Wednesday, March 25, 2009

La genialidad de Peter Gabriel

Fue en la mañana del segundo domingo de enero del presente año, llegaba caminando a mi casa, sazonado en tabaco, rock y alcohol, cuando reparé en la portada de la sección Luces del diario El Comercio, colgada de uno de los bordes de madera del quiosco ubicado a tres cuadras de mi casa: “Un monstruo llega a Lima”. El músico británico Peter Gabriel se presentaría en Lima el viernes 20 de marzo.

Si este reseñista, blogger, escritor y editor sabe “algo” de música, pues se lo debe en gran medida a todo lo que ha aprendido de Peter Gabriel. (Con él he llegado a valorar y apreciar proyectos musicales que yacen en discursos pensados y coherentes.) Confieso que en principio no me fue fácil, de jóvenes solemos ser sensoriales, hormonales e instintivos, y estas características las proyectamos en todos nuestros gustos, en especial en los musicales.

Me acerqué al trabajo de Peter Gabriel, a los dieciocho años, por medio del SELLING ENGLAND BY THE POUND (1973), el mítico álbum del grupo Genesis, del cual Gabriel fue frontman hasta 1975. Valió la pena darle más de una oportunidad: los temas, que en su mayoría no bajaban de los diez minutos, eran todo un desafío para alguien que crecía en la era de las velocidades mediáticas. Como nunca antes hice mía la sentencia de José Lezama Lima (a quien aún no leía): “solo lo difícil es estimulante.” De a pocos, entonces, grabé en mi disco duro (la tramposa memoria) todo lo recibido en esas sesiones en los que dejaba a un lado los sarpullidos del mal punk y pésimo pop que tanto daño me estaban causando (la edad de las poses, pues). Para cuando asimilé la propuesta de Genesis, no demoré en sentir la desazón que me había perdido de una gran fiesta, que solo tenía que conformarme con los alcances y limitaciones de mi imaginación traidora, recreando lo que hubiera experimentado viendo las interminables performances de Gabriel con Genesis.

Comencé a seguirle la pista, a lo largo de los años, al líder natural de la banda, desde su debut solista PETER GABRIEL I hasta el UP. No pocas veces pensé que estaba poniéndome al día luego de haber perdido parte de mi vida musical escuchando grupos y cantantes que, aparte de carecer de discursos sólidos y muy adornados con toquecitos de involuntaria incoherencia, hacían gala del talento tonal y atonal, tan píricos como una eyaculación precoz. Por ello, durante estos meses de verano (de enero a marzo) en Lima, lo único que hice fue esperar el arribo de Peter Gabriel y cumplir el sueño personal de ver en vivo a quien indudablemente me lo dio todo.

Los conciertos de Peter Gabriel en Latinoamérica (Venezuela, Chile, Argentina, México y Perú) son parte del Small Place Tour. No tengo muchas luces de cómo es la recepción de su música en los países beneficiados por el tour, sin embargo, en el caso peruano, tengo una teoría, un poco jalada de los cabellos, cierto, pero no del todo irreal: la música de Peter Gabriel muy pocas veces se pasa por las radios, es un tanto difícil encontrar sus discos, ni siquiera uno puede escuchar sus “grandes éxitos” en discotecas o pubs (ni hablar de los karaokes (a los que felizmente no voy)). Es por ello que el concierto del último viernes fue ante todo una gran reunión para elegidos. Y no fue para menos: el mismo estuvo a la altura de las expectativas, y pese a que el costo de las entradas estaban por los cielos (las más caras de la seguidilla de los grandes espectáculos musicales que vienen realizándose por estos lares), la explanada del estadio Monumental mostró por lo menos a doce mil espectadores que quedamos hipnotizados desde el saque: primero con los teloneros, el cuarteto apadrinado por Gabriel, los también británicos The Black Swan Effect, que a más de uno hizo recordar al Radiohead de THE BENDS; y lo esperado: la presencia de Gabriel con “Zaar”, tema ideal que delineó el desarrollo del espectáculo signado por los orgasmos musicales que duraron casi dos horas.

El artista estuvo acompañado por un grupo de músicos de primer nivel, entre los que destacaron su hija Melanie Gabriel, el guitarrista David Roth y Tony Levin, el legendario bajista de King Crimson. Las tres pantallas gigantes y los efectos de las luces no desentonaron, no se sintió la pésima costumbre de la falta de sincronización, tan caros en otros conciertos, aunque eso sí: no pocos tuvimos la sensación de que el sonido pudo estar mejor de lo que estuvo. Y claro, los álgidos instantes eternos marcados por las joyas conformadas por “Secret World”, “San Jacinto”, Solsbury Hill”, “Steam”, “Blood of Eden”, “No Self Control”, “Sledgehammer”, “In Your Eyes”, “Biko”, “On the Air” y “Red Rain”. No se extrañaron para nada las no menos joyas “Come Talk to Me”, “Kiss that Frog” y “Digging in the Dirt”.

Al menos “una línea” se merece la hija del artista, Melanie, quien prácticamente se robó para siempre un tema de su progenitor, el “Mother of Violence” suena muchísimo mejor en ella.

Peter Gabriel ya no es el showman que solía dejar la piel en los conciertos, los años no pasan en vano, pero eso no importa, es lo de menos, lo que realmente está por encima es su capacidad para seguir creando y transmitir la esencia de una propuesta musical tan vigente como genial, la que no ha dejado de descansar en la insaciable curiosidad que le permite estar abierto a todo tipo de manifestaciones tonales, atonales, no necesariamente en la onda del pop, sino que su inquietud va mucho más allá. No por nada es uno de los pocos artistas integrales y honestos que quedan hoy en día.

