado al lector hasta el final, a algunos les gustó como a otros no. Creo que una novela siempre es el compendio de muchas vertientes, y en el caso de mi novela puedo decirte que el erotismo jugó un papel clave. Me pregunté sobre la posibilidad de abordar de arranque al comando de Las Esquirlas como tal, o sea, un grupo de personas dedicadas a matar a quien sea con tal de mantener el régimen dictatorial de Fujimori y Montesinos, pero me di cuenta que siempre en esta clase de grupos no sólo se juegan intereses económicos e ideológicos, sino que en toda la mierda que trae esta clase de poderes da lugar a bajas pasiones, a celos y traiciones, y casi siempre esto confluye en el sexo. Uno de los temas de esta novela, a mi parecer, es el sexo. Puede sonar raro lo que diga pero cada día estoy más convencido que entre la política y el sexo hay un dependencia de larga data. Además, siempre se agradece las cuotas de sexo en un texto.


¿Por qué escoges a un periodista como personaje principal y por qué matarlo para que de pronto sea el propio narrador el centro de la historia?

Bueno, son tres historias las que se narran: la de Natalia, la de Óscar y la de Gabriel. Lógicamente que el personaje en quien gira toda la trama y es motivo de la novela dentro esta novela es el periodista Óscar Gómez. El personaje Gabriel también tiene participación, pero está signada con la presencia entre líneas de Óscar. Puede sonar complejo, y en parte lo es, la estructura fue difícil de armarla para mí, y esa es la razón por la cual escribí esta novela apelando a todo el estilo heredero del realismo sucio, era necesario insuflarle toda la frescura, y esto se debe a que siempre me voy a preocupar por el lector en todo lo que escriba.


Ericka Quispe, la prostituta del Presidente ¿existe o es un invento tuyo? ¿Hasta qué punto es cierta la historia de estos personajes?

Hay un libro precioso de Thomas Mann, La novela de una novela. En este texto Mann nos ofrece un testimonio de lo que un narrador es capaz de hacer cuando cree en la historia que está escribiendo. Y en el caso de Mann podemos ver toda la entrega personal que este realizó para pergeñar Doktor Faustus. Salvando la evidentes distancias me gustaría hacer algo parecido con La Cacería, detrás de mi novela hay historias reales que las ordene en aras de la estructura de la misma. En el caso de la charapa Quispe puedo decirte que sí existe, la conozco, fue durante un tiempo la puta oficial de Fujimori cuando este hacía sus viajecitos al oriente peruano, y la conocí en un bar de Huánuco en 1999. Lo mismo puedo decirte de los sicarios Casas y Martínez, cuya historia se me apareció en una noche etílica en un bar de mala muerte en La Victoria, fue una noche de revelación, recuerdo que me encontraba muy vacío de ideas y nunca me imaginé que la historia de este par de pornógrafos y lúbricos fuera a ayudarme tanto al escribir mi novela. Como te dije, casi todos los sucesos de la novela son ciertos, a excepción de un par que sí fueron fruto de mi imaginación. Ni yo mismo me salvé de esta historia.


¿Hasta dónde un narrador joven como tú se siente comprometido con su contexto para escribir una novela a veces sórdida, pero de denuncia como esta?

Creo que el único compromiso que debe tener un escritor es con su oficio. Es muy importante respetar el oficio hoy en día porque la imagen del escritor está por los suelos, y es a partir de ese punto en el que tenemos que ser lo más consecuente que podamos. Y para la literatura no hay tema prohibido. Y claro, el escritor es una persona cívica, y creo que no todos tienen la obligación de ejercer un compromiso cívico, pero creo que es necesario que se haga. Hoy en día estamos viviendo semanas en las que hace falta una alta dosis de reflexión y muchas veces aquella dosis viene del pensamiento activo, y es en este punto en el que el acervo de un escritor es el que tiene que primar. Así como se hicieron sentir las voces de Vargas Llosa, Bryce, Ampuero, Cueto, Lauer con la sinvergüencería a la que había llegado Fujimori. Y me gustaría que los espacios de reflexión también pueda abrirse más en estas semanas en las que corremos el riesgo de repetir la historia dictatorial con un sujeto tan carente de ideas como moral como lo es Ollanta Humala, quien recibe el apoyo de Hugo Chávez, y que a la vez goza del apoyo de los grupos de izquierda. Ojo, no apelo al compromiso político que se vivió hace ya varias décadas en la que se valoraba un texto de acuerdo a la inclinación ideológica del autor. Para nada, creo que esto es una cuestión que tiene que ver mucho con la moral. Un escritor con formación puede sumar también, y con mayor razón en un país que está haciendo méritos gracias a su falta de memoria y ya sempiterna ignorancia.


