Sólo sabía por referencias de Elia Barceló. Recuerdo que algún amigo me la había mencionado en alguna tertulia. Tuvieron que pasar varios años para encontrar un libro suyo en la mejor librería del Perú, El Virrey. Me encontraba conversando con mi editor David Ballardo cuando veo entre los anaqueles un lomo de color amarillo y blanco. Fue precisamente un lomo de esos colores que me deparó una de las lecturas más estimulantes que he tenido meses atrás con “Manual de literatura para caníbales” de Rafael Reig. Sin embargo, el lomo que cogí era delgado, me invitaba a devorarlo en cuestión de horas. Una vez acabada su lectura recién me puse a leer los textos de la contraportada, desde hace tiempo no tengo esa mala costumbre.
“El secreto del orfebre” tiene la gran virtud que puede prestarse a muchas lecturas. Hasta donde he averiguado, se ha vendido esta novela como una buena muestra de novela amor: eso es cierto. Empero reducir esta novela de Barceló a esa etiqueta es también un acto de tremenda mezquindad, y por qué no decirlo, también de ignorancia. La prosa de esta escritora tiene el acierto de decir en líneas lo que otros quizá lo hacen en páginas. Recordemos que la temática del amor ofrece una libertad expresiva de tal punto que no pocos se sienten tentados en dar rienda suelta a las vetas expresivas cuando en realidad lo que se necesita es un alto grado de honestidad que conlleve a dinamitar el ego al escriba de turno puesto que muchas veces el uso de una motosierra se hace soberanamente necesario. Y supongo que la escritora, conciente de ello, se inclinó por un desarrollo casi minimalista que como tal no está libre de un apreciable lirismo que supura en cada letra de esta novela.
Hay una evidente destreza estructural que tira por los suelos el aparente facilismo que genera el libro ante una primera impresión. Recordemos que se cree, para mal, que las novelas cortas, para llegar a ser estimadas, deben ofrecer una estimulante variedad temática y estructural. “El secreto del orfebre” brinda esa premisa, pero se nota que no cae en ese recurso de la “novedad” como un mero hecho de jugar a lo fácil, sino que es su complejidad lo que la enriquece, y la brevedad, en la que se desarrolla el encuentro entre una mujer mayor y un joven, su punto de apoyo idóneo. Hay historias que buscan la forma cómo ser contadas, los argumentos están, y es tarea del escritor convertir esas historias en lenguaje y estructura. La historia de los dos protagonistas de esta novela la he escuchado y leído millones de veces, pero ¿qué hacer ante un temático lugar común?, ¿seguir la costumbre?, ¿cortar los hechos?, estas son preguntas que me hago en clara especulación de lo que pudo haberse formulado Barceló a la hora de esgrimir esta novela, porque es la única forma de entender el por qué en ella hay un canto al dificilísimo juego de los espejos, a los cambios temporales que en algunos casos son un choque al lector, al estado subjetivo que lucha contra una narración que trata de ser omnisciente.
¿Dónde está la clave de “El secreto del orfebre”? Clave que sirve también para enriquecer y entender el relato. Pues en las primeras palabras con la que empieza, las que signan todo el sentir de la novela, las cuales muestran también su evidente riqueza: “... el arranque de esta historia que hoy me cuento, pero ¿dónde encontrarlo? ¿Cómo? ¿Cómo, si no hay principio, y el final que marcó mi vida, ese final de hace tantos años, está apenas a seis días de esta madrugada neoyorkina?” y a la página siguiente remata con: “Un posible comienzo: era septiembre, una noche ventosa preñada de tormenta”.
La inquietud de contar y la búsqueda del cómo hacerlo son los soportes de esta muy buena novela, que como todas tiene también sus baches, pero qué novela no las tiene, da igual, su lectura nos lleva a algo que muy pocos libros en la actualidad logran: cuestionar.
Editorial: Lengua de trapo.
Esta reseña fue publicada el 23 de octubre de 2007 en el diario Siglo XXI de Castellón, España.
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