“Soy un bibliófilo incorregible. Nada me tranquiliza más que pasarme horas en una librería, buscando en las estanterías algún ejemplar valioso para mí”
Guillermo Niño de Guzmán, escritor
Sin lugar a dudas, Guillermo Niño de Guzmán (Lima, 1955) es uno de los más importantes narradores que tiene Perú hoy en día. Es autor de libros imprescindibles como El tesoro de los sueños, Caballos de medianoche y Una mujer no hace un verano. Su amor por la literatura lo ha llevado a escribir los deliciosos En búsqueda del placer y Relámpagos sobre el agua. Y es el responsable de la referencial antología narrativa En el camino. Niño de Guzmán no suele ofrecer muchas entrevistas, pero en esta derrocha la pasión con la que ha sabido construir una obra realmente adictiva.
Gabriel Ruiz-Ortega
Guillermo, todo indica que no eres un escritor prolífico, sin embargo, tus libros de ficción se resisten en abandonar la parcela del olvido. En el caso de Caballos de medianoche, ¿cómo lo ves a ya más de veinticuatro años de haber sido publicado?
Como un libro primerizo, con todos los aciertos y errores que ello supone. El problema inherente a todo primer libro es la falta de experiencia del autor. No sólo en cuanto a la vida sino en lo que concierne al trabajo del lenguaje, a la búsqueda y depuración de un estilo personal. Mirando ese libro con los ojos fríos de hoy quizá lo más rescatable sea la creación de determinadas atmósferas y de un tipo de personajes. Me refiero a esos ambientes lúgubres, mortecinos y sórdidos, así como a la desolación y sensación de derrota implícitas en la mayoría de los personajes. No me gusta releer lo que he escrito porque suelo encontrar fallas debidas a mi inexperiencia o falta de mesura. Recientemente tuve que volver a leer el relato “Carta a París” de aquel volumen -que, dicho sea de paso, es una historia que nunca me gustó mucho por su truculencia y porque aún no había conocido París y, por tanto, estaba basada en una información de segunda mano-, ya que me lo solicitaron para una antología (Pasajeros perdurables). Al releer el cuento percibí sus debilidades y me vi obligado a hacer una revisión minuciosa antes de enviarlo al editor. Desde luego, no creo que haya mejorado demasiado (¡hay varios remiendos!), pero, en todo caso, resulta menos deficiente que antes.
Manejo la idea de que la poesía y el cuento están muy ligados en el detalle, digamos que se linda con la relojería. ¿Qué es lo que te atrae del cuento?
Lo que me atrae del género breve es la concisión y la capacidad de concentrar todo un mundo en un instante. Hay escritores que edifican casas e incluso grandes edificios, mientras que yo me conformo con construir una habitación. A veces, incluso, con sólo una ventana por donde poder mirar. Por otra parte, a diferencia de la novela, en el cuento todo resulta esencial. En ese sentido, se acerca a la poesía y yo siempre he admirado mucho a los poetas (aunque soy incapaz de escribir un par de versos). Asimismo, creo que todo es cuestión de aliento creativo. Yo soy un gran lector de novelas y, sin duda, me gustaría ser capaz de escribirlas. Sin embargo, creo que ocurre algo similar a lo que se observa en el ámbito de los corredores: hay expertos en distancias cortas, medias y largas. Yo no puedo correr un maratón, ni diez mil o cinco mil metros, pero sí cien, doscientos y cuatrocientos metros planos. Y, quién sabe, tal vez me anime a probar en unos ciento diez metros con vallas...
La primera vez que te vi tenía quince años, y te vi en televisión, en una entrevista que te hiciera Jaime Bayly. Lo recuerdo bien porque ese día falleció Julio Ramón Ribeyro y le rendiste un homenaje descorchando una botella de vino en pleno programa. Creo que nunca olvidaré un homenaje así. Tú fuiste uno de sus amigos más cercanos, ¿qué es lo que más recuerdas de él?
Su complicidad. Bajo su apariencia tímida y distante, de cierta tristeza y apatía, ardía el corazón de un muchacho de barrio que había hecho todas las mataperradas de la infancia y adolescencia, y al que le entusiasmaba la camaradería y ese “esprit de corps” que caracteriza a un estrecho clan de buenos amigos. Por desgracia, durante gran parte de su vida el autoexilio que se impuso y una salud endeble fueron minando sus ganas de aventura. Sin embargo, tuvo el acierto de compensar esta situación arrojándose de lleno a la literatura, donde dio rienda suelta a sus pulsiones más íntimas y desveló su mirada escéptica e implacable. Lo curioso es que, si se lee con atención su obra –sobre todo, sus diarios-, se puede descubrir que no era nada indulgente consigo mismo, Por el contrario, era muy conciente de sus debilidades, yerros y fracasos. Para mí, pese a la gran brecha generacional que nos separaba, era como un amigo de mi edad. Sus tres o cuatro años finales fueron intensos, si no felices, ya que, para sorpresa de todos, decidió dejar de reemplazar la vida con la literatura y se zambulló en la aventura como un joven inflamado de ardor guerrero.