¿Por qué al final de la novela hay mucho de Gabriel Ruiz Ortega, me refiero por ejemplo a la cita de Miguel Ildefonso, qué pretendías con eso?

La cacería es también un tributo a mis amistades, a mi amor por alguien que en su momento tuve, a mis padres, a mi hermano y a mi hermano que falleció a los dieciséis años. Claro, dentro del “nutrido” y “culto” ambiente literario limeño la persona de Ildefonso es muy conocida, y vale decir que somos vecinos de la urbanización Apolo, su casa queda al frente de la mía. Respeto su trayectoria literaria.


¿Cómo vez a los escritores jóvenes, sientes que, en efecto, hay un nuevo boom en nuestra narrativa?

Lo que me llama la atención de esta nueva camada de narradores es que no necesitan plasmar sus borracheras, juergas y salidas de putas para tener el crisol temático con el qué arrancar sus ficciones. Veo una variedad importante en cuestión de temas, pero la variedad sería absolutamente nada si no hay formación, y no veo falta de formación en las nuevas voces, por el contrario, la formación de lecturas augura un futuro más que prometedor para las letras peruanas. Dentro de lo que he leído puedo señalar los trabajos de Luis Hernán Castañeda y Johann Page, en lo que respecta a sus trabajos con el lenguaje, ambos muy talentosos. Daniel Alarcón y su visión de un pasado violento. Leonardito Aguirre e Ildefonso, y sus intentos por mantener en vilo al lector a través del humor, humor forzado y remanido, respectivamente, pero humor a fin de cuentas. Max Palacios, Iparraguirre, Galarza, García Falcón y Pedro Llosa en sus logros al ofrecernos libros unitarios, cosa que de por sí es muy difícil de lograr. Antonio Moretti, Juan Manuel Chávez, Carlos Torres y Rimachi aportan también. Rito de paso, de Víctor Coral, es una buena novela que se sale de toda clase de clasificación, leí el manuscrito final y me gustó mucho. Hasta donde sé esa novela ya está en la aduana, así es que no falta mucho para que hablemos de ella. Me gustaría hablar también de un narrador como Octavio Vínces, cuya novela Las fugas paralelas pasó desapercibida pese a cargar un premio Alfaguara en México y haber quedado finalista de una edición del Rómulo Gallegos. Y acabo de leer los muy interesantes proyectos que tienen en carpeta Ezio Neyra y Edwin Chávez: Santa Rosa de Lima y el auge del caucho en Iquitos. A eso lo llamo ambición, y para mí, vale. Estoy seguro que esta onda se hace presente en provincias también. Pero lo alucinante de esto es que la gran mayoría de esta nueva camada de narradores les debe mucho a algunos exponentes de la década pasada como Thays, Bellatin, Sumalavia y Malca. Como dije antes, nadie escribe de la nada. Noto que existe una evidente falta de respeto por estos narradores de los 90, primero que los lean bien y juzguen. Hace no mucho leí un texto en la revista Siete Culebras del pésimo narrador Carlos Rengifo, un texto que intentó ser cachoso e irónico con relación a lo escrito en la década pasada, pero la ironía es para mentalidades superiores, fue un asco, un compendio de prejuicios y complejos. Rengifo es un autor que sólo tiene cabida en mentalidades misias e hipócritas.


He leído artículos tuyos sobre Alonso Cueto, Ampuero, Benavides, y uno en particular en el que cuestionas la calidad del último libro de Oswaldo Reynoso ¿qué le dirías a aquellos que intentarán situarte en el bando de “los criollos”, apelando a la anecdótica dualidad, resultado de la publicitada polémica pasada?

