El pasado 26 de marzo se cumplieron cincuenta años del fallecimiento de Raymond Chandler (Chicago, 1888 – La Jolla, California, 1959), considerado como el indiscutible maestro de la novela negra, el gurú del policial, el espejo en el que muchos escribas anhelan reflejarse…
Las novelas y cuentos de Chandler conforman el axioma de que la mejor manera de conocer al ser humano no es otro que hurgando en los bajos fondos de la miseria humana, en los vericuetos de la conciencia acicateada por las bajas pasiones en pos del goce, sea personal, o, en su defecto, colectivo.
Siete novelas y un puñado de cuentos de perdurable factura le valieron el pasaje de ingreso a la inmortalidad. Pero en ¿qué radica esta inmortalidad que muchos desean pero que solo los verdaderos grandes rehúyen?, ¿cuál es el gran aporte de Chandler a ese género catalogado por los “hooligans” de lo “cultamente correcto” como menor, inservible, lo más sub de lo sub?
Las posibles respuestas pueden ser complejas, tendríamos que volver a las páginas de EL SUEÑO ETERNO, LA DAMA DEL LAGO, LA VENTANA SINIESTRA, EL LARGO ADIÓS… publicadas, digámoslos, tardíamente, cuando el autor tenía cincuenta y un años… No debe pensarse, entonces, que Chandler descubrió su pasión por las letras a edad avanzada. Según la biografía LA VIDA DE RAYMOND CHANDLER, de Frank MacShane, tenemos indicios documentados de que esta demora por publicar fue pensada en cada uno de sus detalles, puesto que en los años que permaneció en blanco no hizo otra cosa que no sea foguearse en la escritura, limando las taras, controlando los demonios y condimentando el pus del corrosivo y fino humor que con el tiempo llegó a desarrollar, y patentizar, como el “estilo Chandler”. Hasta cuando se decidió a escribir, a los cuarenta y cuatro años, había aprovechado bien el tiempo: se calificaba como una bestia de la lectura, la cual era, junto a la bebida y las mujeres, la mayor pasión de su vida.
Es por eso que no pocos quedan sorprendidos por el trabajo verbal signado por la plasticidad en EL SUEÑO ETERNO, novela que mandó al olvido la premisa que genera todo primer libro de autor: la de ser una promesa. Con ESE Chandler confirmó lo que se venía diciendo de él desde sus cuentos publicados en The Black Mask. Además, con esta novela nos topamos con el personaje fetiche del autor: el detective Philip Marlowe.
Como los policiales se distribuían a nivel popular, los “hooligans” de “lo correcto” limitaban a los policiales de cima literaria, empero tuvieron que moderarse ante las nuevas puertas que Chandler abría, puesto que los policiales dejaron de ser vistos como meros devaneos argumentales, desplazados por la razón de ser de toda obra literaria que se respete: la interacción de los personajes, el condimento esencial de cualquier misterio a resolver. Basta repasar el argumento de EL LARGO ADIÓS, por ejemplo, como para darnos cuenta de que su argumento es jalado de los cabellos, estúpido por decir lo menos, pero es la cualidad humana insuflada por Chandler lo que termina sobrepasando la ridiculez del andamiaje de la historia, dotándola, cómo no, de verosimilitud, esencia suprema de todo crimen.
Las siguientes novelas aparecieron en seguidilla, el autor se convirtió en una estrella en vida, y la leyenda de hombre polémico no conoció otro camino que no sea la certeza. En los cincuenta y sesenta estaba de moda contratar a escritores para que funjan de guionistas, Chandler no fue ajeno a esa avalancha. Es su paso por el mundo del cine lo que puso a la vista y oídos de todo el mundo el gran mal que llevaba sufriendo por décadas (por el que, entre otras cosas, lo habían despedido de la empresa petrolera en la que estuvo trabajando antes de darse a conocer como escritor): el alcoholismo.
Dicen los entendidos que los maestros dejan escuela, y Chandler sí que lo hizo. Hoy en día no existe escritor de policiales que no haya “bebido” de sus páginas, muchos de estos perfilan a sus Marlowes, unos con toques del frío anglosajón, otros con tendencia al calor tropical, algunos ante la presencia del Atlántico, etc.
Por otro lado, Chandler fue uno de los primeros en teorizar sobre el crimen, su largo ensayo “El simple arte de matar” sigue vigente como la mayor defensa que puede esgrimirse sobre el policial, en estas líneas encontramos los secretos de la ficción criminal, de que no es tan fácil ser un escritor de policiales (cuentos, novela negra, etc.), sino que este género exige la misma tenacidad y formación que los otros géneros narrativos calificados de mayores.
