“Sigo pensando que hay ciertas cosas que solo se pueden expresar con la ficción”
Daniel Alarcón, escritor
Daniel Alarcón nació en Lima, en 1977, y pasó casi toda su vida en EE.UU. Sus relatos han aparecido en importantísimas revistas norteamericanas como The New Yorker, Harper´s y Virginia Quarterly Review. Alfaguara acaba de publicar el libro Guerra a la luz de las velas que originalmente apareció en inglés bajo el nombre de War by Candlelight (Harper Collins), la misma que fue finalista para el Premio Pen / Hemingway por mejor debut del año. En la actualidad es Editor Asociado de la revista Etiqueta Negra. Su novela Lost City Radio se publicará en simultáneo en USA, España, Francia, Reino Unido, Holanda e Italia en marzo del 2007. Formación y talento en pos de una literatura que desgarra y conmueve.
Gabriel Ruiz-Ortega
Daniel, se sabe que has crecido en USA ¿Cómo te reencontraste con el castellano?
Como muchos hijos de Latinos en los EEUU, en un momento casi perdí mi castellano. Es de lo más normal si uno crece en un ambiente donde todo se maneja en ingles. Mis amigos eran gringos, mi educación desde primaria se desarrolló en ese idioma. La recuperación del castellano comenzó cuando me mudé a Nueva York en 1995. Ahí me encontré con una ciudad donde la población latina, hispano-parlante llegaba al 25%, y claro, eso me influyó muchísimo. De pronto, mi idioma nativo ya no era irrelevante, sino totalmente necesario, y vino, como una ola, con preguntas sobre mi identidad dentro de una sociedad multicultural como la de Nueva York en esa época. Desde entonces, reinicié contacto con el Perú, comencé a viajar más y más a Lima, e interesarme por conocer las tradiciones y las historias de mi familia.
Se sigue comentando tu cuento City of clowns, publicado en The New Yorker. A partir de ello, ¿qué ventajas editoriales fueron las que tuviste?
Tuve mucha suerte con ese cuento. Cuando se publicó en The New Yorker éramos tres narradores debutantes, es decir noveles, y yo era el único que no tenía contrato con alguna editorial neoyorquina en ese momento. Mi agente supo aprovechar de esas circunstancias para sacar una buena oferta de Harper Collins, lo cual me permitió publicar este primer libro de cuentos, y próximamente, la novela Lost City Radio en febrero del año entrante. Harper Collins es, para mi suerte, una editorial con peso, y prendo mis velitas todos los días con la esperanza de que mi buena fortuna no se acabe.
¿Puedes contarme el proceso en el que te apoyaste para City of clowns?, ¿qué referentes literarios estuvieron presentes?
En cuanto a referentes literarios, es difícil decir. Los de siempre supongo: Faulkner, Kapuscinski, Calvino, Bruno Schulz, García Márquez, Cheever, Dostoyevsky. En todo caso, los escritores que uno lee, que uno admira, te influyen de maneras inesperadas. Amo sin remedio al gran Borges, pero no encuentro mucho de él en mi propia obra. Debe estar ahí, pero requeriría de alguien con más conocimiento y preparación para identificar exactamente dónde está su influencia en mi obra.
Lo que me acuerdo de esas tres semanas escribiendo Payasos, cuando salió casi de un tirón el primer borrador, es la soledad que sentía. Estaba en Iowa City, en una provincia norteamericana, había dejado amigos, una novia, y muchos recuerdos en Lima, y sentí la necesidad, súbita, abrumadora, de recuperar la ciudad que acababa de abandonar. Quizá no exista un lugar más diferente a Lima que Iowa City. Alquilé una habitación en la casa de un agricultor de la zona, y me acuerdo del silencio total del campo al atardecer. Alrededor de la casa había cultivos de maíz, y en esa época, agosto, la cosecha se aproximaba, y la casa se veía casi escondida en la chacra. Lo que permitió escribir sobre Lima, o mejor dicho, lo que me obligó a hacerlo, era justamente ese silencio. Extrañaba la bulla, y me dediqué a recrear la caótica ciudad donde nací.
Algo que me llama la atención de tus cuentos es la amplitud referencial que estos tienen, si bien es cierto que gran parte de las historias desarrolladas en Guerra a la luz de las velas están suscritas en lugares marginales peruanos, también me dan la sensación de que pueden darse esas tramas en otras realidades socialmente distintas. ¿La formación que tienes como antropólogo en cuánto te ha ayudado?
