Esta es una reseña que venía aplazando desde hace varias semanas (o mejor dicho, meses). Cuando estaba a punto de mandarla, me topaba con la posibilidad de escribir sobre otro libro, no por ello más o menos interesante que este corrosivo trabajo de Ballard, “Noches de cocaína”.
Seguramente muchísimos asocien el nombre de este escritor desarraigado, en el pleno sentido de la palabra (nació en Shangai, de padres ingleses, y tras el ataque a Pearl Harbour toda su familia fue enviada a un campo de concentración japonés, tiempo después estudió en Cambridge, trabajó en Canadá y en la actualidad vive en Londres), con la adaptación de David Cronenberg de su novela “Crash”. Más allá de esta ligadura, pues es menester dejar por sentado de que estamos ante uno de los mejores novelistas de hoy, con una visión negra de la condición del hombre contemporáneo, la cual la ha canalizado en novelas de diversas temáticas, que mantienen un punto nervioso en la narración, con giros de contenido riquísimos, con personajes inclinados a la autodestrucción y atmósferas cargadas de tanatismo y sensualidad. Entre sus obras más conocidas tenemos a “Compañía de sueños ilimitada” (Premio British SF 1980), “Mitos del futuro próximo” y “La exhibición de atrocidades” (Premio Readercorn 1991), este último su mejor libro.
Seguramente, por el título de la novela que nos compete, se pensará que estamos ante un vivencial recuento de sexo, estupefacientes, noches interminables, mujeres lúbricas, hombres hormonales y demás. Pues bien, algo de eso hay, pero la novela es muchísimo más: Charles Prentice es un periodista que ve truncado sus viajes de trabajo para recalar en el balneario de Estrella de Mar, lugar habitado principalmente por ingleses que suelen pasar largas temporadas en medio de un paisaje idílico, y con harto tiempo para el ocio y la práctica de deportes. La razón de su llegada no es la escritura de una crónica o un reportaje. Se encuentra en ese lugar porque su hermano Frank está recluido en la cárcel a causa de la muerte de cinco personas en un pavoroso incendio provocado. Las investigaciones revelan que Frank no tuvo nada que ver en el siniestro, pero él decide autoinculparse ante la impresión atónita de todos.
Movido por este extraño comportamiento es que Charles se sumerge en el mundo diario de Estrella de Mar, y no demora en conocer a sus peculiares habitantes, quienes también están sorprendidos por la situación de Frank, y que a la vez hacen más de un intento por no revelar más del asunto a quienes quieran indagar. Pues bien, Charles, de a pocos, se topa con estos personajes signados por un acomodo vivencial envidiable. En esta línea tenemos a Bobby Crawford, personaje narcisista y fanático, en quien gira toda la trama de “Noches de cocaína”. Crawford es lo que podría llamarse una suerte de “la suma de todas las maldades”, por ello, es un imán de seducción andante que envuelve a todos los que directa o indirectamente han tenido contacto con él. Charles, para no despertar sospechas, decide interesarse por lo que Bobby quiere hacer para sacar del plácido marasmo a Estrella de Mar. La decisión parece ser acertada en un principio, pero sin darse cuenta, también es corroído, inconsciente e ingenuamente por lo que va descubriendo, en una suerte de viaje hacia los confines más tentadores, y en lugar de saber las causas que llevaron a su hermano a aceptar un crimen que no cometió, se adentra en las bases axiológicas que lo motivaron a ello, como si el aprovechamiento de un determinado acto del azar fuera más que suficiente para justificar algunas conductas que lindan con la vesania y el exceso…Esto es todo lo que puedo decir de la trama de la novela…
La narrativa de Ballard está sustentada en la despiadada introspección que realiza en sus personajes y en la creación de atmósferas que descansan en la descripción de los detalles, las cuales funcionan como símbolos, otorgándoles un por qué a situaciones que parecen anclar en la rutina de lo narrado. En “Noches de cocaína”, este par de cualidades son elevadas a la categoría máxima, en cada página podemos saber lo que sus protagonistas sienten y piensan: un video, unos zapatos, el color de un auto, las rayas de bikini de piel en una mujer, etc.
Sin embargo, lo que parece ser una virtud, en momentos llega a anclar la narración, por ello esta novela hubiera estado perfecta en cien o cientocincuenta páginas menos, pero un análisis más profundo nos permite concluir que el exceso en los detalles y la psicología es la única manera de poder sustentarla, llegándose a requerir del lector un “algo más” para seguir avanzando.
“Noches de cocaína” no está entre lo mejor de este gran escritor. Empero, esto no es un óbice para leerlo. La novela es muy buena por donde se la mire, y es casi un hecho de que su lectura nos llevará a indagar por lo anteriormente escrito. Lujo que solo se lo permiten los escritores de raza.