En las entrevistas que te han hecho hay una en la que dices que uno de los primeros libros que tuviste en las manos fue Tom Sawyer, de Mark Twain. Pero siempre hay libros especiales que nos llevan de inmediato a escribir. Yo tengo la idea de que uno de esos autores, para ti, fue Juan Carlos Onetti. Y que tienes una predilección temática por los personajes que viven un mundo interior muy convulsionado. Como si detrás de ellos estuvieran arrastrando a la muerte en distintas facetas. La muerte se deja sentir más en Caballos de medianoche.
Qué puedo decirte... Desde muy joven he reflexionado sobre ello y he llegado a la conclusión de que escribo para derrotar, de algún modo, a la muerte. Ya sé es que es una tentativa utópica, condenada al fracaso, pero creo que vale el gesto de rebeldía, un poco como los guerreros que saben que van a morir al enfrentarse a un enemigo descomunal y, sin embargo, se esfuerzan por vender caras sus vidas. En cuanto a Onetti, es mi escritor favorito entre los latinoamericanos. Supongo que me identifiqué mucho con su mundo narrativo porque cuando lo leía era muy joven y experimentaba esa sensación de vacío que atravesaba a la mayoría de sus personajes.
Cuando hurgo en tu biografía veo algunos enlaces biográficos con esa estela conformada por escritores aventureros como Ernest Hemingway. Sabemos que Hemingway fue clave para ti en la búsqueda de un estilo personal, pero digamos que has recorrido mundo, has sido reportero de guerra, periodista y has vivido muchos años fuera de Perú. Y esto se nota tanto en Caballos... como en Una mujer no hace un verano. ¿Hay algo de lo estés arrepentido o crees que lo vivido es suficiente?
Mi gran problema es que siempre me he arrepentido de algunas cosas que he hecho y de varias otras que no he llegado a hacer. Naturalmente, lo vivido nunca es suficiente. Hemingway ha sido una suerte de cómplice para mí y un estímulo permanente porque logró conciliar dos opciones aparentemente opuestas: una vida de acción y una vida de artista. En mi caso, carezco del arrojo y de la vitalidad que lo caracterizaban (no tengo el culto por la naturaleza ni por el deporte, por ejemplo), pero su lectura me ha ayudado a tratar de superar mis limitaciones y, sobre todo, a adoptar un código de valores personal. Asimismo, ha sido mi maestro en el arte de escribir.
La primera vez que hablamos me contaste que cuando eras joven solías buscar libros que no eran fáciles de ubicar. ¿Recuerdas alguna anécdota en especial?, ¿algún personaje que hayas conocido a raíz de estas búsquedas?
Soy un bibliófilo incorregible. Nada me tranquiliza más que pasarme horas en una librería, buscando en las estanterías algún ejemplar valioso para mí. Por suerte, no soy coleccionista de libros antiguos ni de primeras ediciones (aunque tengo algunas), ya que mis medios económicos no me lo hubieran permitido y me hubiera sentido muy frustrado por ello. Tal vez lo más sorprendente que me ha pasado en lo que concierne a la pasión por los libros era haber tenido el privilegio de ver una biblioteca increíble. Fui amigo de Pepe Durand –el autor de esa joya que es Ocaso de sirenas- y tuve la oportunidad de visitarlo en su casa de Berkeley, en California, donde era profesor. Cuando le dije que quería ver sus libros –es lo primero que suelo hacer cuando voy a casa de alguien por primera vez: los libros que uno posee, así como los cuadros o los discos, te dan una imagen muy certera de la persona en cuestión- me advirtió que probablemente no me iban a gustar, por la sencilla razón de que él no era un amante de la literatura contemporánea. Además, me dijo, sólo tenía alrededor de seiscientos. No obstante, cuál sería mi asombro cuando contemplé la colección de libros antiguos e incunables que poseía. José Durand era un insigne garcilasista y había dedicado la mayor parte de su vida a reconstruir la biblioteca del Inca Garcilaso. ¿Te imaginas? Durante años había buscado y gastado una fortuna en adquirir los mismos libros que había tenido y leído el Inca. No conozco otro caso tan ejemplar de bibliolatría (aunque ciertamente mi amigo Ricardo Silva-Santisteban puede ser considerado en el segundo nivel, el de bibliómano; yo me ubico en el rango más bajo: soy un modesto bibliófilo).
¿Cómo llegaste al jazz o fue el jazz que llegó a ti? Hace unos años Carlos Eduardo Zavaleta me contó que le comentaste que la polifonía que William Faulkner utilizaba en sus novelas te parecía un concierto de jazz. Además, escribes sobre jazz, y las novelas que te gustan, caso El invierno en Lisboa de Antonio Muñoz Molina, siempre están ligadas al mundo nocturno en el que esta música se mueve .
