Thursday, November 20, 2008

SUEÑOS REALES, de Alonso Cueto

Escribir de los libros y autores que a uno le gustan, en especial si quien lo hace es escritor, resulta a fin de cuentas una labor tan placentera como ardua. Cuando abordamos un texto que nos remece, es necesario tener una franja de tiempo que nos permita abocarnos con cierta objetividad, el tiempo es el verdadero filtro de nuestros excesos, así yazcan en la parcela del entusiasmo o la decepción, porque no siempre los retornos a las páginas que nos entregaron tanto logran sobrevivir a la segunda o tercera lectura.

El narrador peruano Alonso Cueto (1954), ganador del Premio Herralde de Novela, en el 2005, con LA HORA AZUL, y finalista del Premio de Novela Planeta Casamerica, en el 2007, con EL SUSURRO DE LA MUJER BALLENA, nos acaba de entregar SUEÑOS REALES, una recopilación de sus artículos literarios que aparecieron en diarios y revistas de Latinoamérica, como Letras Libres de México, La Tercera de Chile, El Dominical de El Comercio de Perú, entre otros.

Dividido en cuatro grandes secciones; Sueños Reales, Testimonios y Lectura, Retratos, y Variaciones; Cueto nos sumerge en las páginas de los escritores con quienes aún continúa sintiéndose un agradecido deudor.

La cualidad que resalta en todo el conjunto es la que siempre debe prevalecer en este tipo de publicaciones: la del contagio por la lectura. En este aspecto, el autor nos lleva de la mano por sus escritores favoritos, en los que es palpable el equilibrio entre deslumbramiento y objetividad, en donde no hay ningún espíritu con ansias de pontificar, sino la de incentivar la lectura de aquellos títulos, hurgando en la vida de sus creadores, que sí o sí deben forman parte del canon de todo escritor, tal y como puede disfrutarse en las páginas dedicadas a Henry James, Joseph Conrad, Raymond Carver e Italo Svevo. Entonces no debe ser una sorpresa que la primera sección, Sueños reales, sea la más sustanciosa del libro, en donde no solo es posible notar admiración, sino que por medio de los autores y obras abordadas nos acercamos también al canon personal del autor (a estas alturas, es imposible no ubicar entre sus principales referentes a James y Carver).

En Testimonios y Lecturas, nos topamos con perfiles de escritores peruanos, como (menciono algunos) Martín Adán, José María Arguedas, Julio Ramón Ribeyro y Alfredo Bryce, signados, en la mayoría, por la cercanía del autor con ellos, sin caer en el subjetivismo ensalzador. En “Retratos” se aborda, de manera sucinta, algunos libros de Paul Auster, Haruki Murakami, Isak Dinesen y Carson McCullers. Y en “Variaciones” tenemos tres textos que se desplazan en los alcances de la lengua, el tópico del cuerpo y la degradación innata del racismo, siendo el “El triunfo de la lengua” el mejor, puesto que en él se hace incidencia en la riqueza de la plasticidad del castellano para hacer suyos giros verbales de otras lenguas, teniendo como gran base del diálogo a la buena literatura.

Como todo libro, SR no está libre de ciertas caídas. A mí me hubiera gustado que el autor desarrolle más la sección “Retratos”, me queda la sensación como que el dulce es muy efímero, especialmente en las páginas dedicadas al gran narrador japonés Murakami.

Cuando un autor decide que se publiquen sus entregas publicadas en diarios y revistas, puede ser visto, porque hay casos, como una suerte de querer sumar más en su bibliografía, esta clase de intenciones se notan en el orden y criterio con los que se elijen los textos. Felizmente eso no ocurre con SR, en la escogencia de los textos hay una lógica, un por qué, un gran patrón que afianza el espíritu orgánico del libro. Por lo tanto, sí es patente encontrar el sentido al entusiasmo fundamentado de Cueto. SR es una muestra irrefutable de que el verdadero compromiso que debemos tener con los libros es precisamente con aquellos que nos gustan, que nos cuestionan, ergo, con los que somos mejores personas.

Editorial: Seix Barral
Nota: esta reseña apareció el 20 de noviembre en Siglo XXI

Thursday, November 13, 2008

EL OLVIDO QUE SEREMOS, de Héctor Abad Faciolince

Qué tópico tan difícil en la tradición literaria que el abordar la figura del padre. Cuentos, poemas, ensayos y novelas son los campos de experimentación de no pocos escritores que rara vez salen airosos de esta empresa.

