Vi esta novela en los estantes de la librería El Virrey. La sensación de ánimo se multiplicó más de lo que podía imaginar. Y como se podrá colegir, no ubicaba del todo al autor, el cubano Leonardo Padura (La Habana, 1955), a lo mucho había escuchado de él en alguna conversa, pero sí el nombre de ese grande en la portada del libro. Así es que llevándome por la admiración por Hemingway, fue que decidí llevarme esta novela.
Son muchos los libros sobre este legendario escritor. Biografías, ensayos, novelas y estudios críticos que tienen a su vida y poética como hilo conductor. Y la obvia pregunta salta puesto qué es lo que se puede ficcionalizar de Hemingway, cuando todos, en mayor o menor medida, tenemos nociones de lo que él fue.
“Adiós, Hemingway” es una novela policial inscrita en la tradición de la novela-enigma con algunos condimentos del hard-boiled. Pero lo más destacable es que se trata de un libro escrito en clave de homenaje, movido por la pasión de querer saldar deudas literarias, en este caso del narrador cubano.
Ambientada en el 2001, en plena Habana no suscrita a las postales, tenemos a Mario Conde, un teniente investigador retirado de la policía que se gana la vida vendiendo libros de segunda mano. Confeso lector y escritor relativamente frustrado porque una de las razones que lo llevó a abandonar las fuerzas del orden fue la de dedicarse a escribir.
La vida de Conde parece estar marcada por la rutina. Hasta que un día, en un bar, recibe la visita de un policía amigo que le comunica que han descubierto los restos de un cadáver en Finca Vigía, propiedad que ocupó el escritor norteamericano en su estancia habanera. La noticia de un posible asesinato cometido por Hemingway, a cuarenta años de su suicidio, lleva al teniente retirado a intentar esclarecer el enigma, con el aditivo de que al lado de los restos también se ha encontrado una chapa del FBI.
¿Qué es lo que sostiene a esta novela cuando su trama parece no ser muy atractiva? Pues lo mismo que caracteriza a todas las buenas novelas policiales: la concepción de la fisonomía moral de sus personajes. En este caso, las palmas se las llevan Conde y los obreros, ahora longevos, de Hemingway, el Papa (sin tilde), que obedecen a los nombres de Ruperto, Calixto, Tenorio y Raúl, quienes estuvieron con el Papa la noche que dieron muerte al agente del FBI, en octubre de 1958.
A través de lo que va recopilando, Conde va recreando los últimos años de Hemingway, de sus paseos por La Habana, de sus obsesiones, reyertas y amores. Vale recalcar la escena del romance de Papa con Ava Gardner y de sus ansias por querer completar lo que llevaba escribiendo pero que no podía a causa de un bloqueo creativo con tintes de modorra y agotamiento cerebral a causa de los tratamientos psiquiátricos a los que fue sometido. En este aspecto Padura no cae en el juego de pintarnos a un Hemingway en todo su esplendor, sino que lo muestra tal cual fue: arrogante, envidioso, bebedor y muy fiel a sus obreros.
En la recreación de los últimos años de Hemingway es que podemos tener una idea clarísima del potencial de Padura. Son hechos ya conocidos, muchas veces relatados, pero es precisamente en volver a los acontecimientos incrustados en el imaginario de la tradición, dotándoles de una nueva mirada verosímil, donde vemos la vena narrativa del cubano, quien no contento con ello, hace gala de un tributo al norteamericano empleando las técnicas narrativas que tanta la gloria le dieron: la técnica del Iceberg.
Lamentablemente, las pesquisas que Conde va acumulando no está entre lo mejor de la novela, pero esto es salvado por los diálogos muy bien hilvanados y los giros narrativos que llevan al lector de turno a no saltarse las páginas.
Como dije, líneas arriba, no conocía la obra de Leonardo Padura, pero como se dice en la introducción, Mario Conde es personaje de toda una saga de novelas policiales que gracias a “Adiós, Hemingway” se ha convertido desde ya en una búsqueda personal que espero completar en el curso de las próximas semanas.