No recuerdo la aserción de C. E. Zavaleta, pero si se lo comenté, tal vez no me hallaba tan desencaminado. Ignoro si a Faulkner le gustaba el jazz, pero la mixtura de voces que se aprecia en sus libros podrían sugerir una influencia de la polifonía improvisada característica del jazz de Nueva Orleáns. Y, claro, Faulkner era un hombre del sur y, aunque fuera por ósmosis, tenía que haber asimilado los viejos blues y el jazz de las primeras bandas negras que pululaban en Nueva Orleáns, ciudad en la que pasó una temporada y donde -si no me equivoco- trabó amistad con Sherwood Anderson.
Y hablando de jazz, encuentro que la música y la vida de Chet Baker te fascinan. Uno de los personajes de El invierno en Lisboa es el trompetista Billy Swann, inspirado en Chet Baker. En tu libro Relámpagos sobre el agua hablas de la búsqueda nocturna de los músicos de jazz tras la nota azul. ¿Cómo definirías la nota azul? ¿Te gustó la versión cinematográfica que Zorrilla hizo de la novela?
No he visto la versión cinematográfica de El invierno en Lisboa, pero la novela me gustó mucho. Creo que es una de las mejores novelas sobre jazz que se han publicado jamás, quizá porque el autor es un profundo conocedor de esta música y tiene las dotes literarias para recrear la turbulencia y complejidad de un trompetista maldito como Chet Baker. En lo que concierne a la nota azul, se trata de un concepto técnico un tanto difícil de explicar. La idea básica es que en el jazz predominan determinados acordes característicos del blues. En realidad, las “blue notes” son las que le dan ese tinte inconfundiblemente “bluesy” a esa expresión musical. Los musicólogos han aventurado que los esclavos que llegaron de África utilizaban una gama pentatónica que no incluía semitonos. Por tanto, al encontrarse con la música occidental y una gama mayor diatónica con dos semitonos, se vieron precisados a disminuirlos para recuperar, en cierta forma, los intervalos a los que estaban acostumbrados. Si se considera la teoría de que la música evoluciona de acuerdo a la progresión de la serie armónica, entonces puede decirse que la asimilación de la 7ª menor distingue a los acordes propios del jazz Las notas azules pueden ser aplicadas a cualquier tema estándar para imprimirle un toque, un color típico del blues, lo que genera una tensión peculiar. En ese sentido, la “blue note” resulta esencial para la improvisación jazzística e incide en el swing particular que genera cada intérprete o ejecutante. Sin embargo, creo que se puede expresar lo que significa el swing basándose sólo en esos términos técnicos, ya que ello implicaría que cualquier músico que recurriera a las notas azules pudiera adquirir esa cualidad y convertirse automáticamente en jazzman, lo que sabemos que no es posible. Hay algo tan misterioso en el jazz que no es fácil traducirlo. A veces el músico y al oyente entran en una suerte de trance que, quizá, remita inconscientemente a algún tipo de mágico ritual ancestral.
Cuando escribes sobre libros, lo haces en torno a aquellos que te han gustado. No recuerdo alguna reseña negativa a libro alguno. ¿Cómo te sientes en la faceta como crítico?
Creo que sólo he hecho un par de reseñas negativas: a libros de Carlos Fuentes y Guillermo Cabrera Infante. Fue por indignación, porque en esos momentos esperaba mucho más de ellos y, como lector, me sentí defraudado. Aunque no me considero crítico en el sentido estricto del término –un crítico debe estar dispuesto a comentar tanto los libros buenos como los malos -, debo reconocer que disfruto mucho escribiendo sobre literatura. Por tanto, suelo escribir sobre los libros que me gustan. ¿Para qué perder el tiempo analizando las fallas y torpezas de un mal libro? Dejemos eso a los críticos profesionales. Yo, ante todo, soy un lector que trata de contagiar su entusiasmo a otro lector e inducirlo a leer un libro que me ha dado placer.
En un mundo globalizado como este, en el que cada día hay más puentes de comunicación, ¿crees que es necesario emigrar a los lugares en donde el mundo editorial está desarrollado, como es el caso de España? Tú has vivido muchos años allá y sabes de cerca cómo se mueven las cosas.
Naturalmente, siempre puede surgir un gran escritor en un país del Tercer Mundo y que haga su obra sin tener que salir del mismo. Pienso, por ejemplo, en Lezama Lima, que prácticamente nunca abandonó Cuba. No obstante, de acuerdo a mi experiencia, si se trata de un novelista con ambiciones, tal vez lo mejor sea vivir una temporada en la metrópoli editorial. En buena cuenta, todo sucede como en Lima y en cualquier parte: si haces los contactos necesarios puedes tener una mejor oportunidad para difundir tu obra. El problema es que en España hay miles de escritores y, en consecuencia, se requiere de cierto nivel de calidad que te permita competir con ellos. Los latinoamericanos que logran colocar sus libros en sellos españoles son muy pocos. En realidad, como ocurre en el mundo del cine, si no tienes un agente estás perdido. Las editoriales no pueden darse el lujo de leer los incontables manuscritos que les llega todo el tiempo. De ahí que el filtro sean los agentes, los cuales a su vez son selectivos. La industria editorial es un negocio y evaluar un manuscrito cuesta tiempo y dinero.
