Llegué a saber del escritor cubano Pedro Juan Gutiérrez (Matanzas, 1950) gracias a Guillermo Niño de Guzmán, narrador peruano y gran lector. Niño de Guzmán me lo mencionó puesto que estábamos de realismo sucio, uno de los ejes de mi primera novela. El tema venía a colación ya que en estos últimos años la nueva narrativa peruana se encuentra experimentando vueltas en márgenes ajenas al realismo y variantes parecidas. Después de hablar con Guillermo, me propuse buscar los libros de Gutiérrez. En principio fue difícil, pero estos empezaron a llegar, uno a uno, obnubilándome cada vez más.
Para este medio he entrevistado y reseñado al autor cubano. Prácticamente he leído todos sus libros. El primer libro suyo que devoré fue la novela NUESTRO GG EN LA HABANA y de allí no paré. Me hice hincha del cubano.
Hace unos días estuve ordenando mi biblioteca. Encontré sin buscar el lomo de TRILOGÍA SUCIA DE LA HABANA (Anagrama, 2000), la quinta de las innumerables ediciones de este librazo orgánico de cuentos. Como siguía guardando buenos recuerdos del libro, me puse a releerlo, con la idea de pasar algunas horas con aquellas líneas atiborradas de sexo, miseria, descontrol y harto ron. Me olvidé de ordenar la biblioteca, el acercamiento a ese mundo signado por la supervivencia me llevó a olvidarme por completo de mis labores librescas.
Uno de los personajes presente en la mayoría de cuentos es Pedro Juan, a todas luces, alter ego del autor. PJ se desplaza en los tres grandes bloques del conjunto, que en realidad es la unión de tres libros de relatos: Anclado en tierra de nadie, Nada que hacer y Sabor a mí. PJ lo único que hace es sobrevivir a su modo, trabaja en lo que sea, hace suyas las calles de La Habana, mira y seduce a muchas mujeres, bebe mucho. (Podría pensarse que estamos ante un libro de sucesos repetidos, porque para bien o para mal es en la secuencia cíclica (muchas veces carentes de recursos) por donde más se le ha achacado al realismo sucio, aún más en estos tiempos en los que se está volviendo costumbre premiar y reconocer libros escritos con mucha sobriedad y vuelo verbal pero sin el más mínimo respiro de vida.)
Suele decirse que el realismo sucio no está llamado a perdurar, ya que sus tópicos que aborda no son los suficientemente fuertes como para mantener un proyecto narrativo consistente. Empero, la relectura de TSDLH es una cachetada inmisericorde a esos augurios amparados en la visión contemplativa que ven el devenir de la narrativa hispanoamericana en una suerte de exploración de parcelas librescas, mundos paralelos…
Este involuntario acercamiento a uno de las publicaciones puntales de Gutiérrez no ha hecho otra cosa que no sea la de afianzar aún más mi fe en el realismo sucio. El realismo sucio no debe verse (leerse) como el facilismo de la escritura. Los párrafos de Gutiérrez son cortantes, trabajados; su apuesta por las oraciones descarnadas son la única manera de retratar la vida de los héroes anónimos de la mítica isla, porque hay que decirlo desde ya: el protagonista es también el lenguaje, la que ha hace que este librazo siga manteniendo la frescura a poco más de diez años de haber sido publicado.
En el cuento “Yo, revolcador de mierda”, de Anclado en tierra de nadie, puede leerse lo siguiente: “Eso es todo. No me interesa lo decorativo, ni lo hermoso, ni lo dulce, ni lo delicioso. Por eso siempre he dudado de una escultora que fue mi mujer algún tiempo. Había demasiada paz en sus esculturas para ser buenas. El arte sólo sirve para algo si es irreverente, atormentado, lleno de pesadillas y desespero. Sólo un arte irritado, indecente, violento, grosero, puede mostrarnos la otra cara del mundo, la que nunca vemos o nunca queremos ver para evitarle molestias a nuestra conciencia.”
La fama que goza Gutiérrez a nivel mundial está más que merecida. TSDLH es una muestra no solo de ello, sino también que las obras literarias llamadas a perdurar son las que se atreven a retratar lo que tanto nos atormenta como seres humanos.