Editorial: Mondadori.
Seguramente muchísimos asocien el nombre de este escritor desarraigado, en el pleno sentido de la palabra (nació en Shangai, de padres ingleses, y tras el ataque a Pearl Harbour toda su familia fue enviada a un campo de concentración japonés, tiempo después estudió en Cambridge, trabajó en Canadá y en la actualidad vive en Londres), con la adaptación de David Cronenberg de su novela “Crash”. Más allá de esta ligadura, pues es menester dejar por sentado de que estamos ante uno de los mejores novelistas de hoy, con una visión negra de la condición del hombre contemporáneo, la cual la ha canalizado en novelas de diversas temáticas, que mantienen un punto nervioso en la narración, con giros de contenido riquísimos, con personajes inclinados a la autodestrucción y atmósferas cargadas de tanatismo y sensualidad. Entre sus obras más conocidas tenemos a “Compañía de sueños ilimitada” (Premio British SF 1980), “Mitos del futuro próximo” y “La exhibición de atrocidades” (Premio Readercorn 1991), este último su mejor libro.
Seguramente, por el título de la novela que nos compete, se pensará que estamos ante un vivencial recuento de sexo, estupefacientes, noches interminables, mujeres lúbricas, hombres hormonales y demás. Pues bien, algo de eso hay, pero la novela es muchísimo más: Charles Prentice es un periodista que ve truncado sus viajes de trabajo para recalar en el balneario de Estrella de Mar, lugar habitado principalmente por ingleses que suelen pasar largas temporadas en medio de un paisaje idílico, y con harto tiempo para el ocio y la práctica de deportes. La razón de su llegada no es la escritura de una crónica o un reportaje. Se encuentra en ese lugar porque su hermano Frank está recluido en la cárcel a causa de la muerte de cinco personas en un pavoroso incendio provocado. Las investigaciones revelan que Frank no tuvo nada que ver en el siniestro, pero él decide autoinculparse ante la impresión atónita de todos.
Movido por este extraño comportamiento es que Charles se sumerge en el mundo diario de Estrella de Mar, y no demora en conocer a sus peculiares habitantes, quienes también están sorprendidos por la situación de Frank, y que a la vez hacen más de un intento por no revelar más del asunto a quienes quieran indagar. Pues bien, Charles, de a pocos, se topa con estos personajes signados por un acomodo vivencial envidiable. En esta línea tenemos a Bobby Crawford, personaje narcisista y fanático, en quien gira toda la trama de “Noches de cocaína”. Crawford es lo que podría llamarse una suerte de “la suma de todas las maldades”, por ello, es un imán de seducción andante que envuelve a todos los que directa o indirectamente han tenido contacto con él. Charles, para no despertar sospechas, decide interesarse por lo que Bobby quiere hacer para sacar del plácido marasmo a Estrella de Mar. La decisión parece ser acertada en un principio, pero sin darse cuenta, también es corroído, inconsciente e ingenuamente por lo que va descubriendo, en una suerte de viaje hacia los confines más tentadores, y en lugar de saber las causas que llevaron a su hermano a aceptar un crimen que no cometió, se adentra en las bases axiológicas que lo motivaron a ello, como si el aprovechamiento de un determinado acto del azar fuera más que suficiente para justificar algunas conductas que lindan con la vesania y el exceso…Esto es todo lo que puedo decir de la trama de la novela…
La narrativa de Ballard está sustentada en la despiadada introspección que realiza en sus personajes y en la creación de atmósferas que descansan en la descripción de los detalles, las cuales funcionan como símbolos, otorgándoles un por qué a situaciones que parecen anclar en la rutina de lo narrado. En “Noches de cocaína”, este par de cualidades son elevadas a la categoría máxima, en cada página podemos saber lo que sus protagonistas sienten y piensan: un video, unos zapatos, el color de un auto, las rayas de bikini de piel en una mujer, etc.
Sin embargo, lo que parece ser una virtud, en momentos llega a anclar la narración, por ello esta novela hubiera estado perfecta en cien o cientocincuenta páginas menos, pero un análisis más profundo nos permite concluir que el exceso en los detalles y la psicología es la única manera de poder sustentarla, llegándose a requerir del lector un “algo más” para seguir avanzando.
“Noches de cocaína” no está entre lo mejor de este gran escritor. Empero, esto no es un óbice para leerlo. La novela es muy buena por donde se la mire, y es casi un hecho de que su lectura nos llevará a indagar por lo anteriormente escrito. Lujo que solo se lo permiten los escritores de raza.
Editorial: Mondadori.
Nota: Esta reseña apareció el 18 marzo en Siglo XXI
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