No hay estudiante de Literatura que alguna vez no haya escuchado, de algún catedrático experto en poesía, sobre esta antología secreta, tan mentada, y a la vez tan poco leída. Esta pertenece a la leyenda negra de los libros fantasmas, que uno escucha con deleite, y que en más de una ocasión justifica juergas interminables en bares sin nombre cerca de la universidad (con catedrático experto en poesía como anfitrión). Es que el ÍNDICE… tiene todos los visos para ser catalogada como negra, y no muchos, con sospechas razonables, dudaban de su existencia, asociándola al capricho de los históricos voceros oficiales de la poesía (en todo el mundo): los borrachitos de cantinas alfombradas de acerrín. Nadie había visto la antología, pero esta estaba allí, presente en ausencia, ya sea por la magnitud de sus antólogos, poetas claves en el devenir poético latinoamericano; o por los nombres que en sus páginas podemos encontrar. Basta revisar la lista de poetas consignados para darnos cuenta de que este es el libro referencial poético por excelencia.
El polémico poeta peruano Alberto Hidalgo, fundador de la vanguardia peruana, se encontraba en 1919 viviendo en Buenos Aires. Era, como es de esperarse de alguien que hizo del panfleto un arte, un indomable bohemio que husmeaba la movida cultural en el centro artístico más estimulante de esa época. En Buenos Aires conoce a Borges, en ese tiempo el autor de “El Aleph” estaba muy entusiasmado con su onda “ultraísta” y entre cigarros y café acepta la propuesta de Hidalgo: realizar una antología que englobe las propuestas poéticas de vanguardia que estaban dándose en el continente de habla castellana. En el curso del acuerdo se suma el chileno Vicente Huidobro… Imagínense: tres poetas de renombre, encargados de la elaboración de la que aspira a ser la mejor antología del siglo. Pero el tiempo pasaba y las fricciones entre los tres empezaban a nacer, el peruano se queda mataperreando en la París latinoamericana, y el chileno y argentino, de la manito, se quitan a Europa, cruzan el charco en pos de mayores opciones, tanto literarias como personales.
Hay que ser justos, solamente Hidalgo es quien se encarga de la selección, setenta y dos poetas que mandaron sus mejores textos con muchísima incredulidad. Cuando el libro ya estaba listo, pues era necesario presentar el texto prologal, y después de algunos intercambios epistolares, se llega a la conclusión de que serían tres prólogos (vale señalar que las antologías se valen de sus prólogos, él éxito de estas yace en lo que en ellos se argumenta). Y siendo honestos, cada prólogo es digno candidato al premio del Capricho, llevado por la desmedida del ego y del exceso intelectual, prácticamente, cada uno hace alarde de su poética personal, sumado a que Borges y Huidobro ya estaban lejos, en sus procesos artísticos, de la primera intención de la elaboración de la antología: matar de una vez por todas al Modernismo…Los tres textos son pruebas fehacientes del auto-bombo o del auto-fellatio, siendo el de Alberto Hidalgo el más polémico, por su intención chocante (e irresponsable) como cuando justifica la ausencia de poetas bolivianos y paraguayos con argumentos tipo “…Bolivia no tiene representación en este libro debido a que en mis afanosos viajes por los mares del mundo no me he encontrado con sus costas. ¿Es que no existe? Del Paraguay sé que no existe ni de oídas la palabra arte. Allí solo se dan loros y yerbas mate. Prometo remendar las ausencias en futuras ediciones, si aparecen poetas por ahí, o si hay alguno que, demasiado tímido, no ha emprendido viaje a mi conocimiento”. Provocador, a todas luces.
ÍNDICE DE LA NUEVA POESÍA AMERICANA apareció en 1926, en Buenos Aires. Se editaron quinientos ejemplares, pero para ese año la vanguardia ya estaba en muere, nuevas propuestas eran las que llamaban la atención de los críticos y de los eternos borrachines de cantina. No hay un dato preciso del por qué esta no circulo como se debe, algunos barajan la idea de que se mandaron a incinerar, y los libros sobrevivientes fueron a parar en las esquinas de olvidados anaqueles de bibliotecas particulares. Y como el boca a boca es el mejor medio de difusión que puede tener un libro, este sonaba, más que nada por los nombres que en él figuraban, tales como César Vallejo, Leopoldo Marechal, Pablo de Rocka, Nora Lange, Pablo Neruda, Juan Parra del Riego, Magda Portal, Juan José Tablada y muchos más (obviamente, también los tres antólogos).