Las novelas y cuentos de Chandler conforman el axioma de que la mejor manera de conocer al ser humano no es otro que hurgando en los bajos fondos de la miseria humana, en los vericuetos de la conciencia acicateada por las bajas pasiones en pos del goce, sea personal, o, en su defecto, colectivo.
Siete novelas y un puñado de cuentos de perdurable factura le valieron el pasaje de ingreso a la inmortalidad. Pero en ¿qué radica esta inmortalidad que muchos desean pero que solo los verdaderos grandes rehúyen?, ¿cuál es el gran aporte de Chandler a ese género catalogado por los “hooligans” de lo “cultamente correcto” como menor, inservible, lo más sub de lo sub?
Las posibles respuestas pueden ser complejas, tendríamos que volver a las páginas de EL SUEÑO ETERNO, LA DAMA DEL LAGO, LA VENTANA SINIESTRA, EL LARGO ADIÓS… publicadas, digámoslos, tardíamente, cuando el autor tenía cincuenta y un años… No debe pensarse, entonces, que Chandler descubrió su pasión por las letras a edad avanzada. Según la biografía LA VIDA DE RAYMOND CHANDLER, de Frank MacShane, tenemos indicios documentados de que esta demora por publicar fue pensada en cada uno de sus detalles, puesto que en los años que permaneció en blanco no hizo otra cosa que no sea foguearse en la escritura, limando las taras, controlando los demonios y condimentando el pus del corrosivo y fino humor que con el tiempo llegó a desarrollar, y patentizar, como el “estilo Chandler”. Hasta cuando se decidió a escribir, a los cuarenta y cuatro años, había aprovechado bien el tiempo: se calificaba como una bestia de la lectura, la cual era, junto a la bebida y las mujeres, la mayor pasión de su vida.
Es por eso que no pocos quedan sorprendidos por el trabajo verbal signado por la plasticidad en EL SUEÑO ETERNO, novela que mandó al olvido la premisa que genera todo primer libro de autor: la de ser una promesa. Con ESE Chandler confirmó lo que se venía diciendo de él desde sus cuentos publicados en The Black Mask. Además, con esta novela nos topamos con el personaje fetiche del autor: el detective Philip Marlowe.
Como los policiales se distribuían a nivel popular, los “hooligans” de “lo correcto” limitaban a los policiales de cima literaria, empero tuvieron que moderarse ante las nuevas puertas que Chandler abría, puesto que los policiales dejaron de ser vistos como meros devaneos argumentales, desplazados por la razón de ser de toda obra literaria que se respete: la interacción de los personajes, el condimento esencial de cualquier misterio a resolver. Basta repasar el argumento de EL LARGO ADIÓS, por ejemplo, como para darnos cuenta de que su argumento es jalado de los cabellos, estúpido por decir lo menos, pero es la cualidad humana insuflada por Chandler lo que termina sobrepasando la ridiculez del andamiaje de la historia, dotándola, cómo no, de verosimilitud, esencia suprema de todo crimen.
Las siguientes novelas aparecieron en seguidilla, el autor se convirtió en una estrella en vida, y la leyenda de hombre polémico no conoció otro camino que no sea la certeza. En los cincuenta y sesenta estaba de moda contratar a escritores para que funjan de guionistas, Chandler no fue ajeno a esa avalancha. Es su paso por el mundo del cine lo que puso a la vista y oídos de todo el mundo el gran mal que llevaba sufriendo por décadas (por el que, entre otras cosas, lo habían despedido de la empresa petrolera en la que estuvo trabajando antes de darse a conocer como escritor): el alcoholismo.
Dicen los entendidos que los maestros dejan escuela, y Chandler sí que lo hizo. Hoy en día no existe escritor de policiales que no haya “bebido” de sus páginas, muchos de estos perfilan a sus Marlowes, unos con toques del frío anglosajón, otros con tendencia al calor tropical, algunos ante la presencia del Atlántico, etc.
Por otro lado, Chandler fue uno de los primeros en teorizar sobre el crimen, su largo ensayo “El simple arte de matar” sigue vigente como la mayor defensa que puede esgrimirse sobre el policial, en estas líneas encontramos los secretos de la ficción criminal, de que no es tan fácil ser un escritor de policiales (cuentos, novela negra, etc.), sino que este género exige la misma tenacidad y formación que los otros géneros narrativos calificados de mayores.
Publicado el 2 de abril en Siglo XXI
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