Para los amantes del policial y admiradores de Hemingway, esta novela es, sí o sí, una lectura imprescindible.
Editorial: Tusquets.
Son muchos los libros sobre este legendario escritor. Biografías, ensayos, novelas y estudios críticos que tienen a su vida y poética como hilo conductor. Y la obvia pregunta salta puesto qué es lo que se puede ficcionalizar de Hemingway, cuando todos, en mayor o menor medida, tenemos nociones de lo que él fue.
“Adiós, Hemingway” es una novela policial inscrita en la tradición de la novela-enigma con algunos condimentos del hard-boiled. Pero lo más destacable es que se trata de un libro escrito en clave de homenaje, movido por la pasión de querer saldar deudas literarias, en este caso del narrador cubano.
Ambientada en el 2001, en plena Habana no suscrita a las postales, tenemos a Mario Conde, un teniente investigador retirado de la policía que se gana la vida vendiendo libros de segunda mano. Confeso lector y escritor relativamente frustrado porque una de las razones que lo llevó a abandonar las fuerzas del orden fue la de dedicarse a escribir.
La vida de Conde parece estar marcada por la rutina. Hasta que un día, en un bar, recibe la visita de un policía amigo que le comunica que han descubierto los restos de un cadáver en Finca Vigía, propiedad que ocupó el escritor norteamericano en su estancia habanera. La noticia de un posible asesinato cometido por Hemingway, a cuarenta años de su suicidio, lleva al teniente retirado a intentar esclarecer el enigma, con el aditivo de que al lado de los restos también se ha encontrado una chapa del FBI.
¿Qué es lo que sostiene a esta novela cuando su trama parece no ser muy atractiva? Pues lo mismo que caracteriza a todas las buenas novelas policiales: la concepción de la fisonomía moral de sus personajes. En este caso, las palmas se las llevan Conde y los obreros, ahora longevos, de Hemingway, el Papa (sin tilde), que obedecen a los nombres de Ruperto, Calixto, Tenorio y Raúl, quienes estuvieron con el Papa la noche que dieron muerte al agente del FBI, en octubre de 1958.
A través de lo que va recopilando, Conde va recreando los últimos años de Hemingway, de sus paseos por La Habana, de sus obsesiones, reyertas y amores. Vale recalcar la escena del romance de Papa con Ava Gardner y de sus ansias por querer completar lo que llevaba escribiendo pero que no podía a causa de un bloqueo creativo con tintes de modorra y agotamiento cerebral a causa de los tratamientos psiquiátricos a los que fue sometido. En este aspecto Padura no cae en el juego de pintarnos a un Hemingway en todo su esplendor, sino que lo muestra tal cual fue: arrogante, envidioso, bebedor y muy fiel a sus obreros.
En la recreación de los últimos años de Hemingway es que podemos tener una idea clarísima del potencial de Padura. Son hechos ya conocidos, muchas veces relatados, pero es precisamente en volver a los acontecimientos incrustados en el imaginario de la tradición, dotándoles de una nueva mirada verosímil, donde vemos la vena narrativa del cubano, quien no contento con ello, hace gala de un tributo al norteamericano empleando las técnicas narrativas que tanta la gloria le dieron: la técnica del Iceberg.
Lamentablemente, las pesquisas que Conde va acumulando no está entre lo mejor de la novela, pero esto es salvado por los diálogos muy bien hilvanados y los giros narrativos que llevan al lector de turno a no saltarse las páginas.
Como dije, líneas arriba, no conocía la obra de Leonardo Padura, pero como se dice en la introducción, Mario Conde es personaje de toda una saga de novelas policiales que gracias a “Adiós, Hemingway” se ha convertido desde ya en una búsqueda personal que espero completar en el curso de las próximas semanas.
Para los amantes del policial y admiradores de Hemingway, esta novela es, sí o sí, una lectura imprescindible.
Editorial: Tusquets.
Nota: la reseña apareció el 2 de febrero en el diario Siglo XXI.
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