¿Qué hacer entonces? Pensar en los concursos y premios es una utopía, pues la mayoría son concertados previamente por agentes y editoriales. Tal vez el camino más adecuado para un escritor que vive en el Perú es intentar publicar su obra en un sello local que tenga distribución internacional. Si el libro tiene alguna acogida, luego habrá más posibilidades de interesar a un agente de fuera. A estas alturas lo importante ya no es que te publiquen sino que, por lo menos, te lean. He trabajado en editoriales españolas y sé que la mayoría de manuscritos que se les envían son devueltos sin haber sido leídos. Esto parece terrible, pero es comprensible si uno repara en la cantidad de escritores que existen.
Al margen de emigrar a un lugar donde abunden editoriales, creo que lo decisivo para un escritor es tratar de conocer el mundo. Desde luego, hay algunos escritores a los que les basta una información básicamente libresca, pero la mayoría necesita aquilatar nuevas experiencias, descubrir universos distintos al suyo. Esto no quiere decir que haya necesariamente que viajar a Europa o Estados Unidos: tal vez sea suficiente con dejar Lima e internarse en la selva o lanzarse al camino, como los beats y recorrer Chile y Argentina. En fin, todas las opciones valen y todo depende de la personalidad de cada escritor.
¿Hacia dónde apuntan ahora tus gustos literarios?¿Hay algún escritor a quien le estés siguiendo los pasos?, ¿algún autor a quién tengamos que descubrir o releer?
Mis gustos son eclécticos (además, no sólo leo ficción sino ensayos, biografías, diarios y memorias, estudios sobre jazz y cine, tauromaquia, etc.). Sin embargo, debo admitir que de cada cinco libros que leo sólo uno pertenece a un autor de hoy. Ya no me interesa como antes estar al día, sino, más bien, leer algún libro de un gran autor del pasado (por ejemplo, hay novelas de Dostoievski, Dickens o Balzac que aún no he leído) o releer a un autor querido (Hemingway, Joyce, Kafka, Conrad, Stevenson, etc). Pero no se crea que sólo ando en pos de los grandes títulos: también disfruto mucho leyendo obras de arte menor, una pequeña novela de André Gide, otra de Willa Cather, alguna de Kawabata, un relato de Gracq. Y, por cierto, he puesto énfasis en la lectura de autores que antes me resultaban muy difíciles y herméticos, como Beckett, Blanchot o Klossowski. Antes no estaba preparado para comprenderlos. También leo con obstinación a Joseph Roth. Entre los contemporáneos, he apreciado mucho en los últimos tiempos a Cormac McCarthy y Haruki Murakami, a James Salter y Denis Johnson, y, por supuesto, a J. M. Coetzee. Entre los españoles me gustan Enrique Vila-Matas y Javier Cercas. También me ha atraído Montero Glez -a quien me has recomendado vivamente- por su prosa tan fulgurante e insólita. En cuanto a los latinoamericanos reconozco los aportes de Roberto Bolaño (sus novelas breves, que encuentro más redondas que sus propuestas de mayor envergadura) y Juan Villoro, quien además de narrador es un estupendo ensayista y cronista. No obstante, sigo pensando que los viejos maestros que reverdecieron con la estela del “boom” son casi insuperables (Onetti y Cortázar, Sabato y Carpentier, etc.). No voy a mencionar a los peruanos, para evitar susceptibilidades. Sin embargo, quiero insistir en que los aportes de ese cuarteto imprescindible constituido por Arguedas, Ribeyro, Vargas Llosa y Bryce han hecho posible que ahora, en la primera década del siglo XXI, surja toda una pléyade de narradores muy buenos. La mayoría, pese a su juventud, derrocha talento y, en esa perspectiva, me parece que vivimos un florecimiento de nuestra narrativa, en el que no tardarán en aparecer sendas obras maestras.
Algún consejo o sugerencia para aquellos que quieran dedicarse a la literatura.
No requerir consejos de nadie. Cada escritor es distinto a otro y debe hallar por sí solo su propio camino. Más aún, si me viera obligado a dar alguna sugerencia, esta sería que no se dediquen a la literatura, si es que pueden evitarlo. Hay demasiados escritores en el mundo y se trata de un oficio en el que los perjuicios suelen ser mayores que los beneficios. ¿Por qué? Porque un escritor siempre se empeña en ir contra la corriente, lo que resulta peligroso y, en todo caso, revela ausencia de sentido común (¡ tan indispensable para sobrevivir!).
