En “El cielo protector” el gran Paul Bowles nos legó la verdadera definición de la diferencia entre el viajero y el turista. El viajero, a diferencia del turista, no está suscrito a un plan de cierta agencia de viajes que por un monto atendible tiene que cumplir con llevar a su cliente por los lugares más conocidos de la ciudad que promocionan hasta el hartazgo en tarjetitas postales. Paseos en los que el cliente rara vez tiene que ensuciarse los pies, ergo, no tiene que pasarlas putas. En cambio, el viajero es aquel que está dispuesto a convivir con la gente de la ciudad o pueblo que visita, cuya estancia no está reducida a lo que lleva conocer los lugares históricos que indefectiblemente toda comunidad tiene. Su permanencia está signada por el no-tiempo, por el no-lujo. Digámoslo en buen cristiano: para el viajero es más importante el asir las costumbres, conocer la historia desde adentro, y forjarse en sí un conocimiento crítico partiendo del conocimiento de causa.
Cees Nooteboom es quizá uno de los últimos grandes escritores viajeros vivos en el mundo. Sus libros son de referencia obligatoria para todos los que ven en el viaje un intercambio cultural que descansa ante todo en la posibilidad primaria de la interacción humana. Con Nooteboom no hay hoteles cinco estrellas, no hay Wake Up Callings, la buena comida no está relacionada a la alta cocina (no sé de dónde viene ese criterio de “alta cocina” puesto que si existe una “alta cocina” también debe existir una “baja cocina”, cuando lo que es claro que muchos de los platos de esa dizque “alta cocina” proviene de la cocina a la que tantos ascos le hacen), y no hay seguridad, no más de la que uno puede tener consigo mismo.
Este escritor holandés es muy conocido por su arrojo, estoy seguro que más de uno hemos leído sus crónicas desde los parajes o metrópolis más inhóspitas del planeta, en una semana Nooteboom puede estar en Haití para que luego de horas o días reportar desde un país africano en conflicto. En “Hotel Nómada”, más que un libro de viajes, tenemos ante todo una selección de crónicas que muy bien pueden ofrecernos un fresco de las inquietudes de Nooteboom, en sus páginas el viajero nos cuenta, casi a manera de susurro, el por qué viaja, y si seguimos la lógica que comparte, pues todos siempre estamos en un constante viaje, que la estabilidad física es una mentira, que uno siempre, aún así esté en el mismo lugar, se encuentra viajando, conociendo, transformándose. Para ello, el autor se vale de varias referencias que utiliza como armas: la filosofía, la historia y la experiencia vital. Nooteboom sabe muy bien cómo combinar estas tres aristas, lo hace de tal manera que por momentos no sentimos esa carga retórica premunida de reflexión que a cualquiera puede llegar a aturdir.
Los recorridos de “Hotel Nómada” están repartidos, principalmente, entre África, Asia y Sudamérica. Más de una crónica tiene como protagonistas a personas bañadas en peculiaridad, como el “loco” fotógrafo Eddy Phostuma de Boer. Las impresiones de Nooteboom no serían más que meras notas de obnubilado si éstas no ofrecieran críticas del contexto social y político del lugar visitado. Es más que apreciable la capacidad de documentación del escritor, más de una nota alcanza niveles atendibles de cualquier reputado politólogo.
Indefectiblemente, “Hotel Nómada” no está entre lo mejor de Nooteboom. No le llega ni a los talones a “El desvío a Santiago” y “La historia siguiente”. Pero es justo recalcar que se trata de un libro idóneo y estimulante para quienes quieran saber, como se debe, de un escritor que hizo del viaje, físico y espiritual, su arte poética.
Esta reseña fue publicada el 4 de octubre de 2007 en el diario Siglo XXI de Castellón.
1 comment:
Gabrielito, te adoro, pequeñito.
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