Con cientos de miles de ejemplares vendidos, innumerables traducciones desde el 2006 y una más que aceptable adaptación cinematográfica, GOMORRA está llamado a ser uno de los títulos mayores de nuestro tiempo, comercialmente hablando. Su autor, el periodista italiano Roberto Saviano (Nápoles, 1979), a causa de la publicación, ha sido condenado a muerte por la Camorra, nombre del conglomerado de la mafia napolitana.
Esta publicación es también una señal que nos confirma el buen momento que atraviesa la literatura de no ficción. Si la memoria no me es tramposa, este escritor y eventual reseñista no recuerda que un libro alejado de las parcelas de la ficción haya tomado tanto vuelo a pocos años de su salida al mercado.
Empero, lo que vengo percibiendo es el aura de cierta mano laxa, poco criterio, floja argumentación al momento de resaltar las virtudes del texto. Antes de lanzarme a escribir esta columna, invertí cinco minutos de mi tiempo en buscar artículos y reseñas relacionados con este digno trabajo del periodismo de investigación, y no demoré en toparme con “fellatios” y “sobadas” que delataban la carencia de la lectura previa (e íntegra) al que debe ser sometido todo texto si es que se pretende escribir de él.
En GOMORRA se goza de un controlado respiro gonzo, el autor no es presa de la algarabía de otros colegas seducidos por el ego-protagónico, en este sentido es clara la evidente investigación sustentada en entrevistas, testimonios y harto trabajo de búsqueda en archivos de bibliotecas. Cuando la narración parece estancarse en la misma sucesión de las tropelías cometidas en el puerto de Nápoles (en el que dicho sea, se sustenta muy buena parte de la economía occidental) y alrededores, nos topamos con recursos técnicos que nos refrescan para luego volver con interés a sus páginas, como el extenso capítulo dedicado a Mijaíl Kaláshnikov, creador de la homónima arma letal, la cual es el adminículo de preferencia, debido a lo fácil de usarla, de los matones de la Camorra.
Sin embargo, el libro adolece de cumbres a recordar. Superadas las tediosas treinta primeras páginas, prácticamente no dejamos de volar, nos convertimos en ríos de sangre a borbotones, nos convertimos en cómplices de la doble moral presente en todos aquellos que se benefician de la organización criminal. Pero en ningún momento nos sentimos contra la pared, no quedamos abstraídos. Esto se debe, seguramente, a la poca pericia narrativa del autor para administrar la información, la que en muchos casos nos son presentadas de sopetón, pasando por alto las pausas (válido tanto en ficción y no ficción) de lo que sería la articulación para la puesta en escena.
A nadie le gustaría estar en el pellejo de Saviano. Por ello, no deben dejar de sumarse las voces y firmas de apoyo hacia quien fue consecuente con su vocación de periodista, plasmando en texto, letra viva que lo sobrevivirá, lo que muchos sabían pero que por cobardía e interés callaron por décadas.
Editorial: Debate
Publicado en Siglo XXI
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