Guillermo Niño de Guzmán, escritor
Sin lugar a dudas, Guillermo Niño de Guzmán (Lima, 1955) es uno de los más importantes narradores que tiene Perú hoy en día. Es autor de libros imprescindibles como El tesoro de los sueños, Caballos de medianoche y Una mujer no hace un verano. Su amor por la literatura lo ha llevado a escribir los deliciosos En búsqueda del placer y Relámpagos sobre el agua. Y es el responsable de la referencial antología narrativa En el camino. Niño de Guzmán no suele ofrecer muchas entrevistas, pero en esta derrocha la pasión con la que ha sabido construir una obra realmente adictiva.
Gabriel Ruiz-Ortega
Guillermo, todo indica que no eres un escritor prolífico, sin embargo, tus libros de ficción se resisten en abandonar la parcela del olvido. En el caso de Caballos de medianoche, ¿cómo lo ves a ya más de veinticuatro años de haber sido publicado?
Como un libro primerizo, con todos los aciertos y errores que ello supone. El problema inherente a todo primer libro es la falta de experiencia del autor. No sólo en cuanto a la vida sino en lo que concierne al trabajo del lenguaje, a la búsqueda y depuración de un estilo personal. Mirando ese libro con los ojos fríos de hoy quizá lo más rescatable sea la creación de determinadas atmósferas y de un tipo de personajes. Me refiero a esos ambientes lúgubres, mortecinos y sórdidos, así como a la desolación y sensación de derrota implícitas en la mayoría de los personajes. No me gusta releer lo que he escrito porque suelo encontrar fallas debidas a mi inexperiencia o falta de mesura. Recientemente tuve que volver a leer el relato “Carta a París” de aquel volumen -que, dicho sea de paso, es una historia que nunca me gustó mucho por su truculencia y porque aún no había conocido París y, por tanto, estaba basada en una información de segunda mano-, ya que me lo solicitaron para una antología (Pasajeros perdurables). Al releer el cuento percibí sus debilidades y me vi obligado a hacer una revisión minuciosa antes de enviarlo al editor. Desde luego, no creo que haya mejorado demasiado (¡hay varios remiendos!), pero, en todo caso, resulta menos deficiente que antes.
Manejo la idea de que la poesía y el cuento están muy ligados en el detalle, digamos que se linda con la relojería. ¿Qué es lo que te atrae del cuento?
Lo que me atrae del género breve es la concisión y la capacidad de concentrar todo un mundo en un instante. Hay escritores que edifican casas e incluso grandes edificios, mientras que yo me conformo con construir una habitación. A veces, incluso, con sólo una ventana por donde poder mirar. Por otra parte, a diferencia de la novela, en el cuento todo resulta esencial. En ese sentido, se acerca a la poesía y yo siempre he admirado mucho a los poetas (aunque soy incapaz de escribir un par de versos). Asimismo, creo que todo es cuestión de aliento creativo. Yo soy un gran lector de novelas y, sin duda, me gustaría ser capaz de escribirlas. Sin embargo, creo que ocurre algo similar a lo que se observa en el ámbito de los corredores: hay expertos en distancias cortas, medias y largas. Yo no puedo correr un maratón, ni diez mil o cinco mil metros, pero sí cien, doscientos y cuatrocientos metros planos. Y, quién sabe, tal vez me anime a probar en unos ciento diez metros con vallas...
La primera vez que te vi tenía quince años, y te vi en televisión, en una entrevista que te hiciera Jaime Bayly. Lo recuerdo bien porque ese día falleció Julio Ramón Ribeyro y le rendiste un homenaje descorchando una botella de vino en pleno programa. Creo que nunca olvidaré un homenaje así. Tú fuiste uno de sus amigos más cercanos, ¿qué es lo que más recuerdas de él?
Su complicidad. Bajo su apariencia tímida y distante, de cierta tristeza y apatía, ardía el corazón de un muchacho de barrio que había hecho todas las mataperradas de la infancia y adolescencia, y al que le entusiasmaba la camaradería y ese “esprit de corps” que caracteriza a un estrecho clan de buenos amigos. Por desgracia, durante gran parte de su vida el autoexilio que se impuso y una salud endeble fueron minando sus ganas de aventura. Sin embargo, tuvo el acierto de compensar esta situación arrojándose de lleno a la literatura, donde dio rienda suelta a sus pulsiones más íntimas y desveló su mirada escéptica e implacable. Lo curioso es que, si se lee con atención su obra –sobre todo, sus diarios-, se puede descubrir que no era nada indulgente consigo mismo, Por el contrario, era muy conciente de sus debilidades, yerros y fracasos. Para mí, pese a la gran brecha generacional que nos separaba, era como un amigo de mi edad. Sus tres o cuatro años finales fueron intensos, si no felices, ya que, para sorpresa de todos, decidió dejar de reemplazar la vida con la literatura y se zambulló en la aventura como un joven inflamado de ardor guerrero.