Por supuesto que sí. Como disciplina académica, la antropología es muy útil para el escritor. Es una forma humanista de ver el mundo, una búsqueda de patrones dentro de una cultura, y una mirada que siempre ubica el hombre en un contexto cultural, económico, social. Después de 1989, cuando la situación en el Perú encrudeció, yo no regresé a mi país por varios años. Entonces comencé mis estudios enfocándome en otros ámbitos culturales: estudié en África por medio año en 1998, antes había estudiado en la China. Es decir, aprendí los métodos del antropólogo en lugares totalmente extraños a mi experiencia, mi lengua, mi cultura. Fue un reto que me sirvió mucho cuando regresé al Perú en 1999. Tanto el país, como yo mismo, habíamos cambiado muchísimo, pero yo tenía las herramientas para comprender esos cambios. Sabía como formular las preguntas que antes eran confusas, y eso ha sido importantísimo para mi obra.
Tu formación, culturalmente hablando, es norteamericana. Casi todos los escritores llegan al proceso creativo partiendo de una experiencia libresca o de vida. ¿Qué es lo que te llevó a escribir?
Siempre he escrito, desde muy niño, y aparte de mis ambiciones truncas de convertirme en gran futbolista, nunca consideré seriamente otra carrera. Supongo que el deseo de escribir viene de la fascinación con creer historias, de inventar y entender las tramas (y traumas) que existen entre la gente. El inmigrante es siempre un observador. Me acuerdo muy bien inventando cuentos con mi viejo para explicar los gestos que observábamos entre una pareja gringa, por ejemplo, en un restaurante. El español era como un idioma secreto, y podíamos hablar de la gente en su cara. Era un pasatiempo para nosotros.
Sigo pensando que hay ciertas cosas que solo se pueden expresar con la ficción. Tengo esa fe, y me aferro a ella. El momento que dude de esa verdad, me pondré a estudiar salud publica, o derecho. Me dedicaré a alguna tarea más útil—y quizá más fácil, no sé—que escribir cuentos y novelas. Por el momento estoy bien con esto.
Se ha dicho que has recogido las influencias temáticas de Julio Ramón Ribeyro, José María Arguedas y Mario Vargas Llosa. De alguna u otra manera, los tres han bebido de la narrativa norteamericana. Me gustaría saber quiénes son tus escritores norteamericanos predilectos.
Tengo la suerte de poder nutrirme de dos tradiciones literarias, la norteamericana y la latinoamericana. De los norteamericanos, nunca me olvidaré de los sureños: William Faulkner, Carson McCullers, entre otros. John Cheever, el gran cuentista. Cormac McCarthy, claro. Philip Roth merece el Nobel ya. Edward P. Jones es simplemente un maestro. Y hay otros: Aleksandar Hemon, Junot Díaz, Yiyun Li, Marylinne Robinson.
Pero más que narradores gringos, a los que siempre regreso son los rusos. Los cuentos de Chekhov o Gogol, por ejemplo. Recuerda que no estudié literatura, o sea que no soy para nada un conocedor. Mis lecturas son un sin sentido total, sigo una ruta absurda y desordenada, y no tengo una idea clara del desarrollo de la literatura moderna o algo por el estilo. Yo leo por placer, y nunca aprendí a ser estudioso. Pero si muero con un libro de Dostoyevsky en la mano, seré feliz.
Muy pronto se publicará Lost City Radio, esta novela saldrá simultáneamente en USA, España, Inglaterra, Francia e Italia. ¿En cuánto tiempo la escribiste?, ¿puedes decirme de qué trata?
No quiero adelantar demasiado, pero he querido con esta novela enfrentarme directamente a los años de la violencia en el Perú. Se trata de un programa radial que reúne a la gente perdida en una gran urbe latinoamericana. Una ciudad como Lima, pos-guerra, viviendo un proceso de crecimiento feroz, donde hay mucha gente aislada, solitaria, alejadas de sus pueblos, de sus idiomas, de sus culturas. La trama fluye en torno a este programa, y la ciudad que retrata es una que muchos peruanos van a reconocer.
Desde que comencé a investigar el fenómeno hasta que le puse punto final a la ultima frase fueron casi siete años. Espero que la siguiente novela no me demore tanto, pero tampoco es una ambición mía ser prolífico. Prefiero ser muy bueno.
Por lo que leo de ti, puedo decir que eres un escritor de tendencia realista, pero en la comunicación que hemos tenido, me comentaste que has escrito cuentos muy raros, que no sólo escribes sobre la violencia política. ¿Crees que un escritor no debe encasillarse en una sola vertiente narrativa?
Soy demasiado joven para ser devoto de ninguna tendencia literaria. Lo más importante de esta etapa en mi formación es ser audaz, es decir, no tenerle temor al gran fracaso, porque sin arriesgarse, sin ponerse retos que parecen, a primer vista, imposibles, no se va a llegar muy lejos. Solo vale la pena escribir los libros que, desde un inicio, parecen estar más allá de los limites de tu talento. Si no se ve imposible, no hay por qué perder el tiempo intentándolo. Es la única forma de crecer.
Nota: Esta entrevista a Daniel Alarcón apareció en el diario Siglo XXI de España.