Héctor Abad Faciolince (Medellín, 1958) es un escritor colombiano de quien puede decirse claramente que es un letraherido de la más pura estirpe. Autor de títulos importantes, como la novela BASURA, ganadora, en el 2000, del Primer Premio de Narrativa Innovadora de la Casa de América de Madrid, nos entregó, hace un par de años, el que vendría a ser su mejor libro, la memoria novelada EL OLVIDO QUE SEREMOS, la cual lleva hasta la fecha más de diez ediciones.

Si algunas referencias en cuanto a posible hermandad literaria tenga esta entrega de HAF, y aprovechando la cualidad de que el hacer reseñas es también un sano ejercicio de especulación (siempre y cuando se fundamente), lo ligaría a PATRIMONIO de Philip Roth y LA INVENCIÓN DE LA SOLEDAD de Paul Auster, los que tienen como centro la figura paterna, vista desde los buenos recuerdos sin dejar de lado el espíritu crítico que todo texto literario debe tener.

En EOQS el autor colombiano nos introduce en la vida de su progenitor, el médico Héctor Abad Gómez, y por medio de él es que no solo nos ceñimos a la historia de la familia Abad, sino que somos llevados a uno de lo periodos más crudos y sangrientos de Colombia, en donde la violencia era acicateada por las tan deleznables diferencias políticas e ideológicas, por la extrema pobreza, por los grupos paramilitares, por los sicarios, por las guerrillas, etc. Abad Gómez era, en sus propias palabras, un “cristiano en religión, marxista en economía y liberal en política”. Ergo, el médico era un idealista, al punto que nunca esperó hacer algo, como sus luchas por la salud pública, por ejemplo, con el fin de verse beneficiado con algún cargo público o tentar un poder político.

La publicación es también la emisión de “fotogramas” del autor en cuanto a su vocación literaria, leer estas páginas es una manera de adentrarnos en los espíritus de las entrelíneas de sus otros libros, ya que es patente que la búsqueda del reconocimiento no es el principal fin de su labor, sino que en el hecho mismo de escribir yace la mayor dicha que debe sentir cualquiera que pretenda llamarse escritor. Esta visión de la literatura fue alentada en un joven HAF por su padre, quien el martes 25 de agosto de 1987 fue asesinado por un grupo paramilitar, hecho central que motivó la escritura de estas páginas cargadas de recuerdos, felicidad, amor y también de mucha crítica para con el médico. El asesinato de Abad Gómez no llegó a ser resuelto del todo, por el contrario, hay varias versiones que sindican a los culpables directos, las cuales no son lo suficientemente fuertes como para nombrar a los autores intelectuales. (En aquellos años los líderes colombianos, que tenían que poner solución a los problemones de las FARC, el narcotráfico y el sicariato, hacían “uso” de los execrables grupos paramilitares, en lo que se conoce como “guerra de baja intensidad” (lo sé bien puesto que en Perú (1990 – 1997) al felizmente hoy encarcelado dictador Alberto Fujimori se le dio por dar apoyo a la “guerra de baja intensidad”, con la que se combatía al terrorismo con el peor de los medios: el terrorismo de estado). Abad Gómez denunciaba estos mecanismos de lucha antiterrorista a través de comunicados de prensa y artículos, o sea, era un elemento sumamente incómodo, tildado de comunista, izquierdista y derechista.

HAF deja patente la muestra de su talento (trabajado) para la escritura, las páginas vuelan, en no pocos tramos nos llevan a retroceder para seguir, demostrando que lo suyo es, ante todo, la buena prosa, con la que puede darse el lujo de escribir de lo que le venga en gana. Sin embargo, a este escritor que reseña libros que le gustan, le hubiera gustado leer un poco más sobre esos círculos de poder que apoyaron a los grupos paramilitares, cosa que no se pudo ya que, como bien señala el autor, no se llegó a tener las suficientes pruebas pese a que se tiene una idea, muy razonable, de quienes pudieron ser los responsables.

Sin ninguna duda, Héctor Abad Faciolince es un autor al que debe leerse, su poética posee la cualidad de despertar en el lector la sensación de agradecimiento por la lectura concluida, cosa que hoy en día ocurre contadísimas veces.