En las entrevistas que te han hecho hay una en la que dices que uno de los primeros libros que tuviste en las manos fue Tom Sawyer, de Mark Twain. Pero siempre hay libros especiales que nos llevan de inmediato a escribir. Yo tengo la idea de que uno de esos autores, para ti, fue Juan Carlos Onetti. Y que tienes una predilección temática por los personajes que viven un mundo interior muy convulsionado. Como si detrás de ellos estuvieran arrastrando a la muerte en distintas facetas. La muerte se deja sentir más en Caballos de medianoche.
Qué puedo decirte... Desde muy joven he reflexionado sobre ello y he llegado a la conclusión de que escribo para derrotar, de algún modo, a la muerte. Ya sé es que es una tentativa utópica, condenada al fracaso, pero creo que vale el gesto de rebeldía, un poco como los guerreros que saben que van a morir al enfrentarse a un enemigo descomunal y, sin embargo, se esfuerzan por vender caras sus vidas. En cuanto a Onetti, es mi escritor favorito entre los latinoamericanos. Supongo que me identifiqué mucho con su mundo narrativo porque cuando lo leía era muy joven y experimentaba esa sensación de vacío que atravesaba a la mayoría de sus personajes.
Cuando hurgo en tu biografía veo algunos enlaces biográficos con esa estela conformada por escritores aventureros como Ernest Hemingway. Sabemos que Hemingway fue clave para ti en la búsqueda de un estilo personal, pero digamos que has recorrido mundo, has sido reportero de guerra, periodista y has vivido muchos años fuera de Perú. Y esto se nota tanto en Caballos... como en Una mujer no hace un verano. ¿Hay algo de lo estés arrepentido o crees que lo vivido es suficiente?
Mi gran problema es que siempre me he arrepentido de algunas cosas que he hecho y de varias otras que no he llegado a hacer. Naturalmente, lo vivido nunca es suficiente. Hemingway ha sido una suerte de cómplice para mí y un estímulo permanente porque logró conciliar dos opciones aparentemente opuestas: una vida de acción y una vida de artista. En mi caso, carezco del arrojo y de la vitalidad que lo caracterizaban (no tengo el culto por la naturaleza ni por el deporte, por ejemplo), pero su lectura me ha ayudado a tratar de superar mis limitaciones y, sobre todo, a adoptar un código de valores personal. Asimismo, ha sido mi maestro en el arte de escribir.
La primera vez que hablamos me contaste que cuando eras joven solías buscar libros que no eran fáciles de ubicar. ¿Recuerdas alguna anécdota en especial?, ¿algún personaje que hayas conocido a raíz de estas búsquedas?
Soy un bibliófilo incorregible. Nada me tranquiliza más que pasarme horas en una librería, buscando en las estanterías algún ejemplar valioso para mí. Por suerte, no soy coleccionista de libros antiguos ni de primeras ediciones (aunque tengo algunas), ya que mis medios económicos no me lo hubieran permitido y me hubiera sentido muy frustrado por ello. Tal vez lo más sorprendente que me ha pasado en lo que concierne a la pasión por los libros era haber tenido el privilegio de ver una biblioteca increíble. Fui amigo de Pepe Durand –el autor de esa joya que es Ocaso de sirenas- y tuve la oportunidad de visitarlo en su casa de Berkeley, en California, donde era profesor. Cuando le dije que quería ver sus libros –es lo primero que suelo hacer cuando voy a casa de alguien por primera vez: los libros que uno posee, así como los cuadros o los discos, te dan una imagen muy certera de la persona en cuestión- me advirtió que probablemente no me iban a gustar, por la sencilla razón de que él no era un amante de la literatura contemporánea. Además, me dijo, sólo tenía alrededor de seiscientos. No obstante, cuál sería mi asombro cuando contemplé la colección de libros antiguos e incunables que poseía. José Durand era un insigne garcilasista y había dedicado la mayor parte de su vida a reconstruir la biblioteca del Inca Garcilaso. ¿Te imaginas? Durante años había buscado y gastado una fortuna en adquirir los mismos libros que había tenido y leído el Inca. No conozco otro caso tan ejemplar de bibliolatría (aunque ciertamente mi amigo Ricardo Silva-Santisteban puede ser considerado en el segundo nivel, el de bibliómano; yo me ubico en el rango más bajo: soy un modesto bibliófilo).
¿Cómo llegaste al jazz o fue el jazz que llegó a ti? Hace unos años Carlos Eduardo Zavaleta me contó que le comentaste que la polifonía que William Faulkner utilizaba en sus novelas te parecía un concierto de jazz. Además, escribes sobre jazz, y las novelas que te gustan, caso El invierno en Lisboa de Antonio Muñoz Molina, siempre están ligadas al mundo nocturno en el que esta música se mueve .