Daniel Alarcón, escritor
Daniel Alarcón nació en Lima, en 1977, y pasó casi toda su vida en EE.UU. Sus relatos han aparecido en importantísimas revistas norteamericanas como The New Yorker, Harper´s y Virginia Quarterly Review. Alfaguara acaba de publicar el libro Guerra a la luz de las velas que originalmente apareció en inglés bajo el nombre de War by Candlelight (Harper Collins), la misma que fue finalista para el Premio Pen / Hemingway por mejor debut del año. En la actualidad es Editor Asociado de la revista Etiqueta Negra. Su novela Lost City Radio se publicará en simultáneo en USA, España, Francia, Reino Unido, Holanda e Italia en marzo del 2007. Formación y talento en pos de una literatura que desgarra y conmueve.
Gabriel Ruiz-Ortega
Daniel, se sabe que has crecido en USA ¿Cómo te reencontraste con el castellano?
Como muchos hijos de Latinos en los EEUU, en un momento casi perdí mi castellano. Es de lo más normal si uno crece en un ambiente donde todo se maneja en ingles. Mis amigos eran gringos, mi educación desde primaria se desarrolló en ese idioma. La recuperación del castellano comenzó cuando me mudé a Nueva York en 1995. Ahí me encontré con una ciudad donde la población latina, hispano-parlante llegaba al 25%, y claro, eso me influyó muchísimo. De pronto, mi idioma nativo ya no era irrelevante, sino totalmente necesario, y vino, como una ola, con preguntas sobre mi identidad dentro de una sociedad multicultural como la de Nueva York en esa época. Desde entonces, reinicié contacto con el Perú, comencé a viajar más y más a Lima, e interesarme por conocer las tradiciones y las historias de mi familia.
Se sigue comentando tu cuento City of clowns, publicado en The New Yorker. A partir de ello, ¿qué ventajas editoriales fueron las que tuviste?
Tuve mucha suerte con ese cuento. Cuando se publicó en The New Yorker éramos tres narradores debutantes, es decir noveles, y yo era el único que no tenía contrato con alguna editorial neoyorquina en ese momento. Mi agente supo aprovechar de esas circunstancias para sacar una buena oferta de Harper Collins, lo cual me permitió publicar este primer libro de cuentos, y próximamente, la novela Lost City Radio en febrero del año entrante. Harper Collins es, para mi suerte, una editorial con peso, y prendo mis velitas todos los días con la esperanza de que mi buena fortuna no se acabe.
¿Puedes contarme el proceso en el que te apoyaste para City of clowns?, ¿qué referentes literarios estuvieron presentes?
En cuanto a referentes literarios, es difícil decir. Los de siempre supongo: Faulkner, Kapuscinski, Calvino, Bruno Schulz, García Márquez, Cheever, Dostoyevsky. En todo caso, los escritores que uno lee, que uno admira, te influyen de maneras inesperadas. Amo sin remedio al gran Borges, pero no encuentro mucho de él en mi propia obra. Debe estar ahí, pero requeriría de alguien con más conocimiento y preparación para identificar exactamente dónde está su influencia en mi obra.
Lo que me acuerdo de esas tres semanas escribiendo Payasos, cuando salió casi de un tirón el primer borrador, es la soledad que sentía. Estaba en Iowa City, en una provincia norteamericana, había dejado amigos, una novia, y muchos recuerdos en Lima, y sentí la necesidad, súbita, abrumadora, de recuperar la ciudad que acababa de abandonar. Quizá no exista un lugar más diferente a Lima que Iowa City. Alquilé una habitación en la casa de un agricultor de la zona, y me acuerdo del silencio total del campo al atardecer. Alrededor de la casa había cultivos de maíz, y en esa época, agosto, la cosecha se aproximaba, y la casa se veía casi escondida en la chacra. Lo que permitió escribir sobre Lima, o mejor dicho, lo que me obligó a hacerlo, era justamente ese silencio. Extrañaba la bulla, y me dediqué a recrear la caótica ciudad donde nací.
Algo que me llama la atención de tus cuentos es la amplitud referencial que estos tienen, si bien es cierto que gran parte de las historias desarrolladas en Guerra a la luz de las velas están suscritas en lugares marginales peruanos, también me dan la sensación de que pueden darse esas tramas en otras realidades socialmente distintas. ¿La formación que tienes como antropólogo en cuánto te ha ayudado?