Thursday, March 05, 2009

Paul Auster y la No Ficción

Paul Auster (New Jersey, 1947) es quizá el narrador norteamericano contemporáneo más presente en el imaginario de los lectores en lengua castellana. Sus libros, por ejemplo (entre varios), son referentes ineludibles para muchísimos escritores que se regodean en los nada nuevos recursos metaliterarios. A Auster nunca dejará de reconocérsele la sensibilidad y la inteligencia desplegadas; si no fuera por él, posiblemente géneros ahora no muy frecuentados estarían en el panteón del olvido, como la novela policial de enigma, deudora del policial inglés y de la canónica “rara avis” Edgar Allan Poe.

Lo que no deja de sorprender es que a un autor de su talla, no se le reconozca en su país natal. Auster está “por debajo” de Philip Roth, Don DeLillo, Cormac McCarthy, Tom Wolfe, John Irving… Tremendamente injusto… Auster ha rehuido de la tradición novelesca norteamericana, la del siglo XIX, en pos de nutrirse de las corrientes literarias europeas, cosa que para la academia y crítica literaria es de por sí imperdonable

La obra austeriana se sirve de un diálogo permanente entre todos sus libros, basta leer novelas como EL PALACIO DE LA LUNA y EL LIBRO DE LAS ILUSIONES para tejer puentes entre las dos, y así sucesivamente con otras, lo que no es nada fácil. Son pocos los escritores que logran mantener tópicos, estilos y personajes en más de diez libros, signados por la calidad, sin repetirse. Empero, y pese a que este autor sigue publicando extraordinarias novelas, muchísimos lectores han notado que él ya ha agotado sus recursos narrativos, por eso no es extraño que, como quien se da un respiro, haya ingresado al mundo del cine como director, tal y como sucede con LA VIDA INTERIOR DE MARTIN FROST. Este interés en el cine no es nuevo, Auster desde antes venía buscando esta incursión, tal y como pasó cuando escribió los guiones de la regularona BLUE IN THE FACE y la perdurable SMOKE.

No se ha hablado mucho del Auster escritor de No Ficción, lo cual es entendible porque sus novelas son aplanadoras mediáticas; sin embargo, estos libros escritos con ayuda de la memoria y la asesoría de los demonios, no están muy a la saga de los de ficción, en algunos casos hasta los sobrepasan.

De esta rama de su obra, resaltan EXPERIMENTOS CON LA VERDAD, LA INVENCIÓN DE LA SOLEDAD y A SALTO DE MATA. Mucha propaganda ha tenido este último título, en el cual el autor realiza un viaje introspectivo que nos ayuda a entender el contexto que lo impulsó a determinarse como un escritor sistemático; sin embargo ECLV y LIDLS encierran la esencia de la poética austeriana en todo aspecto, con los que podemos tener luces de los motores que llevaron al autor a afianzar su peculiar universo narrativo: la búsqueda de la primera infancia; de la pureza emotiva; y de la sospecha que rondaba su vida, encarnada en la figura del padre.

ECLV puede leerse como una suerte de recopilación artículos y ensayos que tienen un hilo conductor: la irrupción del azar, su máximo tópico, pero a la vez este componente está ligado con el proceso de la escritura en concordancia con los filtros de la memoria que le remite no a hechos sublimes, sino a experiencias sobrecogedoras; también es un canto rendido ante la influencia de la literatura francesa, en especial la poesía del movimiento surrealista. Auster nos pone en bandeja los motivos de sus novelas: no es extraño que la gran mayoría de sus personajes sean escritores que relacionan lo que les acaece con algún pasaje biográfico, dispuestos a convertirlos en literatura.

Para nadie que lo haya leído bien, o someramente, le es sorpresa de que su ficción tiene el espíritu de la búsqueda del por qué del “nacimiento” de las cosas; en este sentido LIDLS engloba los demonios literarios del autor al darnos cuenta del extraño carácter de su padre, de sus sentimientos encontrados hacia él, los cuales no yacen en el amor y odio, sino en la perplejidad. La perplejidad es saber mirar y escuchar, sin ella no se valoraría el uso del azar que tanto prestigio le ha deparado. LIDLS es un díptico: la primera parte, “Retrato de un hombre invisible”, viene a ser uno de los perfiles más desgarradores y honestos que se haya escrito sobre la figura del padre; en “El libro de la memoria” tenemos la ficcionalización de su desgarro emocional, en clara muestra de que es mucho más que un ejercicio narrativo, que se abre como un abanico en LEVIATÁN, LA NOCHE DEL ORÁCULO, LA TRILOGÍA DE NUEVA YORK, EL PAÍS DE LAS ÚLTIMAS COSAS, LA MÚSICA DEL AZAR, BROOKLYN FOLLIES… Auster es tan apabullante que muchas veces no se tiene la certeza de que nos está tomando el pelo. Tanto en sus novelas, como en ensayos, crónicas y artículos, Auster mantiene su postura: sacarle la vuelta a la nimiedad de la realidad a través de sus detalles: un universo rico puede estar en una luz roja del semáforo, en un encuentro fortuito, en una llamada perdida, en un desapercibido aviso de un diario, en un papel rodando por el suelo, en una mujer que sin conocernos nos da todo en un par de palabras, etc.

El Auster de No Ficción nos da una enseñanza sin querer: que la mayor recompensa no es el éxito, sino la perseverancia, la verdadera garantía de la coherencia con una convicción, sea cual esta sea.
Artículo publicado el 5 de marzo en Siglo XXI