Editorial: Planeta.
Nota: Esta reseña apareció el jueves 13 de noviembre en Siglo XXI

Tuesday, November 04, 2008

LA CARRETERA, de Cormac McCarthy

Como ya lo dije antes en esta columna, Estados Unidos es tierra de novelistas. Hoy en día este país puede darse el lujo de tener más de veinte de primer nivel, muchos de ellos llamados a quedar y a ser de influencia directa para las nuevas generaciones de escritores del mundo entero.

Es que si hablamos de la tradición novelística norteamericana, no nos referimos a poca cosa, cada escritor en ciernes sabe que su acervo inconciente descansa en una estela punzante en no pocas décadas del siglo XX, la cual tiene como punto de inflexión la consolidación de esta tradición en la segunda mitad del XIX.

Junto a Philip Roth y Don DeLillo, Cormac McCarthy (Rhode Island, 1933) se ubica como parte de esta triada que marca el devenir de la novela como tal, su legado va más allá de lo literario, se asienta también en una actitud ante el oficio de la escritura, encadenada a una suerte de negación de los vaivenes de la propaganda editorial que no pocas veces ataranta a “algunos”. Durante muchos años McCarthy ha sido un escritor oculto, lo único que se sabía de él era que vivía escondido en una casa de El Paso, Texas; hasta se ponía en tela de juicio su existencia, ligándola a la estirpe de los “escritores que odian la fama” como J. D. Salinger y Thomas Pynchon, con quienes compartía una cualidad más allá de anacoretismo: sus libros recibían la consagración de la crítica y el justísimo favor de los lectores.

Pese a ser reconocido como uno de los más grandes narradores norteamericanos vivos, fue a raíz de la adaptación cinematográfica de los hermanos Coen de su novela NO ES PAÍS PARA VIEJOS lo que terminó impregnándolo en el imaginario popular. Tengamos también en cuenta que esta “impregnación” tuvo un antecedente gracias al círculo de lectores de la famosa conductora de tv Ophra Winfrey. Es a partir de estos sucesos que el hasta entonces ermitaño narrador empezó a salir más, lo cual tiene mucho que ver con un factor de desprendimiento emocional: su hijo menor, quien lo acompañó en la ceremonia de premiación de la última edición del Oscar.

Premiada con el Premio Pulitzer de Novela 2007, LA CARRETERA es una novela distinta en la trayectoria del ex ermitaño. Todas sus novelas están asentadas en contextos de lucha por la supervivencia de la zona sur gringa; sin embargo, en esta estamos ante un trabajo que linda con las novelas utópicas y distópicas, en la que se nos presenta un territorio norteamericano devastado por lo que pudo ser una gran explosión nuclear, en donde un hombre y su hijo caminan y caminan siguiendo la dirección de una carretera que los llevará al mar, que funge como símbolo que engloba tanto a la incertidumbre como a la esperanza. Es así que estos innominados protagonistas, hambrientos y sucios, no tienen otra opción que seguir el único sendero claro en medio de bosques y ciudades cubiertos de ceniza, en su trayecto, el padre es presa de sus recuerdos de niñez y juventud, los que se incrementan ante las entendibles preguntas signadas por la curiosidad que le formula su hijo. Pero no son los únicos, también aparecen bandas de caníbales enfermos y mutilados, que los atacan y persiguen, ya sea para robarle lo poco que llevan en su carrito de compras de supermercado o para violarlos.

Un aspecto salta a la vista en la novela: asimilación y renuncia del legado de su maestro William Faulkner, tan pero tan presente en todos sus libros. Empero, en LC este legado se ve reducido debido al uso excesivo del lenguaje minimalista, que en no pocos pasajes recuerda a los recursos empleados por James Ellroy y Raymond Carver, al que no apela por mero facilismo, sino a través de un proceso de descomposición al servicio no de la historia, sino de la atmósfera asfixiante y derrotista de esta, que vendría a ser el único puente que lo mantiene en la veta del autor de EL SONIDO Y LA FURIA.

Si algún reparo podemos hacerle a la novela es que es muy buena, pero a la vez está muy lejos de la contundencia imperecedera exhibida en MERIDANO DE SANGRE, TODOS LOS HERMOSOS CABALLOS y EN LA FRONTERA.

Editorial: Mondadori
Nota: Publicado el 4 de noviembre en Siglo XXI