Por supuesto que sí. Como disciplina académica, la antropología es muy útil para el escritor. Es una forma humanista de ver el mundo, una búsqueda de patrones dentro de una cultura, y una mirada que siempre ubica el hombre en un contexto cultural, económico, social. Después de 1989, cuando la situación en el Perú encrudeció, yo no regresé a mi país por varios años. Entonces comencé mis estudios enfocándome en otros ámbitos culturales: estudié en África por medio año en 1998, antes había estudiado en la China. Es decir, aprendí los métodos del antropólogo en lugares totalmente extraños a mi experiencia, mi lengua, mi cultura. Fue un reto que me sirvió mucho cuando regresé al Perú en 1999. Tanto el país, como yo mismo, habíamos cambiado muchísimo, pero yo tenía las herramientas para comprender esos cambios. Sabía como formular las preguntas que antes eran confusas, y eso ha sido importantísimo para mi obra.
Tu formación, culturalmente hablando, es norteamericana. Casi todos los escritores llegan al proceso creativo partiendo de una experiencia libresca o de vida. ¿Qué es lo que te llevó a escribir?
Siempre he escrito, desde muy niño, y aparte de mis ambiciones truncas de convertirme en gran futbolista, nunca consideré seriamente otra carrera. Supongo que el deseo de escribir viene de la fascinación con creer historias, de inventar y entender las tramas (y traumas) que existen entre la gente. El inmigrante es siempre un observador. Me acuerdo muy bien inventando cuentos con mi viejo para explicar los gestos que observábamos entre una pareja gringa, por ejemplo, en un restaurante. El español era como un idioma secreto, y podíamos hablar de la gente en su cara. Era un pasatiempo para nosotros.
Sigo pensando que hay ciertas cosas que solo se pueden expresar con la ficción. Tengo esa fe, y me aferro a ella. El momento que dude de esa verdad, me pondré a estudiar salud publica, o derecho. Me dedicaré a alguna tarea más útil—y quizá más fácil, no sé—que escribir cuentos y novelas. Por el momento estoy bien con esto.
Se ha dicho que has recogido las influencias temáticas de Julio Ramón Ribeyro, José María Arguedas y Mario Vargas Llosa. De alguna u otra manera, los tres han bebido de la narrativa norteamericana. Me gustaría saber quiénes son tus escritores norteamericanos predilectos.
Tengo la suerte de poder nutrirme de dos tradiciones literarias, la norteamericana y la latinoamericana. De los norteamericanos, nunca me olvidaré de los sureños: William Faulkner, Carson McCullers, entre otros. John Cheever, el gran cuentista. Cormac McCarthy, claro. Philip Roth merece el Nobel ya. Edward P. Jones es simplemente un maestro. Y hay otros: Aleksandar Hemon, Junot Díaz, Yiyun Li, Marylinne Robinson.
Pero más que narradores gringos, a los que siempre regreso son los rusos. Los cuentos de Chekhov o Gogol, por ejemplo. Recuerda que no estudié literatura, o sea que no soy para nada un conocedor. Mis lecturas son un sin sentido total, sigo una ruta absurda y desordenada, y no tengo una idea clara del desarrollo de la literatura moderna o algo por el estilo. Yo leo por placer, y nunca aprendí a ser estudioso. Pero si muero con un libro de Dostoyevsky en la mano, seré feliz.
Muy pronto se publicará Lost City Radio, esta novela saldrá simultáneamente en USA, España, Inglaterra, Francia e Italia. ¿En cuánto tiempo la escribiste?, ¿puedes decirme de qué trata?
No quiero adelantar demasiado, pero he querido con esta novela enfrentarme directamente a los años de la violencia en el Perú. Se trata de un programa radial que reúne a la gente perdida en una gran urbe latinoamericana. Una ciudad como Lima, pos-guerra, viviendo un proceso de crecimiento feroz, donde hay mucha gente aislada, solitaria, alejadas de sus pueblos, de sus idiomas, de sus culturas. La trama fluye en torno a este programa, y la ciudad que retrata es una que muchos peruanos van a reconocer.
Desde que comencé a investigar el fenómeno hasta que le puse punto final a la ultima frase fueron casi siete años. Espero que la siguiente novela no me demore tanto, pero tampoco es una ambición mía ser prolífico. Prefiero ser muy bueno.
Por lo que leo de ti, puedo decir que eres un escritor de tendencia realista, pero en la comunicación que hemos tenido, me comentaste que has escrito cuentos muy raros, que no sólo escribes sobre la violencia política. ¿Crees que un escritor no debe encasillarse en una sola vertiente narrativa?
Soy demasiado joven para ser devoto de ninguna tendencia literaria. Lo más importante de esta etapa en mi formación es ser audaz, es decir, no tenerle temor al gran fracaso, porque sin arriesgarse, sin ponerse retos que parecen, a primer vista, imposibles, no se va a llegar muy lejos. Solo vale la pena escribir los libros que, desde un inicio, parecen estar más allá de los limites de tu talento. Si no se ve imposible, no hay por qué perder el tiempo intentándolo. Es la única forma de crecer.
Nota: Esta entrevista a Daniel Alarcón apareció en el diario Siglo XXI de España.
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