No recuerdo la aserción de C. E. Zavaleta, pero si se lo comenté, tal vez no me hallaba tan desencaminado. Ignoro si a Faulkner le gustaba el jazz, pero la mixtura de voces que se aprecia en sus libros podrían sugerir una influencia de la polifonía improvisada característica del jazz de Nueva Orleáns. Y, claro, Faulkner era un hombre del sur y, aunque fuera por ósmosis, tenía que haber asimilado los viejos blues y el jazz de las primeras bandas negras que pululaban en Nueva Orleáns, ciudad en la que pasó una temporada y donde -si no me equivoco- trabó amistad con Sherwood Anderson.
Y hablando de jazz, encuentro que la música y la vida de Chet Baker te fascinan. Uno de los personajes de El invierno en Lisboa es el trompetista Billy Swann, inspirado en Chet Baker. En tu libro Relámpagos sobre el agua hablas de la búsqueda nocturna de los músicos de jazz tras la nota azul. ¿Cómo definirías la nota azul? ¿Te gustó la versión cinematográfica que Zorrilla hizo de la novela?
No he visto la versión cinematográfica de El invierno en Lisboa, pero la novela me gustó mucho. Creo que es una de las mejores novelas sobre jazz que se han publicado jamás, quizá porque el autor es un profundo conocedor de esta música y tiene las dotes literarias para recrear la turbulencia y complejidad de un trompetista maldito como Chet Baker. En lo que concierne a la nota azul, se trata de un concepto técnico un tanto difícil de explicar. La idea básica es que en el jazz predominan determinados acordes característicos del blues. En realidad, las “blue notes” son las que le dan ese tinte inconfundiblemente “bluesy” a esa expresión musical. Los musicólogos han aventurado que los esclavos que llegaron de África utilizaban una gama pentatónica que no incluía semitonos. Por tanto, al encontrarse con la música occidental y una gama mayor diatónica con dos semitonos, se vieron precisados a disminuirlos para recuperar, en cierta forma, los intervalos a los que estaban acostumbrados. Si se considera la teoría de que la música evoluciona de acuerdo a la progresión de la serie armónica, entonces puede decirse que la asimilación de la 7ª menor distingue a los acordes propios del jazz Las notas azules pueden ser aplicadas a cualquier tema estándar para imprimirle un toque, un color típico del blues, lo que genera una tensión peculiar. En ese sentido, la “blue note” resulta esencial para la improvisación jazzística e incide en el swing particular que genera cada intérprete o ejecutante. Sin embargo, creo que se puede expresar lo que significa el swing basándose sólo en esos términos técnicos, ya que ello implicaría que cualquier músico que recurriera a las notas azules pudiera adquirir esa cualidad y convertirse automáticamente en jazzman, lo que sabemos que no es posible. Hay algo tan misterioso en el jazz que no es fácil traducirlo. A veces el músico y al oyente entran en una suerte de trance que, quizá, remita inconscientemente a algún tipo de mágico ritual ancestral.
Cuando escribes sobre libros, lo haces en torno a aquellos que te han gustado. No recuerdo alguna reseña negativa a libro alguno. ¿Cómo te sientes en la faceta como crítico?
Creo que sólo he hecho un par de reseñas negativas: a libros de Carlos Fuentes y Guillermo Cabrera Infante. Fue por indignación, porque en esos momentos esperaba mucho más de ellos y, como lector, me sentí defraudado. Aunque no me considero crítico en el sentido estricto del término –un crítico debe estar dispuesto a comentar tanto los libros buenos como los malos -, debo reconocer que disfruto mucho escribiendo sobre literatura. Por tanto, suelo escribir sobre los libros que me gustan. ¿Para qué perder el tiempo analizando las fallas y torpezas de un mal libro? Dejemos eso a los críticos profesionales. Yo, ante todo, soy un lector que trata de contagiar su entusiasmo a otro lector e inducirlo a leer un libro que me ha dado placer.
En un mundo globalizado como este, en el que cada día hay más puentes de comunicación, ¿crees que es necesario emigrar a los lugares en donde el mundo editorial está desarrollado, como es el caso de España? Tú has vivido muchos años allá y sabes de cerca cómo se mueven las cosas.
Naturalmente, siempre puede surgir un gran escritor en un país del Tercer Mundo y que haga su obra sin tener que salir del mismo. Pienso, por ejemplo, en Lezama Lima, que prácticamente nunca abandonó Cuba. No obstante, de acuerdo a mi experiencia, si se trata de un novelista con ambiciones, tal vez lo mejor sea vivir una temporada en la metrópoli editorial. En buena cuenta, todo sucede como en Lima y en cualquier parte: si haces los contactos necesarios puedes tener una mejor oportunidad para difundir tu obra. El problema es que en España hay miles de escritores y, en consecuencia, se requiere de cierto nivel de calidad que te permita competir con ellos. Los latinoamericanos que logran colocar sus libros en sellos españoles son muy pocos. En realidad, como ocurre en el mundo del cine, si no tienes un agente estás perdido. Las editoriales no pueden darse el lujo de leer los incontables manuscritos que les llega todo el tiempo. De ahí que el filtro sean los agentes, los cuales a su vez son selectivos. La industria editorial es un negocio y evaluar un manuscrito cuesta tiempo y dinero.
