Thursday, September 27, 2007

"Llámame Brooklyn", de Eduardo Lago

Son pocas las novelas signadas por la supervisión de la madurez que sólo se adquiere con los años. Entendamos a la madurez desde dos puntos: la vital y la literaria, como la que nos compete en este caso. Ahora, confieso que no soy muy entusiasta de los premios literarios, estoy seguro que más de uno se ha sentido no menos que estafado con novelas sobrevaloradas, o programadas en concursillos literarios que cometen el aberrante acto de dejar en un tercer o cuarto nivel a las novelas que sí merecieron ganar, otorgándoles un consuelo y superfluo rótulo de “Finalistas”.

Hace tiempo le escuché a Alfredo Bryce Echenique decir que los premios literarios son loterías, y le doy toda la razón. Estamos en una era en que se nos quiere vender cualquier bazofia como si fuera algo artístico. Entonces, ¿cómo parar las mentiras de los premios?, ¿quién sería el verdadero censor?, ¿en qué apoyarnos para no ser parte de la andanada de mentiras que nos llegan a través de la publicidad? Posiblemente haya muchas respuestas, pero yo me quedo con la única posibilidad que nos salva del embrutecimiento mediático: el público. El público no es nada tonto, éste no se deja embaucar. Por algo existe algo llamado reediciones.

Cuando me enteré de que la primera novela del actual director del instituto Cervantes de Nueva York se había alzado con el Nadal 2006, pues tuve más de una objeción. Objeción, dicho sea de paso, porque desde hace mucho tiempo desconfío de las novelas laureadas, de que a lo mejor se le haya adjudicado ese premio a Lago por la influencia que él tiene. Es que seamos sinceros, ésas cosas, un tanto absurdas, también juegan, lamentablemente. Una de las pocas novelas premiadas que me han gustado, y de la cual aún guardo grata memoria es “La hora azul” de Alonso Cueto. Aunque valgan verdades, desde hace unos años estamos siendo testigos de que se están premiando buenas novelas, ojalá esa línea se convierta en patrón, y no sea un “accidente” que funge de contrapeso ante las metidas de patas de los jurados, en algunos casos verdaderamente terribles

Cogí “Llámame Brooklyn” con mucha duda, pero a medida que iba avanzando fui presa de un hipnotismo que me llevó en vilo hasta la última página. El argumento es aparentemente sencillo: Néstor Oliver Chapman tiene que dar forma a los cuadernos que en vida escribió su amigo Gal Ackerman, y lo escrito en esos cuadernos sólo tenía un destinatario, Nadia Orlov.

En el recorrido u ordenamiento de estos cuadernos, Néstor descubre pasajes de la vida de su amigo que no conocía, entre esas páginas hay fuertes sentimientos de amor, amistad, odio, locura y vesania que son camuflados por los avatares de Gal por cerrar los argumentos que terminan incompletos porque la modorra es fuerte o porque cree que hay otras historias que contar y es imperioso asirlas. Y Néstor es quien tiene que darle un sentido, y todos los cuadernos tienen un hilo conductor, Brooklyn y sus personajes. Los personajes son quienes terminan ofreciéndole a la novela una riqueza pocas veces vista, puesto que estos confieren a la novela de un aura de complejidad que no es bajo ningún motivo un óbice para el avance vertiginoso de las historias que a manera de nudos se cruzan y descruzan en una variopinta gama de atmósferas y situaciones que tratan de reflejar la condición humana posmoderna bajo una caleidoscópica mirada libre de prejuicios, presentándolas tal cuales.

“Llámame Brooklyn” es de esas pocas novelas que encierran muchas novelas y tradiciones. En ella sobresalen dos corrientes: la novela de aprendizaje, pero el aprendizaje de la ficción por la ficción; y la novela decimonónica por su espíritu casi totalizador por intentar recrear una mirada aún no muy desarrollada: la reflexión del inmigrante. Y claro, los tributos abiertos a escritores que le dieron la espalda a la fama como Pynchon, Salinger, Onetti y Alfau, quienes encarnan la crítica implícita a quienes sólo buscan fama y reconocimiento en el mundo literario, trayecto hacia esa parrillada de vanidades premunida de ignorancia y soberbia, combinación explosiva que sólo germina y siembra libros tan horrorosos como olvidables.

También “Llámame Brooklyn” es una novela que sirve como muestra inteligente de lo que algunos impertinentes llaman a la ligera Metaliterario. En esta novela Lago nos entrega las reflexiones, inquietudes y vicisitudes que conlleva todo proceso creativo relacionado a la escritura. El juego de los espejos está más claro que nunca y lo que parece ser una novela de historias sueltas termina adquiriendo forma y solidez a medida que en la ficción va articulándose lo que parecen ser grandes trazos sin coherencia.