Esta antología es histórica. Por ello, no debe dejarse de soslayar el esfuerzo de los editores peruanos Walter Sanseviero y David Ballardo en la apuesta por este rescate que termina por desmitificar las habladurías de su no-existencia. Esta es, bajo todo punto de vista, la mejor publicación para la lengua castellana, en lo que a poesía se refiere, de estos primeros años del siglo XXI. Valió la pena esperar poco más de ochenta años para tenerla en manos.
Editorial: SUR.
Nota: Esta reseña apareció el 24 de abril en Siglo XXI
El polémico poeta peruano Alberto Hidalgo, fundador de la vanguardia peruana, se encontraba en 1919 viviendo en Buenos Aires. Era, como es de esperarse de alguien que hizo del panfleto un arte, un indomable bohemio que husmeaba la movida cultural en el centro artístico más estimulante de esa época. En Buenos Aires conoce a Borges, en ese tiempo el autor de “El Aleph” estaba muy entusiasmado con su onda “ultraísta” y entre cigarros y café acepta la propuesta de Hidalgo: realizar una antología que englobe las propuestas poéticas de vanguardia que estaban dándose en el continente de habla castellana. En el curso del acuerdo se suma el chileno Vicente Huidobro… Imagínense: tres poetas de renombre, encargados de la elaboración de la que aspira a ser la mejor antología del siglo. Pero el tiempo pasaba y las fricciones entre los tres empezaban a nacer, el peruano se queda mataperreando en la París latinoamericana, y el chileno y argentino, de la manito, se quitan a Europa, cruzan el charco en pos de mayores opciones, tanto literarias como personales.
Hay que ser justos, solamente Hidalgo es quien se encarga de la selección, setenta y dos poetas que mandaron sus mejores textos con muchísima incredulidad. Cuando el libro ya estaba listo, pues era necesario presentar el texto prologal, y después de algunos intercambios epistolares, se llega a la conclusión de que serían tres prólogos (vale señalar que las antologías se valen de sus prólogos, él éxito de estas yace en lo que en ellos se argumenta). Y siendo honestos, cada prólogo es digno candidato al premio del Capricho, llevado por la desmedida del ego y del exceso intelectual, prácticamente, cada uno hace alarde de su poética personal, sumado a que Borges y Huidobro ya estaban lejos, en sus procesos artísticos, de la primera intención de la elaboración de la antología: matar de una vez por todas al Modernismo…Los tres textos son pruebas fehacientes del auto-bombo o del auto-fellatio, siendo el de Alberto Hidalgo el más polémico, por su intención chocante (e irresponsable) como cuando justifica la ausencia de poetas bolivianos y paraguayos con argumentos tipo “…Bolivia no tiene representación en este libro debido a que en mis afanosos viajes por los mares del mundo no me he encontrado con sus costas. ¿Es que no existe? Del Paraguay sé que no existe ni de oídas la palabra arte. Allí solo se dan loros y yerbas mate. Prometo remendar las ausencias en futuras ediciones, si aparecen poetas por ahí, o si hay alguno que, demasiado tímido, no ha emprendido viaje a mi conocimiento”. Provocador, a todas luces.
ÍNDICE DE LA NUEVA POESÍA AMERICANA apareció en 1926, en Buenos Aires. Se editaron quinientos ejemplares, pero para ese año la vanguardia ya estaba en muere, nuevas propuestas eran las que llamaban la atención de los críticos y de los eternos borrachines de cantina. No hay un dato preciso del por qué esta no circulo como se debe, algunos barajan la idea de que se mandaron a incinerar, y los libros sobrevivientes fueron a parar en las esquinas de olvidados anaqueles de bibliotecas particulares. Y como el boca a boca es el mejor medio de difusión que puede tener un libro, este sonaba, más que nada por los nombres que en él figuraban, tales como César Vallejo, Leopoldo Marechal, Pablo de Rocka, Nora Lange, Pablo Neruda, Juan Parra del Riego, Magda Portal, Juan José Tablada y muchos más (obviamente, también los tres antólogos).
Esta antología es histórica. Por ello, no debe dejarse de soslayar el esfuerzo de los editores peruanos Walter Sanseviero y David Ballardo en la apuesta por este rescate que termina por desmitificar las habladurías de su no-existencia. Esta es, bajo todo punto de vista, la mejor publicación para la lengua castellana, en lo que a poesía se refiere, de estos primeros años del siglo XXI. Valió la pena esperar poco más de ochenta años para tenerla en manos.
Editorial: SUR.
Nota: Esta reseña apareció el 24 de abril en Siglo XXI
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