¿Qué hacer entonces? Pensar en los concursos y premios es una utopía, pues la mayoría son concertados previamente por agentes y editoriales. Tal vez el camino más adecuado para un escritor que vive en el Perú es intentar publicar su obra en un sello local que tenga distribución internacional. Si el libro tiene alguna acogida, luego habrá más posibilidades de interesar a un agente de fuera. A estas alturas lo importante ya no es que te publiquen sino que, por lo menos, te lean. He trabajado en editoriales españolas y sé que la mayoría de manuscritos que se les envían son devueltos sin haber sido leídos. Esto parece terrible, pero es comprensible si uno repara en la cantidad de escritores que existen.
Al margen de emigrar a un lugar donde abunden editoriales, creo que lo decisivo para un escritor es tratar de conocer el mundo. Desde luego, hay algunos escritores a los que les basta una información básicamente libresca, pero la mayoría necesita aquilatar nuevas experiencias, descubrir universos distintos al suyo. Esto no quiere decir que haya necesariamente que viajar a Europa o Estados Unidos: tal vez sea suficiente con dejar Lima e internarse en la selva o lanzarse al camino, como los beats y recorrer Chile y Argentina. En fin, todas las opciones valen y todo depende de la personalidad de cada escritor.
¿Hacia dónde apuntan ahora tus gustos literarios?¿Hay algún escritor a quien le estés siguiendo los pasos?, ¿algún autor a quién tengamos que descubrir o releer?
Mis gustos son eclécticos (además, no sólo leo ficción sino ensayos, biografías, diarios y memorias, estudios sobre jazz y cine, tauromaquia, etc.). Sin embargo, debo admitir que de cada cinco libros que leo sólo uno pertenece a un autor de hoy. Ya no me interesa como antes estar al día, sino, más bien, leer algún libro de un gran autor del pasado (por ejemplo, hay novelas de Dostoievski, Dickens o Balzac que aún no he leído) o releer a un autor querido (Hemingway, Joyce, Kafka, Conrad, Stevenson, etc). Pero no se crea que sólo ando en pos de los grandes títulos: también disfruto mucho leyendo obras de arte menor, una pequeña novela de André Gide, otra de Willa Cather, alguna de Kawabata, un relato de Gracq. Y, por cierto, he puesto énfasis en la lectura de autores que antes me resultaban muy difíciles y herméticos, como Beckett, Blanchot o Klossowski. Antes no estaba preparado para comprenderlos. También leo con obstinación a Joseph Roth. Entre los contemporáneos, he apreciado mucho en los últimos tiempos a Cormac McCarthy y Haruki Murakami, a James Salter y Denis Johnson, y, por supuesto, a J. M. Coetzee. Entre los españoles me gustan Enrique Vila-Matas y Javier Cercas. También me ha atraído Montero Glez -a quien me has recomendado vivamente- por su prosa tan fulgurante e insólita. En cuanto a los latinoamericanos reconozco los aportes de Roberto Bolaño (sus novelas breves, que encuentro más redondas que sus propuestas de mayor envergadura) y Juan Villoro, quien además de narrador es un estupendo ensayista y cronista. No obstante, sigo pensando que los viejos maestros que reverdecieron con la estela del “boom” son casi insuperables (Onetti y Cortázar, Sabato y Carpentier, etc.). No voy a mencionar a los peruanos, para evitar susceptibilidades. Sin embargo, quiero insistir en que los aportes de ese cuarteto imprescindible constituido por Arguedas, Ribeyro, Vargas Llosa y Bryce han hecho posible que ahora, en la primera década del siglo XXI, surja toda una pléyade de narradores muy buenos. La mayoría, pese a su juventud, derrocha talento y, en esa perspectiva, me parece que vivimos un florecimiento de nuestra narrativa, en el que no tardarán en aparecer sendas obras maestras.
Algún consejo o sugerencia para aquellos que quieran dedicarse a la literatura.
No requerir consejos de nadie. Cada escritor es distinto a otro y debe hallar por sí solo su propio camino. Más aún, si me viera obligado a dar alguna sugerencia, esta sería que no se dediquen a la literatura, si es que pueden evitarlo. Hay demasiados escritores en el mundo y se trata de un oficio en el que los perjuicios suelen ser mayores que los beneficios. ¿Por qué? Porque un escritor siempre se empeña en ir contra la corriente, lo que resulta peligroso y, en todo caso, revela ausencia de sentido común (¡ tan indispensable para sobrevivir!).
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