Quizá la abundancia de personajes y las inacabables referencias literarias lleguen a generar algunas dificultades en lectores no muy entrenados. Y si así fuera, qué importa, porque como dictaminó José Lezama Lima con su famoso “sólo lo difícil es estimulante” es un gran aliciente para enfrentarnos a esta novela y disfrutarla. Y no creo exagerar si digo que ésta tiene una buena coraza que le permitirá superar los embates del tiempo, tramposo muchas veces. “Llámame Brooklyn” es un libro necesario, tanto en lo literario como en lo vital ya que, en honor con la verdad, nos reconcilia con la vida. Una gran primera novela.
Esta reseña apareció publicada el 27 de septiembre en Siglo XXI, de Castellón, España.

Tuesday, September 11, 2007

"Síncopes", de Alan Mills

La poesía escrita en Latinoamérica es una de las más ricas que hay en el mundo. Pero dicha cualidad no descansa en la nada, que no se crea que la verdadera lira sólo yace en las pantanosas parcelas de la imaginación o inspiración, sino que ésta siempre ha gozado de una tradición que se ha ido solidificando desde que empezó a tenerse idea de ella, como un abanico que nos remonta a una variedad de tradiciones que acrisolan a la tradición española, francesa, germánica, inglesa, oriental y norteamericana.

Si tuviera que nombrar algunos nombres para que tengamos una idea de lo anteriormente dicho, no dudaría en mencionar a Octavio Paz, Rubén Darío, Enrique Lihn, Emilio Adolfo Westphalen, César Vallejo, Alejandra Pizarnik, Antonio Cisneros, Rodolfo Hinostroza, Carlos Germán Belli, José Emilio Pacheco, Raúl Zurita, Blanca Varela, Jaime Sabines y la lista puede ser larga y no creo que exista alguien lo suficientemente responsable como para contradecir lo que estoy afirmando.

¿Qué es lo que hace que una tradición sea rica?, pues la variedad. Variedad entendida en que si se está dispuesto a quebrar los moldes de la tradición, pues deben, primeramente, conocerse los soportes en los que ella se apoya. Nadie innova o crea una propuesta partiendo de la nada. La poesía, su comprensión, radica en el poder desentrañarla desde sus mismas bases para que de esta manera un proyecto poético adquiera fuerza y originalidad.

La poesía no sólo es el derroche de la experiencia de vida trasladada al papel, es también un soterrado tributo de lo que se escribió antes, de lo que se escribe y se escribirá. Es por eso que muchas veces, la aparente facilidad de la escritura de la poesía lleva a no pocos a darse contra las paredes del olvido, producto del desmesurado e inane entusiasmo. Entre los poetas de la nueva poesía latinoamericana que más destacan hoy por hoy, puedo citar a los siguientes: José Carlos Yrigoyen, Germán Carrasco, José Pancorvo, Héctor Hernández Montecinos, Diego Otero, Victoria Guerrero, Lorenzo Helguero, Alejandro Tarrab y algunos más.

Uno de estos nuevos representantes de esta nueva poesía latinoamericana es el guatemalteco Alan Mills (1979). Demás está decir que él es el más representativo de su país. Es autor de un libro catalogado como referencial, “Testamento futuro”. Sin embargo, es con su última entrega, “Síncopes”, que este poeta ha contribuido a colocar el cimiento de un proyecto poético a tomar en cuenta de ahora en adelante.

¿Qué ofrece “Síncopes”? Pues lo siguiente: una mirada introspectiva y feroz crítica social que parte de su entorno para regodearse con sangre en lo que también acaece en los países de América del Sur. Un activo desdén por la gran tradición poética anclada en la lectura casi total de sus exponentes; una fuerza irracional que sólo encuentra pláceme en la exploración de nuevas formas narrativas que no son tan nuevas, ergo, un sólido contenido estructural que nos remite a la mejor poesía anglosajona de los años cincuenta y sesenta, a esos grandes poetas menores que tan caros le fueron a Jorge Luis Borges. Mills es una epifanía que transgrede lo antes escrito en pos de una actitud reflejada en una prosa trabajada que contiene elementos más que suficientes para despertar en el lector la más irreparable duda sobre qué es lo que se está leyendo, la ambigüedad de género literario supura en cada verso, historias contadas con el desgarro del corazón latiente que ve en el destello formal el objetivo que muy pocos logran, cumpliendo así “Síncopes” un rol al que supuestamente no estaba destinado, ya que el libro no se queda en un alarde de musicalidad y armonía, por el contrario, Mills cuestiona, agrede, disecciona, en prueba tajante de que la originalidad no debe estar en el terreno del capricho estilístico y la ignorancia insuflada con vacua experiencia de vida; deviniendo de esta manera en un poemario que arde, quema y que también conmueve.

Nota: “Síncopes” es el mejor poemario de la colección internacional “País Imaginario” de la editorial Zignos.

