“Tienes que leer a este genial escritor”, te lo dicen muchos, en cuanto a sus dotes como narrador de ficción. Cuando te llega el momento de enfrentarlo, con el primer suyo que consigues, como que te preparas para un viaje salpicado de hechizo; y una vez que te adentras, te cuestionas, no pocos mohines aparecen, el rostro pierde lentamente la expectativa primaria; y por más que lo intentas, no logras levantar la mirada, o sino a medias, tal y como siempre te ha ocurrido con los grandes. Terminas ese libro por orgullo, no es malo, piensas, por el contrario, es muy bueno, pero no te sientes contagiado, como lo esperabas. A los días, buscas en librerías y bibliotecas otros libros del autor, estás decidido a darle una oportunidad más, y en cada uno de las lecturas sucesivas, el mismo mohín, la inalterable desazón… Pues bien, con el perdón de los amigos de buena voluntad (y grandes lectores), me es difícil aprehender los libros de ficción del mexicano Sergio Pitol (Puebla, 1933).
Que no te guste su ficción, no significa que el autor sea malo. Es necesario recalcar esta pequeña gran diferencia. Pero tan cierto como ella es que los buenos autores, los perdurables, proyectan su nervio en otros géneros, lo hacen con tremenda maestría que no dudas en reconciliarte con la vida, en enfocar tus energías en lo que realmente debe importar. En este sentido, los libros de ensayo de Pitol son otra cosa, radioactivos la verdad: LA CASA DE LA TRIBU, EL ARTE DE LA FUGA, EL VIAJE y PASIÓN POR LA TRAMA. Catalogarlos como ensayo es solo una salida fácil, cada uno tiene el respiro de la crónica, el viaje, el diario y la memoria. Pues bien, hace diez volví a devorar PASIÓN POR LA TRAMA (Ediciones ERA, 1998), experiencia única que motiva este artículo.
Al igual que en sus otros libros de ensayo, el mexicano no deja de diseminar inteligencia canalizada en un lenguaje depurado. Títulos y autores son abordados con extraño nervio ficcional, como si estuviéramos presenciando la estructura de una novela, con sus aceleraciones y paralizaciones, sus puntos de quiebre y desenlaces cerrados y abiertos. La experiencia de vida es importante para Pitol, así tenga que escribir sobre literatura, pero esta es controlada: no cae presa del “Ego Trip” que corroe a muchos, se desplaza de lejos pero a la vez de cerca, contándonos sutilmente el por qué los libros son importantes en su vida. Y no es para menos, la vida de Pitol tiene todos los componentes de la “novela del escritor”: de niño enfermó de malaria y estuvo en cama hasta los doce años, leyendo; de adolescente conoció todas las sangres en las que se basa la cultura mexicana; de joven estudió y forjó amistades perdurables; y de adulto no hizo otra cosa que viajar en calidad de diplomático. Claro, parecen referencias muy mezquinas, pero claves para entender los móviles del autor: el constante deslumbramiento…
Por ello, nos adentramos en la literatura centroeuropea, tradición riquísima aún por descubrir, gracias a la novela EL REY DE LAS DOS SICILIAS de Andrzej Kusniewicz. O el austriaco Arthur Schnitzler… Llegamos a los avatares de Walter Benjamin, quien en 1924 realizó un viaje a Moscú para ser testigo del sistemático rechazo por parte de una mujer que lo usó, pero dicha experiencia le permitió conocer la verdad de las mentiras de Trotski y Stalin… La justificada admiración por el italiano Antonio Tabucchi y su gloriosa novelita SOSTIENE PEREIRA… La perdurabilidad de mentadas, pero poco leídas, aves raras latinoamericanas, a excepción de Carlos Fuentes, como Álvaro Mutis, José Donoso y Carlos Monsiváis. Y el comprensible arrobamiento por EL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS de Joseph Conrad y LOS PAPELES DE ASPERN de Henry James.
Sin embargo, el protagonismo mayor yace en la disección de EL SOBERBIO ORINOCO, gran novela menor de Jules Verne, que no es más que un pretexto del ensayista para deleitarnos no solo con el clásico autor francés. El mexicano, entonces, nos ofrece un recorrido vital, histórico y literario de la novela decimonónica y su cumbre como modelo narrativo: el proyecto galo que privilegiaba al lector con aventuras en extremo occidente, las que acrisolaban los avances científicos y filosóficos de dicho siglo que, de paso, sirve, como si fuera una puesta en escena, para concatenar con autores contrarios a las novelas de aventuras, como Gogol. Pitol, a lo mejor sin proponérselo, deja una lección implícita que todo escritor debe seguir: que para escribir novela, pues hay que nutrirse del siglo de la novela, el XIX. Y de paso, quiebra los mitos sobre las novelas de aventuras, limitadas, desde hace décadas, al público juvenil.
Los libros de ensayo de Pitol no son ajenos al fuego iridiscente que exhibe en PASIÓN POR LA TRAMA; cada uno de ellos, a su manera, derrocha el verdadero compromiso literario: aquel que nos regresa, y redescubre, a los libros que nos marcaron.
Nota: artículo publicado en Siglo XXI
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