Por demás, y aunque suene polémico, pienso que es toda una estupidez calificar a Gutiérrez como el Bukowski tropical. El cubano está por encima, dos párrafos de cualquier libro suyo se lleva de encuentro toda la poética del norteamericano nacido en Alemania.
Para este medio he entrevistado y reseñado al autor cubano. Prácticamente he leído todos sus libros. El primer libro suyo que devoré fue la novela NUESTRO GG EN LA HABANA y de allí no paré. Me hice hincha del cubano.
Hace unos días estuve ordenando mi biblioteca. Encontré sin buscar el lomo de TRILOGÍA SUCIA DE LA HABANA (Anagrama, 2000), la quinta de las innumerables ediciones de este librazo orgánico de cuentos. Como siguía guardando buenos recuerdos del libro, me puse a releerlo, con la idea de pasar algunas horas con aquellas líneas atiborradas de sexo, miseria, descontrol y harto ron. Me olvidé de ordenar la biblioteca, el acercamiento a ese mundo signado por la supervivencia me llevó a olvidarme por completo de mis labores librescas.
Uno de los personajes presente en la mayoría de cuentos es Pedro Juan, a todas luces, alter ego del autor. PJ se desplaza en los tres grandes bloques del conjunto, que en realidad es la unión de tres libros de relatos: Anclado en tierra de nadie, Nada que hacer y Sabor a mí. PJ lo único que hace es sobrevivir a su modo, trabaja en lo que sea, hace suyas las calles de La Habana, mira y seduce a muchas mujeres, bebe mucho. (Podría pensarse que estamos ante un libro de sucesos repetidos, porque para bien o para mal es en la secuencia cíclica (muchas veces carentes de recursos) por donde más se le ha achacado al realismo sucio, aún más en estos tiempos en los que se está volviendo costumbre premiar y reconocer libros escritos con mucha sobriedad y vuelo verbal pero sin el más mínimo respiro de vida.)
Suele decirse que el realismo sucio no está llamado a perdurar, ya que sus tópicos que aborda no son los suficientemente fuertes como para mantener un proyecto narrativo consistente. Empero, la relectura de TSDLH es una cachetada inmisericorde a esos augurios amparados en la visión contemplativa que ven el devenir de la narrativa hispanoamericana en una suerte de exploración de parcelas librescas, mundos paralelos…
Este involuntario acercamiento a uno de las publicaciones puntales de Gutiérrez no ha hecho otra cosa que no sea la de afianzar aún más mi fe en el realismo sucio. El realismo sucio no debe verse (leerse) como el facilismo de la escritura. Los párrafos de Gutiérrez son cortantes, trabajados; su apuesta por las oraciones descarnadas son la única manera de retratar la vida de los héroes anónimos de la mítica isla, porque hay que decirlo desde ya: el protagonista es también el lenguaje, la que ha hace que este librazo siga manteniendo la frescura a poco más de diez años de haber sido publicado.
En el cuento “Yo, revolcador de mierda”, de Anclado en tierra de nadie, puede leerse lo siguiente: “Eso es todo. No me interesa lo decorativo, ni lo hermoso, ni lo dulce, ni lo delicioso. Por eso siempre he dudado de una escultora que fue mi mujer algún tiempo. Había demasiada paz en sus esculturas para ser buenas. El arte sólo sirve para algo si es irreverente, atormentado, lleno de pesadillas y desespero. Sólo un arte irritado, indecente, violento, grosero, puede mostrarnos la otra cara del mundo, la que nunca vemos o nunca queremos ver para evitarle molestias a nuestra conciencia.”
La fama que goza Gutiérrez a nivel mundial está más que merecida. TSDLH es una muestra no solo de ello, sino también que las obras literarias llamadas a perdurar son las que se atreven a retratar lo que tanto nos atormenta como seres humanos.
Por demás, y aunque suene polémico, pienso que es toda una estupidez calificar a Gutiérrez como el Bukowski tropical. El cubano está por encima, dos párrafos de cualquier libro suyo se lleva de encuentro toda la poética del norteamericano nacido en Alemania.
Artículo publicado el 11 de febrero en Siglo XXI
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