Esta reseña apareció el 10 de septiembre en Siglo XXI, de Castellón, España.

Sunday, September 09, 2007

La narrativa de Leonardo Aguirre

En el delicioso “Desgarrados y excéntricos” de Juan Manuel de Prada, tenemos a un curioso grupo de escritores, casi todos poetas, que luchan contra la falta de talento y formación en pos del reconocimiento que les asegure la inmortalidad literaria. Más allá de las biografías cinceladas por este escritor nacido en Baracaldo (Vizcaya), queda claro que la experiencia de vida del escritor siempre será rica como tema cuando quiera hacerse de esta un texto literario, puesto que si se profana la figura del escritor hasta los excesos, pues no tardarán en aparecer las anécdotas que pedirán a gritos una justificada presencia, ya sea en cuento o novela. Pues bien, la persona del escritor es lo que hace más que interesante la narrativa del joven narrador peruano Leonardo Aguirre (Lima, 1975).

Vale anotar que este escritor es hoy en día uno de los más conocidos en Perú, ya sea por su buena literatura y también por los escándalos mediáticos de los que fue un atento y, a la vez, velado protagonista. Su obra, conformada por los libros de cuentos “Manual para cazar plumíferos” (2005) y “La musa travestida” (2007), nos permiten ver algo que muy pocas veces se nota en un escritor joven: el encuentro de su voz y el encauce de su proyecto.

Los personajes de Aguirre tienen la consigna de que antes de la obra, vale mucho más gozar del estrellato que puede canalizarse a través de una foto en una conocida revista, en entrevistas Delivery (las cuales son muy ideales para lucirse hablando de lo que sea, menos de libros) y aprovechar al máximo el estado de “iluminación” para abonar el ego con alguna que otra incauta obnubilada con el escritor famoso a quien equipara con George Clooney o David Beckham.

En “Manual para cazar plumíferos” está presente el gran hilo conductor de los desesperados por atención: los ansiosos de reconocimiento; en “La musa travestida” están aquellos a quienes ya se les puede ubicar por nombre en el ambiente literario, pero ellos quieren más, mucho más, tanto así que están dispuestos a dar el todo por el todo para que se siga hablando de ellos, tanto en vida, o en el más allá. Para ambas clases de escritores, lo peor que les puede ocurrir es pasar desapercibidos.

Sin embargo, lo que termina destacando de la narrativa de Aguirre es el uso de las formas y estructuras no muy enraizadas en la tradición literaria, ni de la peruana, ni de la latinoamericana, ni de algún lugar. Estas, mas bien, son deudoras de la cultura popular, de lo audiovisual, del fanzine, del cómic.

Si cogemos los dos libros, ya mencionados, del autor, pues no tardamos en darnos cuenta que pese a la “ligereza” con la que aborda sus historias, estas no rozan, ni de bromas, el lugar común. Hay un patente trabajo con el lenguaje, una cronometría de sucesos, una mirada que disecciona la banalidad del mundo literario, una férrea crítica de la aparente “santidad” que muchos ven en el oficio de la escritura.

Si me preguntaran con cuál libro de este autor me quedo, pues estoy sin respuesta. “La musa...” nos ofrece una estructura lograda, en la cual destaca el antologable “Sublime Sorrento”, el que indefectiblemente será un referente para cuando Aguirre entregue a los lectores sus próximos libros, por lo pronto ya tiene dos novelas en calidad de inéditas. “Sublime sorrento” es el cuento que encierra los demonios literarios que se traducen en la obsesión del innominado protagonista que planifica su muerte pública en un recital. Por otro lado, “Manual para ...” no tiene la coherencia estructural del último libro pero sí hace gala de argumentos que, en el caso de este escritor que escribe reseñas semanales, difícilmente lleguen a desprenderse de la memoria. Como dicen los entendidos, en cuanto a cuento se refiere, si un libro de relatos se justifica por uno o dos, pues “Manual para ...” se da el gustazo de tener tres de extraordinaria factura como “Mi vida en Beatles”, “Un Blackbird en el Honey Pie” y “Café Milton y cordero con Saki”.

Sería muy aventurado dar una opinión que intente ser tajante en cuanto a la narrativa de Aguirre, puesto que desde su primer libro es posible notar que para dar un parecer responsable sobre su narrativa, pues este tiene que descansar en la visión de una obra que comprenda, al menos, unos cinco títulos publicados, cosa que sólo pasa con los narradores de gran talento en solidificar un proyecto narrativo que se forja desde el inicio y que no adquiere una línea en el tanteo de temas ante cada libro publicado (eso es jugar a lo fácil).

Ahora, si me preguntan por un joven narrador peruano digno de interés, pues recomendaría, sin dudar, a Leonardo Aguirre.

Nota: Los libros de Aguirre han sido publicados por la editorial Matalamanga. Este artículo apareció el 2 de setiembre en Siglo XXI de Castellón, España.