Vayamos por partes. Para empezar considero a Alonso Cueto como el mejor escritor peruano en la actualidad, y si he escrito sobre él se debe a que aprecio su obra debido a un conocimiento de causa. Y no sólo por los éxitos que han tenido Grandes miradas y La hora azul. Novelas como Demonio del mediodía y Deseo de noche fueron sustentadas predecesoras del muy buen momento de Cueto hoy en día. Con relación a Fernando Ampuero sólo diré que jamás me ha aburrido, él sabe muy bien cómo contar buenas historias. Hay relatos suyos que se resisten a abandonar mi retina. Jorge Eduardo Benavides es un narrador a quién decidí seguirlo como escritor luego de leer su extraordinaria Los años inútiles, él tiene muy bien ganada su posición, pagó derecho de piso. Es un ejemplo de perseverancia. Sobre Oswaldo Reynoso no hay mucho que decir. Le reconozco su importancia para las letras peruanas, pero que no me vengan con que El goce de la piel es una obra maestra, es irrefutable que el maestro se pasó de lenguas al promocionar esta novelita, y su séquito no ha dudado en inflarla haciendo hincapié en el rollo muy conocido que siempre ha girado alrededor de él. Y no pienso hablar más de este tema. No tengo nada personal contra él.
Con relación a tu pregunta te seré franco: no me importa lo que se diga de mí. Simplemente soy un escritor a quien no le importa pertenecer a “bando” alguno por la sencilla razón de que en el fondo no creo en grupos. Lo que debe importar es vivir hacia dentro, en encontrar el espacio y la soledad para trabajar en lo que realmente interesa. Lo demás son meras cojudeces.
Sólo la literatura puede generar un debate de ese calibre. Más allá de resentimientos y envidias me pude dar cuenta que la literatura está por encima de todas las artes en el Perú. Algo así se quiere hacer con relación al MAC, pero no le llega ni a los talones.


¿Cuáles crees que sean los motivos para que entre escritores haya este tipo de enfrentamientos, de qué depende para que “los otros” calen, cuál sería la fórmula? ¿Qué opinas de la crítica?

Cuando un escritor es bueno, tarde o temprano se le reconoce, es una verdad axiomática. Muchos de los llamados marginados han aparecido en los medios a los que tanto reprochan, no sé de qué se quejan. No hay mejor fórmula que la de mantener su convicción en esta apuesta tan maravillosa como lo es la literatura, lo demás es cuestión de ego.
Sobre la crítica puedo decirte que en la actualidad realizo críticas de libros para un diario español. Es muy buena esta experiencia ya que siempre hablaré de los libros que me gustan. No quiero y no es mi intención el ganarme una fama de burlón o machetero como suele pasar en Lima. Considero que lo mejor que se está escribiendo sobre el quehacer literario y cultural está en los blogs. Ahora te puedo asegurar que son muchas más las personas las que leen los blogs de Thays, Coral y Faveron que la información que aparecen en los diarios convencionales. El ciberespacio te permite llegar a muchísima gente.
Pero me gustaría hablarte de un caso personal que me pasó con un crítico literario. Hace unos meses apareció una Mesa de Noche a mi persona en Somos, y cuando se me preguntó por un Bluff aludí a un aspirante a crítico literario de un diario de setenta centavos. Pues bien, a las semanas recibo la respuesta de este aspirante través de una mala reseña a mi novela. Pues bien, qué puedo esperar de un sujeto a quien no le pagan para empezar, quien se ha ganado una fama de ignorante, dedicado a juzgar obras sin leer bien los textos. Lo que pasó con Luis Aguirre es un claro ejemplo de cuando uno se deja ganar por el ego. Quiso hacer lo mismo que Leonardito Aguirre en Agencia Perú, pero por lo menos en Leo había cierto humor que le servía para justificar su falta de acuciosidad a la hora de argumentar sus reseñas. Luis Aguirre quiso ser un Leo “recargado” y no le salió la jugada, se dejó ganar por sus ansias de reconocimiento y miren cómo terminó, dando pena, queriéndoselas dar de pendejito para justificar lo injustificable. Son millones los motivos por los que puedes dejar un trabajo, pero que lo dejes por ignorante, es ya otra cosa. Una amiga asidua a Superba me contó que Luis Aguirre regresa en las próximas semanas. Les encanta la polémica a la gente de Correo. Así creen que van a aumentar sus ventas.
Y como crítico literario le veo un gran futuro como pincha discos a Giancarlo Stagnaro en Eka Bar. Lo hace bien.
Para terminar, la crítica debe dar luces de la obra sin perder la objetividad, siendo rigurosa, señalando influencias y tradiciones.


Finalmente ¿qué espera Gabriel Ruiz Ortega de su obra?

Sólo espero seguir escribiendo.

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